Cuentan que había una muchacha casandera, donosa y poseída de vanidad, de esa pasión que a muchos ha perdido. Pues bien, esta joven para ser más atractiva, se bañaba todos los días. La mamá le prohibió porque temía que su hija se perdiera a causa de su vanidad.
Como la muchacha no le hizo caso y desobedeció, la madre le maldijo diciéndole: “vivirás para siempre como pez en el agua”. Súbitamente la joven se transformó en sirena, mitad pez, mitad mujer. Quedó encantada y a vivir para siempre en los sitios donde hay agua abundante y limpia para bañarse.
Para cumplir la terrible maldición materna tenía que cantar melodiosamente y pasárselas así hasta que asome un hombre, converse con ella largamente para desencantarla y volver a ser lo que fue: una muchacha colmada de ilusiones, alegre y vanidosa.
La sirena se enamoró del lugar y decidió pasar en el Cucho por algún tiempo. Quería atraer con sus cantos a los numerosos hombres que acudían al molino desde la madrugada y que dormían en él hasta que los toque el turno de hacer moler el trigo o maíz.
Cierta ocasión, llegaron marido y mujer cargados con sus granos para la molienda. Mucha gente esperaba el turno. Seguramente les tocaba pernoctar hasta que el molinero les llame. La mujer se acurrucó en el corredor mientras el marido se fue a la acequia a “echar aguas”. En esto estaba, cuando oyó cerca de él una canción muy bonita y luego otra y otra. Atraído por tan singular suceso, trató de dar con el sitio de donde provenía el canto. Al poco rato de caminar se topó sin dificultad con una bella señorita que le espetó una serie de frases como esta: “hace miles de años vivo en el agua como un pez y atraigo a los marineros y toda clase de gente con mis cantos melodiosos, me gusta estar a solas con un solo hombre para ver si me desencanta”.
Este encuentro feliz sólo raras veces se da… ay, pero que veo y rápidamente se zambulló en la acequia. Ese rato llegaba su mujer que había quedado acurrucada en el corredor y asiéndole bruscamente del poncho a su marido le increpó:
Qué estás haciendo aquí?, vamos, ya nos toca el turno, con quién estabas conversando?
Con nadie, mujer, vamos al molino.
Cuentan que la sirena del Cucho gusta mucho de sentarse en las aspas del molino a cantar en verso. Dicen que había en el pasado jóvenes tabacundeños que iban a propósito al Cucho a escuchar el canto de la sirena, copiar los versos que oían y después cantarles a las chiquillas del barrio en las serenatas nocturnas.
El Cóndor Enamorado, Taller Cultural Retorno, 2005.