LAS SILLAS VACÍAS
Las sillas vacías Esa tarde, el periodista Xavier Cerda encendió un cigarrillo, lo dejó reposar en el cenicero, y escribió: “En la cabecera de la mesa, los forenses encontraron el cuerpo de Ricardo Braun, dormido para siempre con su uniforme de capitán de la Armada. A su costado derecho, su esposa, Ana Márquez, y su hija, Lucía, yacían desparramadas sobre sus sillas, como dos convidadas de una siesta perenne”. Los detalles proporcionados por el inspector Azanza le parecían exactos, correspondían a un hecho macabro, sensacional, ideal para la crónica. “Además de las víctimas, en la mesa se podían apreciar dos puestos con toda la cubertería, servilletas y platos vacíos”, continuó. Cerró los ojos un momento, recordó el cuadro de Guayasamín en la sala de aquella casa enorme y lujosa como palacete. “Al fondo, un rosario verde sostenido con fe ciega por unas manos cuadradas, en un juego de luces y sombras, parecía un símbolo contradictorio de aquello que le faltó a esa familia: fe”. Quería continuar con la descripción de los móviles del asesinato, pero lo desviaba lo impecable de la escena: el mantel de seda, el vino importado, los cubiertos de plata. Sus sentidos se llenaron sin querer con el olor de los langostinos al ajillo. “Las víctimas lucían sus mejores joyas y una apariencia tan elegante como sobria. Cuando ingresaron los forenses, todavía podía percibirse el perfume Chanel impregnado en los cuerpos” prosiguió. Se repitió que era mejor dejar de adornar el hecho con elucubraciones y prefirió presentar lo lógico: “Antes de envenenar la salsa con Tetrodoxina (TTX), una sustancia mortífera de origen marino, el almirante Braun se aseguró de colocar un sobre junto a su mano derecha, el cual contiene la clave de este macabro suceso”. Cerda no requirió abrir la copia del escrito suicida para concluir el punto clave de la crónica: la familia estaba quebrada y quiso despedirse con estilo. ¿Imposición de Braun?, ¿decisión colectiva? Por un momento los vio como una sarta de alacranes inoculándose un veneno mortal. Pero si eso era lo que se observaba, ¿qué había detrás de lo que no?, sobre todo de aquellas dos sillas vacías. ¿Quiénes eran los convidados invisibles? “La tragedia pudo haber sido peor”, prosiguió Cerda, “pues esa noche la familia esperaba a dos invitados que no asistieron: Fabián Cetre, el novio de Lucía Braun, y Luis Menéndez, un amigo cercano a Braun y ex compañero en la Armada”. El periodista recordó las palabras de Azanza, los motivos de las excusas de Cetre y Menéndez para ausentarse a la cena: “Usted pregunta cosas que todavía se investigan, pero para mí es claramente un suicidio”, le dijo apuntándolo con un esferográfico. El detective le confirmó que Cetre había sostenido un altercado con Lucía Braun la tarde anterior a la cena. “Hay testigos que afirman que salió de la ciudad intempestivamente y solo regresó después del suicidio de la familia”, mencionó orondo. Azanza fue tan hermético que acaso le permitió inquirir en las razones que pudo haber tenido la familia para mantener la invitación al novio. Tampoco le resultaba extraño que todos los testigos investigados fueran conocidos de Cetre. ¿Qué había de la segunda silla, el segundo convidado? “Si a Fabián Cetre lo salvaron las diferencias que tuvo con Lucía Braun, a Luis Menéndez lo rescató de la muerte una llamada, un vuelo que debía abordar de último momento”, escribió Cerda. Le dio una chupada al cigarrillo y recordó las palabras del editor del periódico acerca del caso: “Es imposible que no existan mensajes de texto, chats, fotos o pistas en las redes sociales”, precisó sin quitarle la mirada, “indaga”. Cuando preguntó del tema, Azanza le sacó copias impresas de un registro puntual de llamadas y dos copias de mensajes de texto, que Cerda volvió a repasar: -“Lucía: Es muy importante que vengas a la cena de esta noche, mi amor. - Fabián: Debemos enfrentarlo Lucía, he descubierto que no tengo en mi vida como meta casarme. No voy a ir, he sido sincero contigo. -Lucía: Miserable… ¿Y todo el dinero que invertimos? - Fabián: Te lo dije: yo te devolveré hasta el último centavo…” En realidad no le parecía tan impactante la historia de fondo, como la falta de olfato del sabueso que indagaba el caso. ¿En serio no le llamaba la atención, este fragmento ni que Cetre bloqueara a Braun en su teléfono celular y en sus redes sociales? Con el segundo convidado había menos pistas, conversaciones sin importancia, acerca de negocios, detalles de la vida cotidiana de dos ex compañeros de armas. Según Azanza, Menéndez era el único que conocía que la empresa “Químicos Braun” estaba quebrada. “¿No le llama la atención, siquiera un poco, que Menéndez tuviera en su historial el haber sido director del Laboratorio de la Armada?, ¿qué conociera del negocio tanto como Braun?”, preguntó a quemarropa. “Claro que conocía la situación de esa empresa, si era el socio y mejor amigo del almirante… Mire, no sé a dónde quiere llegar, Usted, señor periodista, pero esto no es un juego, a ninguno de los dos invitados se los puede incriminar”, le remarcó. “Además, a confesión de parte relevo de culpas: el almirante se sintió cercado por las deudas, eso lo llevó a tomar la fatal decisión, lo escribió él mismo”. Cerda se lo planteó en serio: “¿Y no será que los dos invitados conocían lo que sucedería y tenían motivos de fondo para no evitarlo? ¿Acaso la nota suicida de Braun tiene su puño y letra?”, insistió. La mirada de plomo del oficial se le hizo densa. Trató de develar qué le molestaba más: el hecho de que él, un periodista, quisiera hacer su trabajo o el hecho simple de no tener pruebas ni pistas para responder la pregunta. “Ese regordete sargento detesta los cabos sueltos”, pensó. Se llevó el cigarrillo a los labios y escribió: “Walter Azanza, el investigador de la Policía que lleva el caso, sostiene que ni Cetre, Menéndez u otro familiar o conocido tenían una pista del hecho macabro”. Cerda exhaló humo, volvió a repasar los mensajes de los novios, sintió pena por Lucía. “Tan bella, tal vez si me hubiese conocido”, rio. Prosiguió con su escrito: “La boda de Braun y Cetre estaba prevista para diciembre, no obstante la suspendieron debido a un desacuerdo sentimental”. Antes de pasar a la nota de Braun, un monumento épico a la locura, veneno salpicado en líneas para justificar una decisión que, al final, nadie aceptaría, Cerda pensó que existe una buena razón por la cual pocas veces se publican íntegras las cartas de un suicida. “Seguro el editor las corta”, razonó. ¿Qué decir de Menéndez?, se volvió a preguntar: un viejo lobo de mar, compañero de Braun en muchas jornadas de su vida. Azanza le entregó la copia textual de su confesión: “Nunca pensé que Ricardo tomaría esta decisión, estoy inmensamente conmocionado. No me imaginé que se envenenaría y menos con su familia, y su esposa, a la que tanto yo quería”. Antes de terminar la crónica, sintió una necesidad que le llevó a escribir las líneas que nunca se publicarían con dos protagonistas que acaso se conocían mucho antes. “Ambos se miran ahora mismo, sentados tomándose un café, seguros de la coartada que fabricaron”. Borró. “En todo caso, esta sí está perfecta”. Estrelló la colilla contra el cenicero.
John Solís Rodríguez (Quito – 1974 es licenciado en Comunicación con especialización en Literatura por la Pontificia Universidad Católica del Ecuador (PUCE - 2005) y técnico superior en Relaciones Públicas (Instur 1998). Como periodista se ha desempeñado en varios medios de comunicación e instituciones públicas.
En 2001 obtuvo el tercer lugar en el Primer Concurso Interuniversitario de Cuento (2001). Sus relatos han sido reconocidos con menciones de honor en la Bienales “Pablo Palacio” (2001) y “De las Flores y las Frutas” (2007 y 2009). También en concursos internacionales como “Club de Leones de Montevideo” (2012), “Versos Compartidos” (Montevideo 2015) y Universidad de Mason (Virginia – EE.UU. 2017).
En 2012 fue galardonado con el primer lugar en el concurso “Órbita Literaria” (Barcelona – España 2012), mientras que en 2016 obtuvo el primer lugar en el Concurso de Relatos “Mirador de Alcarria”, tras lo cual su obra “Buen Morir y otros relatos” fue editada (Castejón – España 2016).
Su proyecto “Voces y Ecos de la Memoria Viva del cantón San Vicente” publicó un libro que incluyó la investigación realizada en las comunidades montuvias de Manabí y la presentación de la obra de teatro infantil “El Duende Enamorado”, con apoyo del Instituto de Fomento de las Artes, Innovación y Creatividades (Ifaic) y el GAD de San Vicente.
En 2011 publicó el libro “Cantuña y otras leyendas ecuatorianas”, obra que presenta, con una mirada renovada, a los personajes de las leyendas y al Ecuador en distintas épocas y regiones naturales.
En octubre 2019 presentó su libro de relatos “La Muerte Enamorada” en la Casa de la Cultura, que incluye una antología de relatos escritos en distintos momentos de la vida de su autor.
(cortesía del autor)
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