PADRE HENRY RODRÍGUEZ

“SER PESEBRES VIVIENTES” ES EL VERDADERO LLAMADO DE LA NAVIDAD

 

  

 Por Dorys Rueda

 

En la comunidad de Bethania, situada en el corazón del Valle de los Chillos en Quito, Ecuador, se levantan dos importantes edificaciones dedicadas a la formación de las futuras generaciones de sacerdotes: el Curso Propedéutico San Luis y el Seminario Mayor San José. Ambos funcionan bajo la dirección de los Padres Operarios Diocesanos en colaboración con sacerdotes del clero secular, conformando un equipo formador dedicado a la preparación integral de los seminaristas.

 

 

Hoy tengo el privilegio de conversar con el padre Henry Rodríguez (Honduras, 1982), director del Propedéutico San Luis, una institución clave en la formación de jóvenes que inician su camino hacia la vida sacerdotal.

Al llegar, me recibe un entorno que irradia paz y armonía. Sus hermosos jardines, meticulosamente cuidados, parecen ser un reflejo del propósito y la serenidad que definen este lugar dedicado a la formación espiritual y académica.

Camino lentamente hasta la entrada principal de la casa. Subo los escalones que conducen a la oficina del padre. Allí, me recibe con una sonrisa amable y un abrazo lleno de generosidad. Ese gesto, más que una bienvenida, parece expresar la esencia de su vocación: acompañar y guiar con cercanía a quienes llegan con el corazón abierto. Con ese ambiente de confianza mutua, nos preparamos para iniciar la entrevista.

 

 

Le pregunto con interés qué significado tiene la Navidad dentro de la hermandad de los Operarios Diocesanos.

El padre Henry, con un gesto solemne, entrelaza sus manos frente a él. Su voz, clara y sincera, adquiere un tono que invita a la introspección:

“La Navidad nos llama a contemplar el misterio de la encarnación de Dios, un acontecimiento que revela la grandeza de lo humilde. En el nacimiento de un niño frágil y vulnerable, Dios nos muestra su amor en su forma más pura y transformadora. Es en esa pequeñez donde encontramos la manifestación más poderosa de su cercanía y entrega, un acto que nos invita a renovar nuestra fe y nuestro compromiso con los demás”.

Hace una pausa, como si saboreara la profundidad de sus propias palabras y continúa:

“La Navidad nos enseña a descubrir la grandeza de Dios en lo pequeño, en lo sencillo, en lo que el mundo a menudo considera insignificante. Nos llama a detenernos y valorar aquello que el bullicio y las apariencias suelen opacar: la humildad de un recién nacido en un pesebre. Es una invitación a mirar más allá de lo superficial, a contemplar la pureza de la humanidad despojada de pretensiones, y a reconocer que en la fragilidad se encuentra la fuerza transformadora del amor divino. Es un recordatorio de que Dios eligió acercarse a nosotros, no desde el poder ni la grandiosidad, sino desde la sencillez de nuestra condición humana, compartiendo nuestras alegrías, luchas y esperanzas. En esa vulnerabilidad, Dios revela un poder que renueva, sana y redime”.

Con una mirada fija en un punto distante, añade con voz serena:


“La Navidad nos desafía a convertirnos en pesebres vivientes, lugares donde Cristo pueda habitar y reflejarse a través de nuestras acciones. Cada acto de bondad, cada gesto de solidaridad, cada expresión de amor sincero se convierte en un espacio donde la luz de Dios puede brillar con intensidad, llevando esperanza a quienes más la necesitan. En este propósito encontramos el verdadero significado de la Navidad: ser portadores de la presencia divina en el mundo, irradiando el amor que transforma y renueva la vida”.

 

 

La idea de convertirnos en auténticos pesebres vivientes, donde la presencia de Cristo pueda reflejarse en nuestro entorno, me toca profundamente. Inspirada por esta reflexión, le pregunto con genuino interés qué papel desempeña San José en la hermandad de los Operarios Diocesanos.

Con un brillo especial en los ojos, responde con entusiasmo:

“San José es el patrón de la hermandad y el primer rector del Seminario, un espacio donde se forma la presencia viva de Cristo en quienes desean seguirlo. Como artesano, moldeó con amor y cuidado la humanidad de Jesús, dejando una huella indeleble en la vida del Redentor. Aunque a los ojos del mundo su rol parecía secundario, en la historia de la salvación ocupó un lugar fundamental, encarnando en el hogar de Nazaret la virtud del servicio silencioso y la obediencia al plan divino.

Su vida nos enseña que la verdadera grandeza se encuentra en la sencillez, en el amor expresado a través de los pequeños gestos cotidianos. Por eso Jesús es conocido como "el hijo del carpintero," un título que no solo resalta la humildad de su origen, sino que también simboliza la íntima unión entre lo divino y lo humano, entre el cielo y la vida sencilla de los hombres.

Sin embargo, José no era un hombre cualquiera. Descendía de la casa real de David, la dinastía que señalaba el cumplimiento de las promesas mesiánicas. Aunque vivió en el anonimato de una pequeña aldea, su linaje real y su fe inquebrantable lo hicieron el guardián ideal del misterio de la encarnación. Como protector y guía de la Sagrada Familia, nos deja una lección perdurable: el servicio desinteresado y la fidelidad absoluta a Dios son los caminos que conducen a la auténtica grandeza”.

Le pregunto sobre el significado del silencio y la contemplación durante la Navidad, especialmente en un tiempo marcado por el ruido y las celebraciones constantes.

Con calma y profundidad en su mirada, me responde:

 

 

"Hay una frase, cuyo autor no recuerdo, que dice: 'El silencio es la sonoridad de Dios'. Solo cuando logramos acallar el ruido interno podemos escucharnos verdaderamente, conectarnos con nuestros sueños y anhelos, que no son malos si están orientados hacia Dios. Sin embargo, con frecuencia permitimos que nuestro ego tome el centro, buscando ser protagonistas, hambrientos de fama, reconocimiento o premios. El silencio nos invita a reordenar nuestras prioridades, devolviendo a Dios el lugar que le corresponde en nuestra vida. En la quietud del silencio, encontramos la claridad para escuchar su voz y seguir su guía con un corazón renovado". 

Las palabras del padre despiertan en mí el deseo de profundizar en el tema, así que le pregunto con interés qué simboliza el nacimiento de Jesús en los tiempos actuales.

Él entrelaza sus manos, reflexiona por un momento y luego, me responde con una pregunta: “¿Se refiere a lo que simboliza o a lo que debería simbolizar?

Le contesto sin dudar: “Ambas cosas”.

 

Entonces, con un tono pausado, continúa: “Hoy en día, para muchos, el nacimiento de Jesús se ha transformado en una fecha más en el calendario secular. Se asocia principalmente con las vacaciones, las celebraciones, las cenas familiares y los gestos de buena voluntad. Sin embargo, todo esto suele estar profundamente influenciado por el consumismo, que ha explotado y distorsionado el sentido original de la Navidad, desdibujando su verdadero significado.

La Navidad debería ser un recordatorio del acontecimiento más trascendental en nuestra historia de salvación como cristianos. El nacimiento del Niño Jesús es un llamado poderoso para cada uno de nosotros, invitándonos a reflexionar sobre nuestra responsabilidad como creyentes: ser una encarnación viva y actual de Dios para el mundo.

Cada vez que contemplemos al Niño, debemos recordar que usted, yo y todos los que creemos en Cristo estamos llamados a comprometernos a ser un reflejo de su presencia. Que nuestra vida sea un testimonio tan claro y auténtico que quienes nos rodean puedan decir Dios está en medio de nosotros”.

Hace una pausa que yo aprovecho para preguntarle qué enseñanzas de Jesús pueden ayudarnos a enfrentar las crisis sociales durante la Navidad.

Mueve sus manos y contesta con rapidez: “Todo se resume en dos mandamientos: amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos. Pero para amar a Dios plenamente, primero debemos aprender a amarnos a nosotros mismos, aceptándonos tal como somos. Esto implica reconocer nuestra dignidad y responder con gratitud al amor que Dios nos ha dado.

Amar a Dios y a nosotros mismos conlleva la responsabilidad de vivir con propósito y dirección, de encontrar sentido a nuestra existencia. Solo cuando nos aceptamos y respondemos a ese amor divino con plenitud, estaremos verdaderamente preparados para amar a los demás con autenticidad y generosidad."

 

 

Para concluir la entrevista, le pregunto cómo cree que los jóvenes deberían vivir la Navidad. Con una sonrisa apacible y una mirada cargada de reflexión, me responde: “Con mayor sencillez y gratitud”.

Hace una breve pausa, como buscando las palabras adecuadas y continúa:

“Hoy en día, los jóvenes, y en realidad todos nosotros, hemos materializado la Navidad hasta el punto de reducirla a algo superficial. La hemos transformado en una excusa para celebrar fiestas, consumir bebidas y dar regalos. Aunque estas cosas pueden tener su lugar dentro de las tradiciones, no son, ni deberían ser, el centro de la celebración”.

Su tono se vuelve más enfático al añadir: “La Navidad es, ante todo, el cumpleaños de Jesús. Sin embargo, hemos llegado a celebrar este día olvidándonos del cumpleañero, quien es el verdadero motivo de la fiesta. Es como organizar un cumpleaños y dejar al homenajeado de lado, convirtiéndolo en un simple pretexto para nuestra diversión. ¿Qué sentido tiene el cumpleaños sin el cumpleañero? Cuando el foco se pone en los adornos, los regalos y las reuniones, perdemos de vista la esencia de lo que estamos celebrando: el nacimiento del Salvador”.

Con voz serena, concluye:

“Los jóvenes, y todos nosotros, debemos recordar que la Navidad es una invitación a mirar más allá de lo material, a volver al pesebre con un corazón sencillo y agradecido, reconociendo a Cristo como el centro de todo. Solo así podemos vivirla plenamente, como un tiempo de amor, esperanza y renovación espiritual, devolviendo a Jesús el lugar que le corresponde en nuestras vidas”.

La entrevista llega a su término. El padre, con la misma cordialidad que impregnó nuestra conversación, me acompaña hasta la salida del seminario. Nos despedimos con un apretón de manos firme y una sonrisa que refleja la profundidad de lo compartido. Mientras tomo el camino de regreso a Quito, sus palabras permanecen conmigo, grabadas como un eco persistente:

“La Navidad es devolverle a Cristo el lugar central en nuestras vidas, haciendo de nuestros corazones un pesebre donde Él pueda habitar.”

Mientras avanzo por la carretera, reflexiono sobre el poder transformador de este mensaje, un llamado a redescubrir el verdadero sentido de la Navidad y a vivirla con propósito y autenticidad.

 

 

 

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  • homeLa autora Dorys Rueda, 13 de Febrero del 2013.
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  • mapOtavalo, Ecuador, 1961.

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