En la ciudad de Esmeraldas, el miedo se había apoderado de las calles. Cada noche, después de las diez, un payaso llamado Jofre de aparecía misteriosamente para cobrar venganza. Nadie sabía de dónde venía ni por qué lo hacía, pero su presencia era inconfundible: una figura siniestra, con una sonrisa pintada y una mirada que helaba la sangre.
Todo comenzó cuando un grupo de delincuentes comenzó a cometer asesinatos a sangre fría usando máscaras de payasos. Uno de sus crímenes más brutales fue contra un hombre trabajador llamado Jofre, quien, al regresar a casa por un viejo callejón, fue interceptado y asesinado junto a su familia. Aunque intentó defenderse, fue inútil. Su caso fue olvidado por muchos y tomado a burla por otros.
Pasó un año y los miembros del grupo comenzaron a experimentar sucesos extraños. Uno de ellos afirmaba ver a Jofre en sueños, mientras otros empezaron a tener alucinaciones durante el día. Escuchaban su nombre, veían su rostro en las sombras y sentían su presencia constantemente.
Una noche, uno de los delincuentes apareció muerto en medio de la calle. A su lado, con letras marcadas en sangre, alguien —o algo— había dejado un mensaje:
“Estoy cobrando venganza”.
Desde ese día, comenzaron a desaparecer uno por uno. No importaba si se escondían, si huían del lugar o intentaban mezclarse entre la gente: el payaso siempre los encontraba. Muchos testigos aseguraban haber visto una figura con cara de payaso acechando desde los rincones más oscuros. El terror se extendió por todo Esmeraldas.
Los vecinos también comenzaron a temer. No por los delincuentes, sino por la presencia aterradora que los acechaba. Decían escuchar risas ahogadas, como salidas del subsuelo y ver globos flotando cerca del viejo callejón. Todos sabían que ese payaso no solo buscaba venganza… también disfrutaba del miedo.