El Carbunco, un perro negro gigantesco con ojos como brasas y un diamante encendido en la frente, solía ser el terror de los caminos solitarios en Otavalo. Decían que era una criatura infernal, capaz de espantar sin piedad a todo aquel que se atreviera a cruzar la noche. Bastaba su sombra para arrancar gritos y rezos desesperados.
Pero los tiempos habían cambiado. Ya nadie se persignaba en los caminos. La gente caminaba con el celular en la mano, audífonos en los oídos y la vista clavada en la pantalla. Pasaban junto a él sin notarlo siquiera. La medianoche, que antes había sido su hora de gloria, ya no impresionaba a nadie: la ciudad bullía hasta las tres o cuatro de la mañana, como si las tinieblas hubieran perdido dueño.
En las noches en que salía decidido a espantar, lo único que recogía eran selfies y comentarios absurdos:
—¡Qué perrito más raro, parece de otro planeta y hasta tiene Wi-Fi propio!
—Ponle contraseña al internet, perrito.
—¡Esa linterna brilla más que mi aro de luz!
—¡Con ese diamante alumbraría hasta el parque Bolívar!
Hasta que una noche, para colmo, un muchacho le colocó unas gafas de sol, lo grabó bailando y lo bautizó como “Mister Can Diamante”. El antiguo espanto de los caminos regresó a su cueva con el diamante opacado por la vergüenza.
Decidido a recuperar su prestigio, se inscribió en un curso online llamado “Cómo volver a dar miedo en tiempos modernos”. Aprendió a rugir con eco de teatro (gracias a una app de efectos de sonido), a simular que flotaba con hilos invisibles y a programar su diamante con luces LED que cambiaban de color desde el celular. Incluso dominó la entrada dramática con humo artificial, cortesía de un vaporizador de fiesta.
Una noche, con su nuevo aspecto infernal, eligió un callejón oscuro para demostrar que el terror aún le pertenecía. El humo lo rodeaba, el diamante brillaba en rojo intermitente y su rugido reverberaba como trueno.
Pero de pronto, una linterna lo encandiló.
—¡Ajá, aquí estás! —dijo un guardia municipal.
—¿Sabes con quién hablas? —gruñó el Carbunco—. ¡Soy el terror de Otavalo, el monstruo de medianoche!
—Ajá… y yo soy Superman. Anda, sube, “perrito”. —El guardia le tendió una salchicha como soborno.
El Carbunco quiso resistirse, pero el olor lo venció. Y así terminó en la camioneta municipal, rumbo a la perrera.
Allí lo recibieron como a un héroe. Lo sentaron frente a una tela blanca, le tomaron foto y la luz del flash hizo brillar su diamante como faro.
—Perfecto, —dijo la auxiliar—. Ya tiene nombre: Flashito.
El Carbunco rugió indignado, pero sus protestas se ahogaron entre el sonido crujiente de las croquetas de sabor tocino. Probó una, luego otra y pronto no quedó ni una en el plato.
Fue el principio de su nueva vida. Flashito se volvió famoso en la perrera municipal. Llegaban visitantes desde Cotacachi, Ibarra y hasta de Quito solo para verlo. Familias enteras hacían fila para conocerlo, como si se tratara de un artista en gira.
—¡Mamá, ese es el perrito del diamante! —gritaban los niños emocionados, señalándolo con los ojos muy abiertos. Luego corrían a tocarle la frente como si fueran a pedir un deseo.
—A ver, sonrían junto a él —decían los padres, mientras los pequeños abrazaban al Carbunco, cuidando de no tapar el resplandor de su frente. Algunos pedían que “sonriera bonito” y no faltaba quien le acomodara las orejas para que salieran parejas en la selfie.
Un adolescente grababa un video entusiasmado: ¡Sigan mi canal! Hoy les traigo al perrito que brilla más que el árbol de Navidad de cualquier centro comercial.
Y una señora, con voz grave y práctica, murmuraba: —Con ese diamante podríamos pagar la luz de todo el barrio.
Los voluntarios se peleaban por sacarlo a pasear; hasta organizaron una lista de turnos, con multas para el que se colara. Le compraron un arnés con piedritas falsas de colores y hasta una capa roja para que desfilara en los eventos de adopción. Una escuela local le dedicó un mural en la pared, con la leyenda: “Flashito, el diamante de Otavalo”.
Y un día solemne, entre aplausos, celulares levantados y carcajadas, le presentaron formalmente a su “novia”: una perrita mestiza de orejas enormes y lazo rosado. El Carbunco, por primera vez en siglos, no pensó en rugir ni en asustar. Cerró los ojos, movió la cola y simplemente se dejó querer.
Y entonces ocurrió lo inesperado: la mismísima alcaldesa del municipio de Otavalo firmó un decreto solemne que lo declaraba “habitante eterno de la perrera municipal”, con derecho a un hogar junto a su inseparable compañera canina. Los aplausos estallaron, los flashes de los celulares iluminaron la escena y hasta una transmisión en vivo recorrió las redes sociales. Entre risas y vítores, todos entendieron que el Carbunco —o Flashito— había dejado de ser un espanto del pasado para convertirse en una nueva leyenda: la de un personaje que, modernizado y entrañable, pasaba a formar parte viva de la identidad de su pueblo.
Porque en Otavalo las leyendas no mueren: se transforman para seguir brillando en la historia, se disfrazan de anécdotas y risas, y encuentran siempre la manera de modernizarse para seguir latiendo en el corazón de su gente.
Dorys Rueda, Leyendas y magia de Otavalo, 2025.
Dorys Rueda
Otavalo, 1961
Es investigadora, docente y escritora ecuatoriana con una licenciatura en Letras y Castellano, y dos maestrías: una en Literatura Ecuatoriana e Hispanoamericana y otra en Literatura Infantil y Juvenil.
Además, posee una especialidad en Currículum y Prácticas Escolares en Contexto y un diplomado en currículum.
Es fundadora y directora del sitio web El Mundo de la Reflexión, creado en 2013 para fomentar la lectura y la escritura, divulgar la narratología oral del Ecuador y recolectar reflexiones de estudiantes y docentes sobre diversos temas.
Entre sus publicaciones destacan los libros Lengua 1 Bachillerato (2009), Leyendas, historias y casos de mi tierra Otavalo (2021), Leyendas, anécdotas y reflexiones de mi tierra Otavalo (2021), 11 leyendas de nuestra tierra Otavalo Español-Inglés (2022), Leyendas, historias y casos de mi tierra Ecuador (2023), 12 Voces Femeninas de Otavalo (2024), Leyendas del Ecuador para niños (2025), Entre Versos y Líneas (2025), Reflexiones (2025), Cuentos de sueños y sombra (2025) y Leyendas y magia de Otavalo (2025).
Desde 2020, ha reunido a autores ecuatorianos para que la acompañen en la creación de libros, dando origen a textos culturales colaborativos en los que la autora comparte su visión con otros escritores. Entre estas obras se encuentran: Anécdotas, sobrenombres y biografías de nuestra tierra Otavalo (tomo 1, 2022; tomo 2, 2024; tomo 3, 2024), Leyendas y Versos de Otavalo (2024), Rincones de Otavalo, leyendas y poemas (2024), Historias para recordar (2025) y Ellas, esencia del verso (2025).
A lo largo de su trayectoria, ha sido reconocida por su valioso aporte al ámbito cultural, literario y educativo. En 2021, el Municipio de Otavalo le otorgó un reconocimiento por su contribución al desarrollo cultural de la ciudad. En 2024, fue distinguida como una de las 25 mujeres otavaleñas más destacadas por su trayectoria y ese mismo año recibió una placa conmemorativa de la Casa de la Cultura Ecuatoriana “Benjamín Carrión” en honor a su legado en la literatura y la docencia. Asimismo, ha sido merecedora de dos medallas al “Mérito Cultural” otorgadas por la Cámara de Comercio de Otavalo, en los años 2024 y 2025.