Por: David Pacheco Ochoa
La hermosa dama
Cuentan los entendidos en esta clase de leyendas criollas que hace muchos años, en una de las tristes y añejas calles de la ciudad, vivía una preciosa paisana que lucía en su rostro ovalado, cual muñeca de marfil, dos hermosos ojos negros, que si era de día herían con su mirar; y si era de noche fulgían cual dos luceros en ronda astral de plenilunio.
Por sus finos modales, su donaire y galanura, a pesar de ser quinceañera semejaba una perfecta dama a la que muy pronto habría de llevarle su príncipe azul hasta las gradas del altar.
Su edénica mansión
Como toda tradicional familia lojana ella era dueña y señora de una linda casa solariega. Como tal, en su amplio y alegre huerto variados árboles frutales ostentaban su verdoso follaje, no digamos las rosas, los claveles, las violetas y azahares que perfumaban el jardín.
A este encanto de paisaje y regalo de natura, se añadía la circunstancia de que esta fascinante mujer era hija única de esa respetable familia vecina de la calle Juan J. Peña. Cuando esta bella criatura asomaba a su balcón o miraba tras las celosías, era objeto de admiración y cariño de todos cuantos tenían la dicha esquiva de mirarla, o el encanto supremo de escuchar su voz, o la suerte inefable de estrechar sus delicadas manos.
Su primer y único amor
Como en toda novela y como en todo romance, muy pronto esa Venus viviente llena de juventud y de hermosura no tardó en ser herida por las flechas de Cupido.
El afortunado mortal en todo caso dicen que fue un militar, talvez de aquellos de los tiempos heroicos o talvez mucho de más antes, de aquellos tiempos en que abundaban los soldados chapetones que arribaban a estas playas en busca de fama, gloria y fortuna.
Ante tanta belleza, ante tanto esplendor de primavera femenina es de imaginarse cuán dulces y largas serían las horas de idilio, cuántas las promesas de un amor eterno e inconmensurable, cuántos los juramentos de inquebrantable fidelidad, cuántas las caricias de ciega idolatría propias de un amor primero, abrasador y subyugante.
Huelga comentar que el resultado de la férvida pasión entre los dos enamorados, fue como siempre, ella se rindió de alma, vida y corazón, en los brazos de su adonis. En la imponente soledad y quietud de su alcoba, pasado poco tiempo, se dio cuenta de que era demasiado tarde para arrepentirse y haber escanciado inconscientemente la copa inefable del amor.
La cruel separación
En medio de tanto idilio, el amante, por fuerza de su carrera tuvo que ausentarse de estos lares, dejando sumida a tan bella dama en la más cruel y desgarrante desesperación…
-No sé si volveré –le dijo al partir.
-Y si regresas, ya no me encontrarás –dijo ella.
No tanto por el dolor de la ausencia ni el infortunio de una juventud perdida, si no por el grito desgarrante de un alma irremisiblemente traicionada, cierto día se cegó la vida de la primorosa dama.
Pasaron los años
Trashumantes como somos los mortales, en gran mayoría, después de mucho tiempo regresó el ausente y a su retorno lo primero que hizo fue pasar por la calle donde él recordaba vivía el más grande amor de su vida.
Forastero desconocido, para entonces, sin tener a quien contar el secreto que llevaba guardado en su corazón desde el día de su partida, resolvió esa misma noche pasar por el balcón donde solía asomar y conversar su adorada. Así que el vecindario fue envuelto por las tinieblas de la noche y acaso sólo la luna rielaba fugitiva y semiescondida por entre gigantes y espumosos nubarrones, el mentado sujeto se endilgó por la estrecha calleja colonial.
Alrededor reinaba el silencio. Hasta los lánguidos faroles como que agonizaban de tedio, de frío y de tristeza. El barrio dormía y sólo el viejo balcón se dibujaba a medias con los fulgores esporádicos de la luz de la luna.
El reencuentro
-Es ella –dijo el recién llegado.
-Es la misma –musitó, luego.
Tan pronto intentó acercarse para saludarla, conversar y acaso abrazarla, ella con coqueta lentitud como que se escondió tras la celosía.
-No puede ser –dijo él-. Es mi dama, la de los ojos negros, es ella indudablemente.
Después de repetidos e insistentes intentos de conversar con su antigua novia, y víctima de cierto escozor de duda, de incertidumbre y temor, el viejo enamorado optó por retirarse del lugar pensando y meditando si ella mismo era la que estaba en el desvencijado balcón.
El poder de la incertidumbre
Cuando hubo por fin amanecido, el recién llegado salió de su aposento dispuesto a preguntar, disimuladamente, si allí mismo vivía aquella dama. Para salir de esta terrible duda, de esa irresistible curiosidad buscó a alguien que en calidad de nuevo amigo y confidente le informase los secretos que le atormentaban. Y cuando hubo inquirido al respecto:
-No puede ser –dijo el nuevo amigo.
-Allí estaba ella –insistió el militar…
-Ha visto visiones –contestó el primero.
-Le juro por mi vida que es ella –replicó el llegado.
-Apostaría lo que no tengo –enfatizó el entrevistado.
-Ella fue y solamente ella –dijo.
-Señor y amigo mío, esa bella dama murió hace tiempos.
El apasionado individuo al escuchar esta aseveración automáticamente no sólo que se calló sino que se despidió. Pero como se había prendido nuevamente en él ese fuego de ardiente pasión porque ya la había visto la noche anterior, dominó el impacto de la sorpresa y regresó a intentar dialogar con la que fue su idolatrada novia.
De la misma manera, decidido pero cauteloso volvió a pasar por la calle y por frente al balcón en el que solía conversar con su prometida. En esta ocasión la noche era más siniestra. Desde la distancia sólo llegaba como rumor bravío y bronco, el susurrar del follaje del cercano río, el viento helado soplando desde el oriente, lo profundo de las sombras daban a la calleja y al lugar un ambiente de indefinible misterio nocturnal...
-Allí está…Ella misma es –dijo el amante con aire de sorpresa.
-¿Por qué me miente mi amigo? –masculló entre dientes.
-Sí es ella –y presuroso, definitivamente, resolvió acercarse hasta la dama.
Al otro día
Cuando el día aclaró no tan brillante como en otras veces, los pocos transeúntes que pasaban a su faena cotidiana acaso no se percataron bien de la escena que estaba desarrollada bajo el abandonado balcón.
Sin embargo, alguien dio a los vecinos y a los que por allí pasaban, la macabra noticia de que un hombre estrangulado estaba tendido exánime y sin vida al pie de la casa de la misteriosa dama de los ojos negros.
Leyendas, tradiciones y relatos lojanos, 1996.
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