IGLESIA SAN LUIS DE OTAVALO
El Templo está localizado en el Parque Bolívar de la ciudad de Otavalo. Fue el primer Santuario, de una sola nave, construido en la ciudad, entre 1676 y 1679. El terremoto de Ibarra lo destruyó en 1868. Inmediatamente se inició su restauración que terminó 10 años después, en 1869.
El 18 de abril de 1955 el Municipio de Otavalo declaró al Señor de las Angustias, Patrono Oficial de Otavalo y en 1963, Juan Pablo XXIII, declaró a la Iglesia San Luis, Santuario Nacional del Señor de las Angustias.
LEYENDA OTAVALEÑA
Por: Álvaro San Félix
Un domingo, al atardecer, don Justo estaba sentado en su sillón, y a sus pies, uno de sus nietos le miraba impaciente, esperando le contara lo que tantas veces le había ofrecido. El gato ronroneaba en un rincón y, en medio del silencio, el niño insistía:
-Vamos abuelo, cuéntame…
-Bueno, te contaré sobre la tarde en que el Señor llegó.
-¿Cuándo fue eso, abuelo?
-Nadie lo sabrá jamás: el pueblo era un puñado de casas con acequia en el camino real corriendo hacia el puente de San Sebastián, pero un día, cuando la campana franciscana había tocado el Ángelus después de de la lluvia, y cuando el agua chorreaba, perezosa, por los caños, una recua de mulas atravesó la plaza y se detuvo bajo un magnolio florecido.
-¿Y nadie las arriaba, abuelo?
-Sí, ángeles, porque el aire se llenó de alas invisibles.
-¿Y de dónde venían? –preguntó asombrado el niño, mientras el viento, como golpe de tos, invadía el cuartucho y el abuelo se atusaba el bigote perdiendo la mirada en la tarde colgada del umbral.
Posiblemente de un taller celestial, donde serafines esculpían Cristos torturados y dulces Madonas. El Alguacil, después de encender el farol de la casa del corregidor, siguió a la capilla para arreglar en algo la doctrina de los indígenas. Cerca del convento encontró un grupo de vecinos rodeando a las mulas.
-¿Es que no existía la Iglesia de San Luis?
-No; por ese entonces sólo había una pequeña capilla de paredes encaladas, piso de tierra, altar pobremente aderezado y un campanario donde un largo cordón, como el que usan los frailes como símbolo del pecado que ciñe la materia, hacía cantar al viejo bronce. La capilla estaba situada donde ahora está la casa de la familia Moreano, en la plaza del mercado. Nuestra iglesia fue construida después, en el lugar donde el magnolio cobijó a las mulas.
-¿Y qué hicieron los vecinos?
-Pensando que habían asesinado al arriero o que estaba borracho en algún Tambo del camino, se inquietaron cuando descubrieron que las mulas no tenían marcas conocidas; y como la lluvia amenazaba desencadenarse nuevamente, el Justicia Mayor ordenó descargar a las bestias y darles alimento. Cuando las levantaron del barro, el fulgor de un relámpago blanqueó la cordillera; dos mulas echaron a andar con paso seguro por el camino real sembrado de centella y sólo una se dirigió a la puerta del convento seguida por los vecinos sorprendidos.
Los ojos del muchacho se dilatan ante el mágico relato. Los perros habían dejado de ladrar y el viento agitaba los rosales del patio, mezclando aromas con el largo silencio.
-No se duerma abuelo –reclama el pequeño- ¿qué pasó cuando se fueron las mulas?
Desligaron las cuerdas y trasladaron el misterioso cajón hasta la sacristía; mas, si el primer tramo lo recorrieron sin esfuerzo, luego se tornó más pesado haciendo brillar el sudor en la frente de todos. Comprendiendo que algo inexplicable sucedía, renunciaron a llevarlo a la sacristía y lo depositaron cerca del altar mayor.
Don Justo estiró las piernas y tosió despreocupadamente, mientras el viento se llevaba aroma de azahares hacia las estrellas.
-¿No pudieron cargarla, abuelo? –preguntó el niño con pavor en la voz.
-Así es, no pudieron cargarla; pesaba como si violentamente se hubiera convertido en plomo. Fray Guardián llamó a dos hermanos que rezaban las últimas preces, para que ayudaran; pero todo fue en vano. -¿Qué es lo que hay dentro de la caja? –se preguntaban todos. -¿Acaso el demonio nos juega una mala pasada?
El Guardián echó agua bendita sobre la caja y pronunció exorcismos solemnes. Después se retiraron, preocupados, dejando que, sobre el altar, la lámpara brillara solitaria en la oscuridad de la capilla.
-¿Y abrieron el cajón al otro día?
-Sí, lo abrieron, cuando el cielo era limpio después de la tormenta y en la madrugada, cuando las sementeras agitaban sus hojas húmedas, un fraile informó al Guardián que la mula había desaparecido estando el estable cerrado toda la noche; la noticia alarmó más a los otavaleños que, temerosos, entraron a la capilla cantando maitines y laudes. Los más valientes desclavaron la caja y miraron sin dar crédito a sus ojos: el Señor de las Angustias reposaba con la cabeza coronada y el lanzazo abierto en el costado; su cabellera caía sobre el hombre herido y sus pies y manos sangraban atravesados por clavos. Las mujeres, comprendiendo el milagro, comenzaron a llorar de hinojos; los hombres discutían asombrados, y sólo fray Guardián se acercó y palpó la réplica de las heridas y la desgarradura del costado, y luego de rodillas, entonó un Deo Gracias. El bronce de la pequeña campana cantó bajo el sol, se encendieron los candelabros y comenzó la misa en plenitud de júbilo.
-¿Desde entonces está aquí el Señor de las Angustias? –preguntó casi sin voz el pequeño.
-Sí, desde aquella tarde que se pierde en la raíz del tiempo. –Al concluir, el anciano cerró los ojos mientras el fuego se hundía en las cenizas y el hechizo de la leyenda se anidaba en la imaginación soñadora del muchacho.