Dorys Rueda

La laguna de Colta está situada en el cantón Colta, en la provincia de Chimborazo, en la sierra centro del Ecuador. Con una extensión aproximada de 275 hectáreas, esta laguna alberga una gran diversidad de vida silvestre, entre la que se destacan diversas especies de aves nativas y una amplia variedad de peces multicolores.

La leyenda comienza de la siguiente manera:

Hace muchos años, en la parroquia de Santiago de Quito, los habitantes se alistaban para celebrar una gran fiesta en honor a sus tradiciones y costumbres. Los priostes, encargados de organizar el evento, querían que fuera una ocasión especial, con mucha comida y bebida para todos los asistentes. Era tradición que la fiesta tuviera platos típicos, pero entre todos, la fritada era el más esperado. Para ello, se necesitaba una paila grande y resistente, capaz de cocinar los ingredientes con la cantidad necesaria de aceite y calor.

Los priostes decidieron que lo mejor era alquilar una paila en la vecina parroquia de Balbanera, famosa por la calidad de sus utensilios de cocina. Un grupo de hombres partió en busca de la paila, caminando por largos senderos rodeados de campos verdes y montañas. Tras una larga jornada de viaje, llegaron a Balbanera y, entre muchas opciones, encontraron una paila que se destacó entre todas. Brillante, con un acabado perfecto en bronce y de gran tamaño, parecía haber sido forjada para tan noble propósito. Además, era tan robusta y pesada que estaba equipada con cuatro asas para poder ser levantada por varias personas al mismo tiempo. La paila era, sin duda, todo lo que necesitaban.

Con alegría y satisfacción, tomaron la paila y comenzaron su regreso. El viaje fue arduo, pues la paila, aunque maravillosa, era muy pesada. Después de varias horas de caminata, decidieron hacer una parada en un campo cubierto de suave pasto para descansar y recuperar fuerzas. De forma colectiva, dejaron la paila sobre el suelo y se sentaron a disfrutar del aire fresco. Sentían que el esfuerzo valdría la pena, pues la fiesta prometía ser un éxito.

Pero cuando se sintieron listos para continuar, al intentar levantar la paila, algo extraño sucedió. No se movía. La paila, que antes parecía tan fácil de transportar, se había vuelto insuperable. Cada uno de los hombres intentó levantarla, pero ni un solo centímetro de la paila se movió. Estaban desconcertados. Probaban una y otra vez, con más personas uniéndose a los esfuerzos, pero todo fue en vano. La paila no se movía. Finalmente, agotados y desconcertados, decidieron abandonarla allí y seguir su camino.

A la mañana siguiente, decididos a llevarse la paila para cumplir con la preparación de la fritada, regresaron al campo donde la habían dejado. Pero al llegar, se encontraron con una visión inesperada: la paila, que hasta el día anterior había permanecido vacía, estaba llena de agua. Nadie entendía cómo había sucedido, pues no había llovido y el agua no podía haber llegado hasta allí por sí sola. Sin embargo, más allá de la sorpresa, algo aún más asombroso estaba por suceder.

Cuando intentaron levantarla nuevamente, la paila permaneció inamovible, como si una fuerza invisible la hubiera fijado al suelo. Fue entonces cuando el agua comenzó a desbordarse lentamente, extendiéndose por el terreno y formando una pequeña laguna. Para los habitantes del lugar, la escena resultó asombrosa. Lo que comenzó como un pequeño charco fue creciendo de manera extraordinaria, hasta convertirse en una vasta y majestuosa laguna, cuya belleza cautivó a todos los que la contemplaban. Cada mirada al agua reflejaba no solo la naturaleza, sino también el misterio y la magia de lo desconocido.

Desde entonces, los ancianos del pueblo, guardianes de las antiguas leyendas y conocedores de los misterios que envuelven la naturaleza, comenzaron a contar que la paila había sido tocada por fuerzas sobrenaturales. Aseguraban que el agua que brotó de ella no era un simple accidente, sino un regalo divino destinado a transformar la tierra. Los más sabios, con miradas profundas y llenas de respeto, afirmaban que la laguna de Colta había nacido de la voluntad de los dioses, quienes deseaban otorgar a los habitantes de la región un regalo eterno y sagrado, un símbolo de su protección y bendición.

Con el paso de Los años, los relatos sobre la laguna se fueron entrelazando con otras historias y rituales. La gente comenzó a acudir al lugar en busca de respuestas, consuelo y prosperidad. Así, la laguna se convirtió en un lugar de veneración, un reflejo de la unión entre lo humano y lo divino, y un recordatorio de que la tierra guarda secretos que solo aquellos dispuestos a escuchar la sabiduría ancestral pueden comprender.

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  • homeLa autora Dorys Rueda, 13 de Febrero del 2013.
  • mailelmundodelareflexion@gmail.com
  • mapOtavalo, Ecuador, 1961.

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