Dorys Rueda

 

En el libro Mitos, leyendas y tradiciones: Limoncocha escribe sus relatos —publicado por la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Internacional SEK en 2013— se conserva el testimonio de Waldir Alvarado, habitante del cantón Sucumbíos, quien relata con voz serena la antigua historia de la Laguna Negra, un lugar tan bello como temido. El relato fue recopilado por Fernando Oña y ampliado por mí, con el propósito de mantener viva la fuerza de la tradición oral que aún circula entre los pobladores de El Playón de San Francisco, parroquia donde se encuentra esta laguna misteriosa.

Dicen los mayores que la Laguna Negra no es un cuerpo de agua común, sino un umbral donde la naturaleza se defiende de la curiosidad humana. A simple vista, su superficie parece inmóvil, como si durmiera bajo el cielo nublado, pero quienes la conocen aseguran que su color negro profundo guarda un secreto antiguo, un eco que se despierta cuando alguien osa perturbar su silencio.

Muchos afirman que sus aguas están habitadas por animales desconocidos, enormes y extraños, que emergen en las noches de tormenta para asustar a los visitantes. Entre ellos se habla del atakapi, un pulpo gigantesco de tentáculos interminables que habita en el fondo y que, cuando siente pasos o remos sobre su territorio, se agita con furia, levantando olas oscuras que golpean las orillas.

Cuando alguien intenta acercarse demasiado, el clima cambia sin aviso. El cielo se cubre de nubes densas, el viento ruge entre los árboles y los truenos retumban como si fueran advertencias. Los pobladores cuentan que el agua comienza a moverse sola, como si una fuerza invisible la llamara desde adentro. Entonces, los visitantes deben retroceder antes de que la lluvia los empape y el miedo los venza.

Una historia que aún se comenta con asombro es la del helicóptero de una compañía petrolera que, hace algunos años, sobrevoló el sitio para observarlo desde el aire. Apenas se acercaron, el cielo se oscureció; una sucesión de relámpagos cayó sobre el cerro y la nave sintió un tirón violento, como si algo la jalara desde el centro de la laguna. El piloto, rápido y decidido, logró escapar a tiempo. Sin embargo, al mirar atrás, vio cómo el agua se agitaba formando un torbellino y, desde ese día, juró no volver jamás.

Pese a todo, la Laguna Negra conserva su encanto y su magnetismo. Algunos jóvenes se aventuran a visitarla en días claros y aseguran que, al reflejarse el cielo en su superficie, el negro se transforma en un azul profundo lleno de vida. Otros, más cautos, prefieren mirarla desde lejos, convencidos de que ese brillo cambiante es el modo en que la laguna recuerda a quienes la desafían.

Dicen que, al caer la tarde, la bruma se posa sobre la Laguna Negra como un velo antiguo. El viento parece contener la respiración y el agua, inmóvil, guarda el reflejo de las montañas como si vigilara el paso del tiempo. Nadie sabe si el atakapi sigue dormido en el fondo o si simplemente cambió de forma para confundirse con la sombra. Lo cierto es que quien la mira siente que algo lo observa desde adentro, recordándole que hay lugares donde la naturaleza todavía habla en voz baja y el silencio tiene memoria.

 

Visitas

005160274
Today
Yesterday
This Week
Last Week
This Month
Last Month
All days
600
5898
17325
5108453
138611
133279
5160274

Your IP: 54.39.210.213
2025-10-29 02:27

Contáctanos

  • homeLa autora Dorys Rueda, 13 de Febrero del 2013.
  • mailelmundodelareflexion@gmail.com
  • mapOtavalo, Ecuador, 1961.

Siguenos en