Camino sin rumbo cierto por estas calles abandonadas que, hace pocos años, estaban llenas de vida y de color; ahora solo veo las huellas de mis pies sangrantes, llevo el corazón herido, la sombra de mi soledad a cuestas y añoro enloquecido el regreso de mi amor, mi único amor. El tiempo pasa y mis decisiones no han cambiado: —No abandonaré el pueblo que me vio nacer; no me endeudaré para pagar ese viaje tramposo que conduce a un cielo mentiroso o a una muerte segura. Tampoco quiero aprender otro idioma: me basta el mío para decir lo que siento.
- No soy un cobarde si confieso que tengo miedo de lugares desconocidos, de personas diferentes que me mirarán como un intruso, como alguien que viene a llevarse lo suyo. Cumpliré mi promesa de esperarte en nuestra choza. El amor crecerá cada día como lo hacen las hermosas flores del campo, el pueblo volverá a pintarse de colores alegres, la cantina abrirá sus puertas y todos los amigos nos reuniremos para ver el fútbol, beber sin medida y gritar hasta morir.
Ayer, se marcharon los compadres que construyeron esa casa bonita, con el dinero que enviaron los hijos. —Estamos viejos, necesitamos un médico, medicinas y un cura para que bendiga este pueblo que parece maldito. -No pude detenerles; todo lo que dijeron es cierto; el médico que solo venía tres veces en el mes dejó de hacerlo porque ya no había niños a quienes atender, ni padres que pudieran pagar. El cura también se fue y nos recomendó salir porque el lugar se quedaba sin habitantes y la culpa era de la codicia. -No entendí esa palabra, pero creo que quiso decir: el anhelo de ser ricos, porque así es, desde hace un buen tiempo todos luchan por tener la casa más grande esperando su regreso…
-- Dicen que volverán con suficiente dinero para comprar campos, tractores, útiles de labranza y pagar obreros para engrandecer sus tierras. Todos quieren pasar de obreros a hacendados y quitarse de encima la hoz del prestamista.
-Yo tengo el motivo más grande para no correr tras los otros, la promesa de esperar tu regreso, de cumplir el juramento de empezar nuestra vida juntos, como lo dijimos aquella madrugada, cuando decidí que quería vivir contigo en nuestra humilde casa, con nuestros animales, cultivando el campo de nuestros mayores. Cada mañana me pregunto:
—¿Por qué tardas tanto? —¿Acaso has encontrado otro amor? Tal vez un joven diferente te ha hechizado con su canto. Siento que mi cabeza da vueltas, que estos pensamientos aceleran mi corazón; sospechar que otro hombre esté cerca de ti me impide respirar, me quita el hambre y la sed, entonces solo quiero volver a la casa y repasar nuestras horas felices.
Aquella noche de San Juan, cuando bailamos veinte y cuatro horas como lo dice la costumbre y ya cansados regresamos a nuestras casas, pero no queríamos que la fiesta terminara y decidimos ir al río, nadamos, allí dejamos el cansancio, nos tendimos en la playita y no sé en qué momento nos buscamos, nos amamos sin miedos ni reproches, la empinada montaña y el cielo azul sonreían, el tibio sol y el rocío de la mañana humedecían tu cuerpo, -esta felicidad no se compara con nada, me dijiste-, perdimos la noción de nuestras vidas en esos momentos de pasión y entrega; fue la primera y única vez, suficiente para no olvidarla mientras vivamos y ahí surgió la promesa, la promesa que yo cumpliré, aunque ello signifique quedarme solo y morir. —Desde aquel día eras mi novia, el amor de mi vida.
-Maldigo a quien te dijo que aquel lugar de ricos y felices era mejor que nuestro pueblo. Al prestamista que estuvo presto con el dinero y los papeles, que embargaban mis campos y los tuyos. Y mi debilidad al aceptar esta partida: prometías que con el dinero que conseguirías pagarías la deuda y mejoraría la economía para pensar en los hijos, en muchos hijos que serían los herederos. - ¿Por qué te dejé ir? Un día lejos de ti es una eternidad; han pasado tantos que ya perdí la cuenta. —¿Y si estás muerta?, dicen que para llegar a ese paraíso hay que cruzar un río tormentoso, caminar días y noches, viajar en camiones todos amontonados, sufrir hambre y desprecio. Tú, la dueña de mi corazón, atravesando ríos y caminando desiertos ¿para qué?
Anoche fue terrible; - el río furioso, venía cargado de palos, árboles, tierra, animales muertos, arrastraba todo lo que encontraba en su camino; la lluvia no paró, azotó mi puerta y sin ningún temor ingresó llevándose todo lo que encontró. La montaña se venía abajo, el viento silbaba inclemente, la casa temblaba y yo aterido de frío, con tu chal en mis brazos abrigando mi corazón, casi arrastrándome, alcancé la figura de San Juan, aquella imagen testigo de nuestro amor. Y así, con mis reliquias queridas, mirándote hermosa, con muchas flores adornando tu pelo, sintiendo la tibieza de tu cuerpo, me dejé arrastrar por el lodo que veloz todo lo cubría y empujaba a su paso el pueblo y la promesa de que algún día, en algún lugar, estaremos juntos.