Sucedió cuando Otavalo era una ciudad pequeña y tranquila y en las noches, en familia, escuchábamos la radio, en especial las emisoras de Colombia, como Caracol y Sutatenza. Noches en que también nuestros padres nos contaban historias que alimentaban nuestra imaginación. Uno de esos relatos era la del “guagua auca”, el alma de un niño que nació y murió sin ser bautizado y que se convirtió en un demonio, aterrando a altas horas de la noche a quienes transitaban por las calles. Los que se habían encontrado con este espectro, habían muerto, echando espuma por la boca.
Una noche salí con unos primos al cine. Todos éramos muy jóvenes y nuestros padres nos habían dado permiso, porque en ese tiempo no era peligroso salir de noche. Cuando se terminó la película, a medianoche, se nos ocurrió jugar al reto de quién era el más valiente y proponer ir todos juntos, a esa hora, al túnel de las cinco gradas. “No, no”, decían unos. “¡Qué va!”, decían otros. “Vamos, no hay que tener miedo”, expresaban unos terceros. Sin decirlo, nos dábamos valor unos a otros.
Llegamos al túnel de las cinco gradas, aunque nunca supimos si en verdad eran cinco o solamente cuatro gradas. En la oscuridad y con el susto encima, a nadie se le ocurrió contar.
Cuando salimos del túnel, escuchamos a un niño que lloraba. Alguien dijo: “Es un niño llorando, es el guagua auca”. Todos, sin esperar respuesta, salimos como flechas a nuestras casas. No pudimos dormir y cuando amaneció, lo único que queríamos es hablar de lo que nos había pasado la noche anterior.
Nos reunimos a las ocho de la mañana y convocamos a más gente. Un primo dijo que había conseguido una estampita de la Dolorosita que estaba bendita, que el padrecito de la iglesia de San Francisco le había dado la bendición. Ya más tranquilos, llevando la estampita, subimos hasta el túnel de las X gradas. Allí nos encontramos con un borreguito, enredado en unas ramas, que lloraba como un bebé. Eran los mismos chillidos que habíamos escuchado la noche anterior y que nos habían hecho pensar que se trataba del guagua auca.
Regresamos calmados y contentos a nuestras casas, sabiendo en nuestro interior, lo miedosos que habíamos sido.