Él era un hombre muy apegado al Teatro Bolívar por sus años de preparación artística y siempre dejaba guardando sus instrumentos en este lugar, para los ensayos del siguiente día.
Un día, a Don Mariano se le hizo muy tarde para ir a guardar sus instrumentos en el teatro, sin embargo, sentía que era su deber ir a dejarlos en el lugar. Así que decidió salir caminando de su morada, ubicada en el barrio San Blas, a las 12 de la noche. En ese tiempo, no había muchos carros en el centro de la ciudad y las calles eran silenciosas. Una vez guardados los instrumentos en la antigua construcción, cerró bien las puertas, cogió la llave y comenzó a caminar de retorno a su casa. Pero de repente, alcanzó a divisar a alguien que salía del teatro Bolívar, situación que le pareció muy sospechosa y se dijo a sí mismo:
¿Cómo es posible, si dejé las puertas bien cerradas?
Entonces, entró en pánico y comenzó a apresurar sus pasos.
Cuando llegó a la iglesia San Francisco, el pobre hombre desesperado regresó a ver hacia atrás pensando que aquel ser misterioso ya no lo estaba siguiendo, pero para su mala suerte, el hombre estaba aproximadamente a 10 metros detrás de él y caminaba como borracho de un lado al otro sacándose la camisa, los pantalones, hasta finalmente quedar en calzoncillos.
No conforme con eso, su cuerpo comenzó a crecer y crecer. Se volvió un gigante que superaba los dos metros de estatura y empezaba hacer unos ruidos muy particulares y raros, similares a los de un chancho.
Al ver este cuadro tenebroso, don Mariano comenzó a correr hasta llegar su casa, golpeó la puerta con tal desesperación, que inmediatamente salió su esposa y le preguntó:
¿Qué te pasa? ¡Estás pálido!
Mariano contestó: Un gigante borracho salió del teatro y me persiguió hasta la iglesia San Francisco.