Por: Álvaro San Félix
En tiempos inmemorables vivió en la Laguna de Cunrro un gigante orgulloso que consideraba que todas las lagunas de la provincia eran sólo charcos, sin suficiente profundidad para bañarse en ella. Fue así cómo llegó primero a la laguna de San Pablo y se metió en sus aguas. En pocos pasos recorrió todo el lago y en el lugar más profundo el agua apenas le llegó a las rodillas. Pasó enseguida a la laguna de Mojanda y el agua allí no le llegó sino a los tobillos. Pasó luego a la laguna de Cuicocha y el agua de ese lago hermoso y agreste le llegó hasta los muslos. Llegó finalmente a la laguna de Yahuarcocha y el agua allí apenas le cubrió los pies. Con esto, el gigante acabó por convencerse que, en verdad, en toda la provincia no había un solo lago suficientemente profundo... alcanzó a divisar, arriba del Imbabura, una pequeña laguna... y una vez allí, no sólo con confianza sino con arrogancia, se metió en sus aguas frías y negras. Pues, sintió que el piso y que todo su inmenso cuerpo se hundía, desesperado trató de sostenerse y al asirse de la roca más próxima, la perforó, formándose así la Ventana del Imbabura.
Monografía de Otavalo, Volumen II, Instituto Otavaleño de Antropología, 1988.