En el Año 1910, los vecinos de San Roque se sorprendían de ver caminando por sus calles a un caballero alto, distinguido de ojos azules y barba rubia que solía vestir humildemente y caminar descalzo. Durante muchos años ocupó una tiendita oscura y húmeda que quedaba en la calle Rocafuerte, frente a la iglesia del barrio.

En aquel cuarto tan austero, este singular personaje montó una zapatería con una mesa y unas pocas hormas, planchas de machacar, suelas y otros artículos necesarios para ejercer el oficio de zapatero remendón.

Dos muchachitos sanroqueños ayudaban al extraño zapatero y además de aprender el oficio, ganaban un peso diario más comida, una remuneración que era casi una fortuna para aquella época en que se compraba un huevo por un calé y una gallina ponedora por seis reales.

Toda bondad y gentileza era el "zapatero descalzo" como lo empezó a llamar la barriada. Cobraba muy barato y cuando el cliente era pobre, no le cobraba nada. Fue por eso que la gente le comenzó a conocer después como "El Santo Descalzo".

Los vecinos de Quito veían con ojos incrédulos como todos los domingos el zapatero dejaba su taller a las ocho de la mañana vestido con chaqueta, chaleco de fantasía, camisa con botones de perlas, gemelos de oro en los puños y un bastón con empuñadora de marfil y plata. Pero tanta elegancia contrastaba con sus pies siempre descalzos.

Parecía que llegaba al éxtasis. Oía la santa misa con gran devoción y en muchas ocasiones lo vieron llorar. Llegado a su taller se encerraba y el lunes, como todos los días, abría su taller a las seis de la mañana, caminaba a la tienda y realizaba las compras de la semana. Comía humildemente, pero a sus operarios siempre les  brindó pastas, dulces y finas conservas.

Con los pies desnudos bajaba por la Rocafuerte  hasta llegar al Arco de la Reina, en el hospital San Juan de Dios, luego tomaba la García Moreno o calle de las Siete Cruces para llegar a la iglesia del Carmen Alto, en donde entraba luego a rezar un Ave María y un Padre Nuestro.

Después, se dirigía a la iglesia de la Compañía para asistir a la misa de nueve. Allí tomaba  su reclinatorio forrado de terciopelo rojo y escuchaba todo  el servicio religioso de rodillas.

 

Más allá de la Leyenda

 

Con el tiempo se desveló el misterio del "Santo Descazo". Incluso se descubrió su verdadero nombre, se trataba nada menos que de Miguel Araque Dávalos,  hijo de una de las familias aristocráticas y de dinero de la ciudad de Riobamba.

Muchas suposiciones trataban de explicar porqué una persona de tan alta alcurnia se comportaba de forma tan humilde con toda la gente y aún más con los pobres.

La razón hay que buscarla en los misterios del amor. Don Miguel se había enamorado de una mujer de mala reputación y poco decente y aunque trató de olvidarla, no pudo.

Para tratar de apagar las brasas de la pasión, decidió abandonar su Riobamba natal para irse a Quito donde trató de enamorarse de otras mujeres, aunque nunca lo logró.

Un día leyó sobre el milagro de La Dolorosa del colegio San Gabriel sucedido un 20 de abril de 1906 y desde ahí se encomendó a la Madre de Dios y a cambio de que le hiciera olvidar a la mujer que le robó el corazón,  Miguel se comprometió a caminar descalzo durante un año y trabajar durante ese mismo tiempo como un humilde zapatero.

A la final, logró conseguir olvidar a la mujer, porque esta se fue con un gringo que había venido a trabajar en el ferrocarril. Miguel ya no sufrió más, y dicen que se curó por obra de la Dolorosa, y así ha vivido en el recuerdo de los quiteños como el "Santo Descalzo".

 

Mitos y Leyendas Ecuatorianas, Ariel Clásicos Ecuatorianos, 2015

 

 
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  • homeLa autora Dorys Rueda, 13 de Febrero del 2013.
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