El ANTES Y EL DESPUÉS

PARTE 5

LA CINEMATOGRAFÍA Y OTRAS MÁQUINAS

 

 

 El cine era el entretenimiento de los ciudadanos otavaleños. Asistíamos a los dos teatros de la ciudad: el Bolívar y el Apolo. Los jóvenes no nos perdíamos los estrenos del teatro Bolívar los viernes en función doble, es decir, dos películas y el domingo los enamorados asistíamos a la matiné del mismo teatro en cita amorosa, porque en esas épocas era prohibido los enamoramientos y las familias se oponía a aquello sin que, hasta la actualidad, haya podido averiguar las causas para tal comportamiento. En el teatro Apolo nos nutríamos de las películas mexicanas de charros y amores enrevesados, de las aventuras de la Revolución Mexicana, y de las de lucha libre con Santo, Blue Demont, el Médico Asesino, Huracán Ramírez, el Mil Máscaras y otros más.

El teatro era un hecho artístico muy apreciado por la ciudadanía. Los dramas que montaban los diferentes elencos cada año eran muy esperados por todos y los estrenos de las obras eran un acontecimiento social que llenaba el teatro y los corazones de los asistentes. Cada vez que se estrenaba las estampas quiteñas de don Evaristo Corral y Chancleta eran presentadas impajaritablemente en Otavalo con asistencia y llenos a reventar a tal punto que en muchas ocasiones se tenía que repetir la función por dos o tres ocasiones con los mismos resultados. La llegada de la televisión trastrocó los gustos y las inclinaciones de los ciudadanos y las cosas cambiaron y se dirigieron a otras inclinaciones a las que tuvimos que ir acostumbrándonos. Hoy, la tecnología de la televisión ha rebasado toda expectativa y ha alcanzado niveles insospechados para bien y para mal. No es lo mismo asistir a una sala de cine y ver las películas en pantalla gigante con sonidos, movimientos y efectos especiales que ver la misma película en una pantalla de televisión, pero eso hemos aceptado y la práctica es parte de la cotidianidad. Hemos vivido momentos distintos

En los colegios estaban implementadas asignaturas que tenían que ver con las vivencias fundamentales de la época. Me refiero a “taquigrafía” y “mecanografía” y aunque constituía un suplicio el recibirlas no entendíamos su importancia. Sin embargo, al pasar el tiempo, entendimos el papel fundamental que jugaron en la cotidianidad y en el ejercicio profesional. Vivimos la presencia de las máquinas de escribir manuales, portátiles para los aprendices y novatos, grandes, muy grandes con rodillos gigantes para hacer los roles de pagos de instituciones y empresas. El cambio fue inmenso cuando llegaron las máquinas de escribir eléctricas muy difíciles de manejar porque no podíamos repisar las letras y para arreglar los errores se había inventado unos papelitos pequeños llamados correctores que fueron la salvación de los que no dominamos la mecanografía. Todo se acabó cuando llegaron las computadoras que constituyeron, en un principio, un acto de magia. Teníamos noticias y habíamos visto fotos y videos de los grandes cerebros electrónicos que físicamente llenaban cuartos y salas inmensas y pensamos que nunca esa tecnología iba a estar al alcance de nuestras manos. Pero la tecnología va achicando cada vez más las máquinas y elevando su aplicabilidad y eficacia hasta llegar a lo que hoy conocemos y tenemos: las laptos, las tablets, los teléfonos celulares y en fin todo lo que aún no nos llega y lo que se está por inventar. Dije que era magia porque escribimos en un papel que no existe, escribimos y ya no podemos tachar sino borrar, deshacer, corregir, rehacer. Es decir, nos facilitaron el escribir y no solamente eso sino hacer dibujos, poner colores, diseñar figuras y en fin, hacer tantas cosas que mi ignorancia y desconocimiento no me permiten mencionarlas. Vivimos épocas distintas y la de la computadora es la época del después más notable. Haciendo una retrospección pienso que no nos imaginábamos hasta dónde íbamos a llegar. Bien por aquello.

Algún joven que no había visto el funcionamiento de una máquina de escribir, en la primera ocasión que vio funcionar el artefacto comentó lo siguiente:

  • Que buen aparato. Al mismo tiempo que se escribe también se imprime.

Si no teníamos cuidado, los manchones en los cuadernos era parte de la cotidianidad y de la rebaja en las calificaciones porque teníamos que escribir con plumero y el infaltable frasco de tinta de dónde alimentábamos a dicho aparato para poder seguir escribiendo o dibujando. Al no tener la pericia del caso, las gotas de tinta del plumero o del frasco, con frecuencia, caían en las hojas de escritura y esto constituía un castigo porque nos tocaba volver a escribirlas en hojas nuevas con más cuidado y precaución. Para escribir o dibujar era necesario contar con un aditamento especial que era el “papel secante” que era un papel especial, absorbente que se adquiría en las librerías para aplicarlos sobre lo que se escribía para secar rápidamente la tinta e impedir que esta se deslizara por las hojas de papel. Fue un gran avance la llegada de los estilógrafos que nos permitieron aligerar la tarea porque ya no era necesario estar a cada instante metiendo el plumero en el frasco de tinta para proseguir con la tarea. El estilógrafo se cargaba con una buena dosis de tinta que alcanzaba para mucha tarea con mayor limpieza y buenos resultados. Pero fue otra vez la magia la que salvó la vida de los estudiantes: apareció el esferográfico que nos facilitó definitivamente la vida. Este invento, junto a los marcadores de colores, cambiaron nuestra existencia y aligeraron las labores. Ya no se necesitó nunca más el papel secante ni los sacapuntas, ni las navajas ni las hojas de afeitar con las que procedíamos a sacar punta a los lápices y a los de colores. Hoy la tecnología nos ofrece una gama inmensa de artefactos que agilitan las taréas pero indudablemente el esferográfico es uno de los más importantes aportes para la vida de los estudiantes y de todo profesional. Tamaño, costo y aplicabilidad son los principales atributos de este pequeño pero efectivo invento.  Sería deshonesto de mi parte si dejo de mencionar otros inventos extraordinarios que facilitaron la vida y me refiero a los portaminas, los lapiceros y los rapidógrafos que tanto bien nos hicieron y tanto trabajo nos ahorraron.

A propósito de una parte del acápite anterior debo señalar que Otavalo y creo que todas las ciudades del mundo estaban pobladas por muchas peluquerías y barberías, ya que todos los hombres, salvo algunos pocos que disponían y manejaban adecuadamente las navajas para rasurar la barba, el resto tenía que asistir a que un barbero lo hiciera, hasta que aparecieron las primeras afeitadoras manuales en base a hojas de afeitar, mal llamadas con el nombre genérico de gillets, que era la marca del producto. Luego, aparecieron las afeitadoras eléctricas y por último las afeitadoras desechables que aportaron al bienestar de los hombres y el acabose de las barberías y los barberos que solícitos nos atendían con las navajas bien afiladas en una correa de cuero que colgaba de los asientos destinados para los clientes. Nos atendían con la espuma obtenida de la frotación de una brocha en un jabón especial, con los paños calientes al finalizar la rasurada y la infaltable colonia para cerrar los poros. No había salones de belleza y cuando estos aparecieron estaban destinados a la atención de las féminas con las permanentes, los cortes de pelo, los tintes y demás tratamientos dedicados a la belleza de las mujeres. Para los hombres en esos viejos tiempos fue pecado mortal asistir a los salones de belleza a realizarnos algún tratamiento o un simple corte de cabello: Eso era, en esa época, cuestión de maricones (tan equivocados estuvimos). Hoy disponemos de todas las comodidades y peluquerías, y los salones de belleza están destinados a los tratamientos que cualquiera de los dos o más géneros los requieran. Las barberías virtualmente desaparecieron y fueron sustituidas por las ya mencionadas afeitadoras desechables de una, dos, tres o más hojas, de las espumas de afeitar en recipientes de todos los modelos y todas las fragancias, las cremas para cerrar poros y tratar la piel estropeada y todas las lociones habidas y por haber para refrescar la tez. Vivimos las épocas que la suerte nos deparó con la añoranza de que en nuestra juventud las peluquerías eran el reducto de las jorgas de Otavalo. Cada grupo tenía como lugar de concentración la peluquería de algún amigo, conocido, familiar que acogían y que constituyeron el refugio de donde se planificaban los amores, las parrandas y las picardías propias de la edad. Hoy las rasuradas son un proceso individual y solitario; en el pasado fue un hecho colectivo, participativo y lleno de humor y vaciladas.  

Cuando cursaba el tercer año de la Universidad apenas pude llegar a conocer y medianamente a manejar la regla de cálculo y cuando ya estaba en el ejercicio de la profesión, pude conocer, adquirir y manejar las calculadoras. En nuestra época, era sinónimo de gente retrasada quien no dominaba las tablas por lo menos hasta la del nueve, pero el invento de la calculadora cambió todos los planes, la metodología, la didáctica y la pedagogía de la enseñanza. El uso del mencionado aparato estaba prohibido dentro de las aulas a todo nivel, pero en especial en el ciclo de la primaria. Esta prohibición constituyó remar contra corriente y hubo que aceptar el uso y el abuso de la calculadora a tal punto que, en determinadas especialidad de la educación media, se tenía que solicitar calculadoras científicas y hubo que establecer parámetros para el buen uso de las mismas. En las universidades se solicitaba a los estudiantes calculadores de altísimo contenido científico, a tal punto que había que estudiar y reestudiar el manual de uso para aprovechar las bondades de semejante invento.

Es importante indicar a las nuevas generaciones el uso de determinados aparatos en la vida cotidiana de las familias. En primer lugar, debo referirme a las máquinas de coser que, en un inicio, funcionaban manualmente haciendo rotar a una rueda que se encontraba al costado de la máquina y que las personas más hábiles la manejaban con una mano mientras con la otra guiaban la tela para producir el cosido. Algunas personas tenían que solicitar la ayuda de otra persona para que hiciera rotar la rueda mientras la costurera deslizaba la tela y lograba un acabado más perfecto. Luego apareció la máquina de coser de pedal con lo que ya hubo de utilizar pies y manos para los efectos de la confección; y, por último aparecieron las máquinas eléctricas en una infinita variedad: para costura recta, para quingos, para unir piezas, para bordar, para…..para….todo. Es una buena muestra de la vida vivida en épocas distintas, en las cuales pudimos disfrutar de las cosas elementales y luego, de las sofisticadas. No quiero dejar de señalar la actividad de las amas de casa que se pasaban horas de horas zurciendo los calcetines embonados en focos que habían cumplido su vida útil.

En pocos hogares se preparaba los alimentos en cocinas de leña que eran fabricadas con metales y diferentes compartimentos para alimentar el fuego. Era  un pequeño túnel con puerta de seguridad para aprovechar el calor en su máxima expresión. Tenía además una plancha plana y grande donde se colocaban las calderas y demás utensilios para elaborar la comida y unas tuberías cercanas a las llamas para calentar el agua depositada en un gran tanque que servía para lavar los trastes con agua caliente o para conducir el agua a la ducha, hasta la llegada de las duchas eléctricas y los calefones. Estas instalaciones eran un privilegio en ciertas casas que podían contar con los recursos necesarios para adquirir dichas cocinas. En la mayoría de hogares se cocinaba en tulpas o fogones que eran adecuaciones hechas con varillas planas o redondas sostenidas sobre piedras y sobre las cuales se colocaban ollas, peroles, calderas de hierro, cazuelas de barro, tiestos para el tostado yanga, ollas de barro y cualquier dispositivo que soportara la llama producida por la leña. Para cosas ligeras y rápidas, se contaba con los reverberos a gasolina que siempre constituyeron un peligro pero, como decían los antiguos, eran un mal necesario. El reverbero era un aparato que tenía en la parte baja un tanque en el que se depositaba la gasolina, un cabezote al que se calentaba con un poco de alcohol, un shiglor que frecuentemente se taponaba y para destaparlo se necesitaba una aguja ubicada en el extremo de una pequeña lámina de hojalata, cuyo uso requería habilidad y buena vista para embonar la diminuta aguja y mediante un adecuado bombeo, lograr destapar el sistema. Aparecieron luego las cocinas que funcionaban con kerex (un débil derivado del petróleo) y más tarde, los reverberos y las cocinas eléctricas que estaban hechas en base de niquelinas que con frecuencia se quemaban y los repuestos eran escasos. Se inventó un aparato muy peligroso en base a una niquelina que envolvía cierta pera de cerámica y que se introducía directamente en el agua para calentarla o para que hirviera; pero esto era un verdadero suicidio. Los hogares con niños pequeños se aliviaron en calentar los biberones, cuando llegó al mercado un dispositivo eléctrico (mucho más seguro que el anterior) rodeado de agua y en donde se embonaba el biberón produciendo, en muy poco tiempo. el calentamiento de la leche o el preparado para los niños. El alivio fue mayor cuando llegaron los famosos “termos” de uso dilatado hasta los actuales días. Hoy, con mucha eficacia contamos con cocinas a gas e inclusive a inducción y los dispositivos siguen llenado de facilidades los hogares como el uso de  microndas. Otros inventos inventos han facilitado la tarea en la cocina. Hoy se cuenta con licuadoras, batidoras, exprimidoras, asistentes de cocina, cuchillos eléctricos, ollas de presión, ollas de varios pisos donde se cuecen los alimentos solos y con desconexión automática, ollas arroceras y un sinfín de artefactos que han ayudado a la tarea. Añoramos algunos alimentos como las tortillas de tiesto, el tostado yanga, el arroz de cazuela y otras comidas de sabores diferentes a los actuales con sazones a la criolla y naturales. Hoy tenemos una infinidad de aditamentos para sazonar, condimentar las comidas al escoger e inclusive tenemos comida enlatada, instantánea, en sobre y en cajas, de tal manera que se destapa se pone en agua o en leche. Luego, al microondas y ya está. Una gran ventaja para las carishinas. No es una crítica sino un señalamiento de la evolución en otro ámbito de la vida y nosotros fuimos los actores de las dos épocas con sus logros y dificultades.  

 

 

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Washington Ramiro Velasco Dávila

Licenciado en Ciencias de la Educación, especialidad “Físico Matemático” por la Universidad Central del Ecuador.

Profesor de la Universidad Católica Sede en Ibarra,  de la Universidad Técnica del Norte y  de la Universidad de Otavalo

Miembro de  C.E.C.I. (Centro de Ediciones Culturales de Imbabura,  Director Ejecutivo del Movimiento Cultural “La Hormiga”.

Publicaciones:  Los Avisos y otras Narraciones. (Cuentos), La Pisada (cuentos), · Otavaleñidades. (Ensayos) y El Chaquiñán (Novela)

 

 

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  • homeLa autora Dorys Rueda, 13 de Febrero del 2013.
  • mailelmundodelareflexion@gmail.com
  • mapOtavalo, Ecuador, 1961.

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