Las sirenas, según la tradición griega, eran seres con torso de mujer y cuerpo de animal que vivían en una isla del Mediterráneo, frente a la costa de la Italia meridional. Tenían una voz musical prodigiosa, atractiva e hipnótica, capaz de embrujar con su música a los marineros que pasaban por la isla, quienes perdían el control del barco y se estrellaban. Las sirenas entonces los devoraban.
El primer testimonio escrito nos viene de La Odisea, de Homero. El héroe, después de pasar una larga temporada en el palacio de la diosa Circe, emprende el regreso a Ítaca. La divinidad le cuenta de la primera aventura que tendrá. Será justamente con las sirenas y le advierte que si desea escuchar complacido la música de estos seres, haga que sus hombres se tapen los oídos y luego, le amarren de pies y manos al mástil del barco; que si suplica a sus hombres que le desaten, más bien, estos le sujeten con más cuerdas. Así lo hace Odiseo y solo de esta manera escucha el canto mágico de las sirenas, sin que la tripulación corra riesgo.
En América, asimismo, tenemos la figura mitológica de la sirena. En Panamá, se cuenta la leyenda de la sirena del río Risacua (provincia de Chiriquí), donde habita una mujer de cabellos rubios. Los hombres sienten un impulso sobrenatural de meterse al río e ir hasta el fondo de la corriente para encontrarse con ella. Quienes lo hacen, mueren y su cadáver aparece a los pocos días flotando en el agua.
La figura de la sirena también aparece en las leyendas recogidas en nuestro país, Ecuador. Se cuenta que las mujeres que habitan en el Cerro Brujo (Galápagos) son sirenas que encantan a los pescadores y quienes las ven, desaparecen en el mar. Se habla también de una joven que se convirtió en mitad mujer y mitad pez y vive en las aguas del Cucho (sector de Tabacundo), esperando que un hombre la desencante. Se sabe, además, de la sirena de la Fuente de Punyaro (Otavalo), que sale a medianoche a capturar a los hombres que deambulan por la Fuente.
Ahora veamos quién era la sirena del Lago San Pablo:
El lago San Pablo es el más grande de la provincia de Imbabura, se encuentra ubicado a 4 kilómetros al sur de la ciudad de Otavalo. A sus pies, se alza el majestuoso volcán Imbabura y algunas comunidades pobladas rodean al lago, como González Suárez, San Pablo y San Rafael.
Su paisaje deleita y maravilla a propios y extraños y aún es posible ver la tradición y lo moderno: los indígenas cruzando el lago en sus lanchas y los veleros que se desplazan, lentamente, en las aguas.
Cuenta una leyenda que el Lago San Pablo se formó, cuando Dios castigó al dueño de una hacienda por ser avaro y no caritativo. La propiedad, de la noche a la mañana, se convirtió en una gran laguna.
Otra leyenda cuenta que cada noche, a las doce en punto, justo en la parte donde se alza el monte Imbabura, a los pies del lago, nace el canto de una mujer joven. Un canto tan hermoso que misteriosamente se expande y, en pocos segundos, se escucha en cualquier parte de la laguna. Una melodía que enciende y exacerba el deseo y la pasión, en cualquier varón que se aproxime al lago.
El hombre, joven o viejo, que cede a su ímpetu y pierde el control por el canto mágico, va en busca de la mujer que lo entona. Se encuentra con una maravillosa joven que está sentada en un tronco, con los pies hundidos en el agua. Su torso está desnudo. Ella lo llama, extendiéndole los brazos. El hombre no se percata de que la joven es mitad pez y mitad mujer, ni siquiera cuando se acerca a ella y se sienta a su lado. La sirena, entonces, le invita al hombre a bañarse, toma sus manos y en ese momento lo jala y le hunde en las aguas. Sobreviene un remolino y traga al hombre en un santiamén. La sirena no le suelta hasta llegar al fondo del lago, donde está la casa de hacienda que una vez existió y desapareció de la faz de la tierra. Allí, muerto, lo deposita como un trofeo más de la noche.
Por eso, las madres advierten a sus hijos varones que la lujuria no trae nada bueno y el que se deja ganar por la lascivia, tiene un trágico fin. Les recomendaban no salir a medianoche a la laguna para no ser embrujados, para no pecar por el canto de la sirena.
INFORMANTE
Fue un prestigioso maestro que empezó su carrera docente en 1935, en San Pablo de Lago, en la escuela Cristóbal Colón. Después pasó a la escuela 10 de Agosto de la ciudad de Otavalo, plantel donde había estudiado su educación primaria.
En 1936, viajó a Quito para trabajar en la Anexa del Normal Juan Montalvo. En 1970, después de una ardua y fructífera labor como profesor, se acogió a la jubilación y fue articulista en los medios escritos de la provincia de Imbabura, con un claro enfoque de justicia y rectitud, en los temas de la vida local del cantón Otavalo.
Escribió artículos de investigación científica y notas poéticas. Tiene 28 publicaciones.
AUDIO: "LA SIRENA DEL LAGO"
Grabación: Dorys Rueda