Recopilación: Dorys Rueda
Otavalo, mayo 1989
La Sirena de la Fuente de Punyaro es una historia que una vecina le contó a mi madre, hace 65 años, cuando ella dejó Quito y se fue a vivir a la ciudad de Otavalo, para casarse con mi padre, un joven obrero que trabajaba en la Fábrica Textil La Joya.
La Fuente de Punyaro era un vibrante punto de encuentro dominical para los otavaleños y sus familias, donde se respiraba un ambiente de alegría y camaradería. Familias enteras llegaban desde temprano, extendiendo coloridas mantas en el césped para disfrutar de un día al aire libre. Los concursos de natación eran el evento principal, atrayendo tanto a jóvenes competidores como a espectadores entusiastas que animaban con fervor. Las "ollas encantadas" ofrecían una mezcla de emoción y diversión, especialmente para los niños que intentaban desenterrar pequeños tesoros o premios escondidos.
A lo largo de los caminos que rodeaban la fuente, vecinos del barrio y vendedores ambulantes instalaban puestos improvisados, donde se ofrecía una variedad de comida casera. Desde empanadas y tamales hasta refrescantes jugos de frutas y helados, llenando el aire de aromas que invitaban a probar cada delicia.
Al caer la tarde, la gente continuaba solazándose alrededor de la fuente, conversando, riendo y disfrutando de la compañía mutua. Incluso cuando la noche avanzaba, el lugar seguía vibrando con la energía de los jóvenes que no querían que el día llegara a su fin. Sin embargo, la gente mayor les decía que no debían permanecer hasta muy tarde en la fuente, porque había una sirena malvada que salía de las aguas profundas para recostarse en el borde del riachuelo.
La sirena era mitad mujer y mitad pez. Salía a capturar con su canto a los hombres que deambulaban por la Fuente. Era muy hermosa, tenía un largo cabello que le caía sobre los hombros y una mirada profunda que paralizaba a cualquiera. Cuando de lejos veía a un varón que se aproximaba a la Fuente, empezaba a cantar con una voz tan celestial, que el hombre ya no era más de este mundo. El joven no podía resistirse y, como un autómata, se acercaba al riachuelo, como empujado por una fuerza invisible, misteriosa y macabra. Una vez allí, se arrojaba a las aguas sin vacilar, dejando que el frío líquido lo envolviera. Las ondas de la fuente se cerraban rápidamente sobre él y su figura desaparecía bajo la superficie.
Informante
1 María Angelita Rodríguez Hidalgo: Tumbaco: 1925- Quito: 2022
Se trasladó a vivir en Otavalo, cuando contrajo matrimonio con don Ángel Rueda Encalada, en 1952. Sus primeros recuerdos vienen del barrio Punyaro, en donde vivió sus primeros años de matrimonio. Siempre recordaba la época de esplendor de la Fuente de Punyaro, un lugar donde acudía con su esposo a distraerse los días domingos. Era el sitio preferido de las vecinas al caer la tarde, para contar leyendas que habían escuchado de la gente mayor.