Dorys Rueda
Esta leyenda es una adaptación del relato de Maro Vásquez, originario de la comunidad de Santiago Pamba, en la provincia de Bolívar. La historia se encuentra en el libro Leyendas y tradiciones de Guaranda, Historia y Cultura I.
La señorita beata, desde joven, vivía entre rezos y penitencias. Día tras día, iba a la iglesia a orar, mientras soñaba en secreto con el amor, deseando encontrar algún día un buen hombre que la acompañara. Sin embargo, por su devoción, parecía que los hombres no se acercaban a ella, como si la vieran más cerca de Dios que de la gente común. Su devoción era tan ferviente que incluso sus amigas, que ya tenían enamorados, le decían que quizás su destino era entregarse solo a la fe. Sin embargo, verla sola y sin esperanzas de amor encendía en su corazón un deseo cada vez más fuerte de tener un enamorado.
Una tarde, después de ver a sus dos amigas tomadas de la mano con sus enamorados, la joven sintió una mezcla de celos y frustración y pensó en voz alta, sin medir sus palabras: “Si el propio diablo se me apareciera, con él me casaría”. Fue un pensamiento fugaz, una especie de desafío al destino que ni ella misma tomó en serio, pero no supo en ese momento que alguien, en algún lugar, sí escuchó sus palabras.
Al día siguiente, regresaba de la iglesia como de costumbre, cuando un hombre apareció de pronto en el camino. Era un joven muy apuesto, con un traje blanco impecable y una presencia que emanaba algo misterioso. Su piel tenía un matiz rojizo y sus ojos brillaban de una manera extraña. Al verla, se acercó y la saludó amablemente. La señorita, sorprendida y encantada, sintió una atracción magnética hacia él, como si hubiera estado esperándolo toda su vida.
Después de conversar un rato, el joven, con voz cautivadora, le propuso matrimonio. Ella aceptó casi sin pensarlo, emocionada por la atención de tan encantador caballero. Cuando el joven le sugirió que fueran a casa de sus padres para pedir formalmente su mano, ella aceptó gustosa y lo llevó ante su familia.
Sus padres, al ver a su hija tan feliz y al joven tan cortés y seguro, aceptaron la propuesta de matrimonio. Los preparativos comenzaron de inmediato, y pronto los invitados se reunieron para la boda. Todos estaban encantados con el novio y nadie sospechaba la verdadera naturaleza de aquel extraño visitante.
La celebración fue un evento íntimo, solo con los amigos y familiares más cercanos, ya que el novio había insistido en que ningún niño estuviera presente. Sin embargo, uno de los invitados, que tenía un niño pequeño, decidió llevarlo escondido en su poncho para que no causara molestias. Durante el baile, el niño, curioso, se asomó del poncho de su padre y, mirando hacia el centro de la pista, observó algo que los adultos no podían ver: el novio, mientras giraba, dejaba ver debajo del traje blanco una larga cola, uñas afiladas y cuernos brillantes en su cabeza.
El niño, horrorizado, tiró del poncho de su padre y le susurró lo que había visto. El hombre, incrédulo, miró al novio detenidamente y al confirmar la visión de su hijo, sintió un escalofrío. Sin dudarlo, corrió hacia la puerta de la casa, tomó unas ramas benditas de un laurel y formó un boyero que lanzó sobre el extraño. Al instante, el joven salió corriendo, dejando una estela de chispas a su paso y desapareciendo en la oscuridad. Los invitados, asustados, huyeron también y pronto notaron que la casa parecía estar hundiéndose, como si fuera tragada por la misma tierra.
Al día siguiente, la señorita encontró una carta en su puerta. Era del misterioso joven, quien explicaba que cumpliría su promesa y regresaría para el matrimonio. A pesar de los temores de la familia, el enlace se llevó a cabo y tiempo después, nació el hijo de ambos. Sin embargo, el padre desapareció misteriosamente, dejando a la madre sola con el pequeño.
Con los años, el niño creció, pero algo en él despertaba recelo en la gente. A los seis años, mientras jugaba en la escuela, sus compañeros notaron una marca extraña en su espalda y se alejaron de él, aterrados. Cuando llegó a casa, le preguntó a su madre por la extraña señal que había en su cuerpo. Ella, entre lágrimas, le contó la verdad: “Hijo, tú eres el hijo del propio diablo”.
El niño, al escuchar esto, sintió un vacío en su interior y, decidido a conocer su verdadero origen, tomó sus cosas y partió. Mirando a su madre una última vez, le dijo: “Iré a encontrar a mi padre, aunque tenga que recorrer el mundo entero”.
Y así, con solo seis años, el niño emprendió un camino incierto y sombrío en busca de respuestas sobre su origen, dejando a su madre sola, arrepentida y abatida por su deseo imprudente. Aquella decisión, impulsada por la soledad y el deseo desesperado de compañía, resultó en consecuencias que arrastraron no solo su vida, sino también la de su hijo hacia un destino incierto y oscuro.
La historia se convirtió en una advertencia para quienes la escuchaban: "No invoques a lo desconocido ni tomes decisiones impulsivas, pues sus consecuencias pueden marcar tu vida para siempre y abrir caminos de los que no hay retorno."
Publicado por Diario El Norte