Un poema puede abrirse de muchas maneras ante el lector, como si ofreciera un haz de puertas hacia la experiencia interior. Puede ser espacio habitado, cuando crea un ámbito sensible donde lo emocional y lo sensorial se entrelazan para envolvernos. Puede ser música, cuando el ritmo y la cadencia sostienen el sentido y lo convierten en canto, en respiración compartida. Puede ser gesto, cuando un movimiento, una súplica o una acción mínima se vuelven símbolos cargados de significado. Puede ser juego, cuando lo imposible se despliega con naturalidad y la imaginación abre territorios de libertad.

También puede ser tránsito, cuando traza un recorrido que lleva desde la primera imagen hasta el cierre, como quien avanza por un sendero de luces y sombras. Puede ser profecía, al anticipar lo inevitable y mostrarnos el curso secreto del destino. Puede ser resonancia, cuando lo leído persiste más allá de la página como eco interior. Y puede ser memoria, cuando rescata lo perdido y guarda huellas que el tiempo amenaza con borrar.

Finalmente, puede ser umbral, cuando abre un camino hacia lo mayor: la reflexión, la aceptación o el misterio que desborda las palabras. Puede ser espejo, cuando refleja en sus imágenes la vida del lector y nos devuelve a nosotros mismos. Y puede ser ritual, cuando la repetición actúa como conjuro, marcando los pasos vitales que atraviesan la existencia.

 

 

ROMANCE DE LA NIÑA MUJER

 

 

 

Sueña que sueña la niña

en la siesta de verano,

diademas de mariposas

en sus cabellos tizianos,

en sus manos margaritas,

y una sonrisa en los labios.

Sueña que sueña la niña,

la hamaca vuela muy alto,

un cielo de golondrinas

dibuja cuentos y cantos,

por el espacio cabalgan

consejos nunca escuchados

y se pierden en la brisa,

i cómo si fuera un milagro!.

Es tiempo de fantasías,

ella desecha el pasado,

al presente no lo cuenta,

mira horizontes lejanos,

y sigue escalando altura

frente a un futuro impensado.

Piensa ganarle a la vida

y alejarse de su campo,

los duendes bajan del pino

y la toman de la mano,

un tren se pierde a lo lejos,

en vuelos desorbitados

y sin mediar previo aviso,

se diluye en el espacio.

Despierta mujer, despierta,

Donde a quedado el pasado?

En que templo de la noche

los hechizos se alejaron?

En qué despertar de soles

el otoño te ha rozado,

dejando en tus ojos verdes,

dos lagrimones amargos?.

El destino siempre cobra,

cambia triunfos por fracasos,

la miel puede ser amarga,

si la golpea el chubasco

y conspira intespestiva,

ante quien lo ha despreciado.

Como quisiera volver,

cabalgando cisnes blancos,

por las riveras floridas

de senderos olvidados,

pero las huellas se pierden

en la inmensidad del campo.

El habrá cambiado un poco,

pero sabe de fracasos

y recibirá a la niña,

para acunarla en sus brazos.

 

Lydia Raquel Pistagnesi

Del libro: Destino de Gorrión

 

 

COMENTARIO

Dorys Rueda

Septiembre, 2025

El poema se abre como espacio habitado, un lugar sensorial que no se limita a enmarcar a la protagonista, sino que construye la atmósfera de la inocencia. “Diademas de mariposas en sus cabellos tizianos, en sus manos margaritas” no son simples adornos: son parte de un mundo en calma, detenido en la siesta de verano. Este espacio funciona como refugio, como casa íntima, donde lo natural se funde con lo onírico. A su vez, el espacio se sostiene en la música, pues el vaivén de la “hamaca” y el vuelo de las “golondrinas” instauran un ritmo interno. El poema se mece como una hamaca, con el ritmo sereno de la niñez.

Leído como gesto, cada movimiento cobra valor simbólico. “La hamaca vuela muy alto” no solo describe un balanceo: expresa el impulso de trascender, de buscar alturas más allá de lo cotidiano. La acción de “los duendes bajan del pino y la toman de la mano” señala la intervención de lo mágico en la vida, el gesto invisible que orienta el destino. Este plano se entrelaza con el juego, porque lo fantástico se asume con naturalidad. La niña vive el contacto con los duendes y los cisnes blancos como parte de un universo donde lo imposible es cotidiano. El gesto y el juego, juntos, convierten la experiencia en una aventura lúdica y mágica.

El poema puede leerse también como trayecto: un viaje que comienza en el ensueño de la niña y culmina en el despertar de la mujer. Al inicio, la protagonista desea conquistar la vida: “piensa ganarle a la vida y alejarse de su campo”. Pero el trayecto se torna doloroso, porque el despertar trae consigo la conciencia del tiempo: “dos lagrimones amargos” aparecen como marca de la madurez. En este trayecto se inserta la profecía, que no habla solo de ella, sino de todos: “el destino siempre cobra, cambia triunfos por fracasos”. El poema advierte sobre lo inevitable: ningún sueño queda exento de prueba, ningún triunfo asegurado para siempre.

La resonancia se manifiesta en imágenes que no se apagan tras la lectura: “un tren se pierde a lo lejos”, metáfora de oportunidades que desaparecen sin aviso o la miel que “puede ser amarga si la golpea el chubasco”, imagen que convierte lo dulce en amargo con la fuerza de un instante. Estas resonancias dialogan con la memoria, que interroga: “¿Dónde ha quedado el pasado? ¿En qué templo de la noche los hechizos se alejaron?”. El poema se convierte así en guardián de lo perdido, en archivo de recuerdos que resisten aunque estén heridos por el paso del tiempo.

Finalmente, se abre como horizonte, un cruce hacia lo mayor. El verso “y recibirá a la niña, para acunarla en sus brazos” no es solo consuelo: es la promesa de reconciliación con lo inevitable. Ese horizonte funciona también como espejo: la niña-mujer refleja la vida de cada lector, pues todos transitamos del sueño a la pérdida, de la ilusión al desencanto. Reconocernos en ella es reconocernos en nuestra propia historia.

En su conjunto, el poema se erige como ritual, marcado por repeticiones que son como fórmulas ceremoniales: “Sueña que sueña la niña” y “Despierta mujer, despierta”. Son invocaciones que acompañan un paso vital: de la infancia a la adultez, de la inocencia a la conciencia. El poema entero es, a la vez, canto y conjuro. Así, la poesía no se limita a narrar: habita, simboliza, viaja, resuena, guarda memoria, advierte, refleja y juega. Y en esa multiplicidad, se vuelve una experiencia total, donde cada nivel abre una nueva forma de leer y de vivir la palabra.

 

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  • homeLa autora Dorys Rueda, 13 de Febrero del 2013.
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  • mapOtavalo, Ecuador, 1961.

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