Ella pensaba en Miguel, en su ausencia y en las mentiras que le perforaban el alma, como una herida abierta. También en su decisión de quedarse con su esposa, como si pudiera repartir su amor sin que nada se rompiera, sin que nada se perdiera. Ese pensamiento se retorcía en su interior, apretando su pecho, dejándola como una estatua, incapaz de moverse. Frente a ella, se alzaba un edificio colosal, imponente. Sus ojos seguían el vaivén del elevador, subiendo y bajando a gran velocidad, mientras la gente entraba y salía, como olas que se rompen en la orilla, sin volver la mirada.
De repente, un leve malestar en sus pies la hizo bajar la vista, pero al hacerlo, notó con horror que ya no estaban. La base de su cuerpo se había desvanecido, dejando un vacío gélido donde antes había algo sólido. Al mirar sus piernas, un escalofrío la recorrió al darse cuenta de que sus pantorrillas comenzaban a desvanecerse, como si nunca hubieran existido, como si la sustancia que las componía se disolviera lentamente en el aire. Se frotó los ojos, como si al hacerlo pudiera devolver algo de sentido a lo que ocurría. Pero no lo conseguía. El vacío se expandía, como un pozo sin fondo, tragándose todo lo que alguna vez creyó entender.
Con un movimiento rápido, se acercó al vidrio de la ventana, buscando ver reflejada su propia imagen, una última confirmación de su existencia. Pero el cristal permaneció mudo, vacío, sin reflejo alguno. La nada se hizo palpable, aplastante, envolviéndola como si la tierra misma hubiera absorbido su ser. Sintió que ya no estaba allí, no de la forma en que siempre creyó estar. En ese vacío creciente, Miguel comenzó a deshacerse, como si nunca hubiera existido, como si su figura se desmoronara lentamente, hilito a hilito, desintegrándose junto con todo lo demás. Se fue desvaneciendo, perdiéndose de manera casi imperceptible, como una figura que se desvanece lentamente en el agua, disolviéndose en la bruma de su mente, hasta volverse apenas una sombra que se desvanece al contacto con la luz.
Entonces, una idea la atravesó, cortante como un filo: tal vez todo, incluso Miguel, no fuera más que una construcción de su mente, una fantasía que, al igual que todo lo demás, ahora se desvanecía. Y en ese preciso instante, la pregunta surgió, dolorosa y desesperada: ¿Y yo? ¿Alguna vez fui realmente real?
Dorys Rueda, Cuentos de sueños y sombras, 2025