Compilación: Gustavo Dávila Hidalgo

 

Hace muchos años, cuando todavía no existía la luz eléctrica, las brujas de San Roque durante las noches de luna tierna se iban por los aires montadas en sus escobas hacia la ciudad de los mil campanarios y calles desiertas, solo en contadas ocasiones las veían uno que otro borrachito que se había quedado dormido en la vereda y se despertaba asustado con el ruido de sus voces, porque las brujas mientras volaban iban repitiendo:

-¡De valle en valle!. ¡De villa en villa! ..¡Sin Dios ni la Virgen María ¡

Atravesaban a veinte metros del suelo el puente del Vado y así en bandada se dirigían primero al Barrio de San Sebastián para visitar a las Zaldúas, las hechiceras más importantes de Cuenca, con el propósito de aprender nuevas recetas y filtros amorosos.

Las Zaldúas sabían de todo; los padre nuestros y ave marías al revés, los secretos de la cruz de Caravaca, de la manteca de oso y la uña de la gran bestia, para que no se marchite nunca la sábila que amarrada con una cinta roja en el umbral de la casa ahuyentaba a la mala suerte y a los ladrones.

Cortaban la leche de las vecinas chismosas y entrometidas, cuando estas las ponían a hervir sobre el fogón, provocaban hipos y estornudos, hacían que mueran con la peste las gallinas y cuyes de sus enemigos y que el granizo acabe con las coles y lechugas de las huertas.

Dicen que eran las más entendidas para curar el mal de ojo y el espanto de los guaguas con “los pases sobre el cuerpo del enfermito” de la caja de fósforos, el sucre, los clavos de acero, el huevo del día, sacudiendo de tanto en tanto los atados de ruda, altamisa, romero, floripondio, el soplo del buche de trago en la cara del ojeado y las tres cruces de ajo y ceniza en la frente, en el pecho, en la mitad de la barriga. ¡Y santo remedio! El guagua dejaba de llorar en el acto”.

Eran las únicas que tenían las imágenes de los santos negros, San Gonzalo Grande y San Gonzalo Chico, los siete perros gordos, descendientes directos de los antiguos allcus anteriores a la conquista que nunca ladraban, tenían un color desvaído casi sin pelo y lunares en el lomo; servían para calentar los pies de las Zaldúas en las noche heladas de julio y agosto.

Los gatos negros de ojos fosforescentes que dormían sobre las vigas ahumadas de la cocina,  a una orden de sus dueñas saltaban sobre el cogote de los curiosos, clavándoles las uñas entre espantosos maullidos.

Cuentan que la “mama Miche quiteña” fue a buscar a las Zaldúas para que deshagan el hechizo de su hija Rosa Mercedes que tenía un puesto de papas cañarejas en la plaza de San Francisco frente a la “Culibronce”.

Como le está quitando a la clientela un sábado a la una de la tarde la “Culibronce” le hizo la brujería con un plato de puerco hornado y mote, la Rosa Mercedes casi en seguidita de comer cayó con ataques echando espuma por la boca, quedando después como ida y sin poderse mover.

La Mama Miche quiteña entregó a las Zaldúas unos Zarcillos antiguos con oro y perlas “dormilonas disque eran“ la Rosa Mercedes se recuperó a poco, aunque no duró mucho porque a los tres meses la enterraron y la “Culibronce” que había sido también una bruja bien bruja se quedó solita en el puesto de la plaza. Fue la única vez que  alguien pudo a las Zaldúas.

Después de visitar a las Zaldúas, las brujas de San Roque se dispersaban por rumbos diferentes a Santo domingo, al Cenáculo, a San Sebastián, a San Blas, a la Catedral Vieja, a la misma Catedral Nueva hasta sus torres más altas pintadas de azul y blanco, a María Auxiliadora, el Vergel, pasaban de nuevo el Río Matadero a veces bajo el puente porque ya estaba amaneciendo, el Yanuncay, el Tarqui y de ahí a Turi.

Al Valle de un lado a otro, de arriba, abajo, montadas en las escobas, para reunirse al fin en una cueva bien grande, unos decían que era en el Boquerón, otros en los cerros del Cajas, y besar entonces el rabo del diablo que les estaba esperando en forma de chivo con cachos y barba, de la que se escurría como un aceite con el que las brujas se frotaban la cara, los brazos y las piernas y servía para hacerles volar más rápido y a veces volverlas invisibles.

Las brujas se reunían en la cueva los martes y viernes de luna llena y regresaban con el primer canto de los gallos a San Roque untadas con el aceite del diablo, repitiendo nuevamente:

-¡De valle en valle!. ¡De villa en villa! ¡Sin Dios ni la Virgen María¡

Se podía hacer caer a estas mujeres del diablo y atraparles de varias maneras: poniendo en el patio, o en la huerta una lavacara llena de agua y unas tijeras abiertas con las puntas para arriba, pararse quietito y extender los brazos en forma de cruz, como también dejar caer un rosario o detente en el suelo.

Así pasó con una de ellas que cayó en una huerta a la subida del Padrón pero como recién estaba clareando solo pudieron verla que se levantó medio rengueando y se escondió en la higuera que estaba junto a la tapia, cuando fueron a verla no encontraron a nadie.

Alejo Llivipuma recuerda en sus tiempos de soldado allá por 1912, que una noche cuando con otros compañeros hacía la guardia cerca de San Blas, oyeron reír a una bruja encima de sus cabezas:

“Se reía una lindura con el diablo, sostenido en el aire con una escoba entre las piernas, pusimos un escapulario en el suelo, cae allí junto a nosotros se sienta y dice:

-¡Ay señores! No sean malitos, cuidado con ir a avisar lo que me han visto volar ya no he de hacer más.

Entonces estando en eso, dice:

-Les voy a regalar estos zarcillos ¡Unos zarcillones de oro!

Así que recibimos y subimos calle arriba en dirección a la cantina del Sr. Naranjo, se levanta, nos da el traguito:

-Y ahora paguen- dice

…Yendo a pagarle nos encontramos que los zarcillos se habían vuelto majada de vaca.

Viéndonos asustados el Sr. Naranjo dice:

-Esto les debe haber dado una bruja que ya vive años aquí en San Blas.- Ella era buena cocinera hacía caldo de borrego, caldo de patas, esto era cuando había allí una plaza de ganado y en la época en que la bajada del puente del Vado era descanso de los leprosos o lázaros que iban con unos lindos caballos blancos.

 

 Mitos y Leyendas Ecuatorianas, Compilación, Quito, Ariel Clásicos Ecuatorianos, 2015.

 

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  • homeLa autora Dorys Rueda, 13 de Febrero del 2013.
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