Anita, niña otavaleña de trenzas largas, visitaba la laguna San Pablo con su escuela. Mientras sus compañeros reían y capturaban momentos en fotos, ella permaneció al margen, sumida en el misterio del agua, como quien escucha un susurro lejano.
Entonces, una voz suave emergió entre las ondas:
- ¿Tienes frío?
Anita se estremeció, sorprendida por la calidez en el aire.
- ¿Quién eres? - susurró, con el corazón palpitante.
Soy Nina Paccha. Hace mucho fui una joven como tú. Me ofrecieron en sacrificio para que regresara la lluvia, pero hui con mi amor. Por eso, me transformé en esta laguna.
Anita tragó saliva, las palabras flotaban en el aire como las ondas del agua.
- ¿Y él?
-Se llamaba Guatalquí y, al ver mi partida, gritó al cielo que no quería vivir sin mí. El Taita Imbabura lo escuchó y lo convirtió en árbol. Desde entonces, él es "El Lechero". Nos quedamos juntos para siempre: agua y raíz.
Anita miró la laguna con otros ojos, como si algo hubiera cambiado en ella.
- ¿Sufriste mucho?
-Sí, dijo con voz suave, como el rocío al amanecer, pero aprendí algo: "El amor no debe doler. Ninguna niña debe desaparecer por miedo ni mandato. Debe crecer sin temor y cantar con su propia voz.”
Anita sonrió, con un destello de comprensión iluminando su mirada
Cuando la maestra la llamó, regresó al grupo con paso firme.
Solo ella sintió cómo el viento de la laguna acariciaba su trenza, como un abrazo de la historia, como un murmullo de amor que nunca muere.
Dorys Rueda, Cuentos de leyendas y magia, 2025