En pocas líneas, Sara Palacios logra decir algo muy grande: cómo las mujeres se heredan unas a otras. Generaciones habla de esa cadena silenciosa que une a madre, hija y nieta, desde la conciencia de un ciclo que se repite. El poema reconoce que, tarde o temprano, una hija termina habitando el mismo lugar que ocupó su madre, incluso sin darse cuenta.
Desde el inicio, cuando leemos “Hábito la madre que habló para mí / como yo hablo para mi hija”, se marca el pulso del poema. Ese verbo —habitar— no se refiere a un espacio físico, sino a algo íntimo. Habitar a la madre es llevarla dentro: su voz, sus gestos, su manera de sentir y de nombrar el mundo. No es posesión ni copia, es pertenencia.
Cuando la voz dice “Habito la madre que hay en mí”, ya no mira hacia atrás, sino hacia adentro. Esa madre interior aparece hecha de preguntas que nunca se terminan y de certezas que no siempre se dicen. Es un legado que no pasa por explicaciones, sino por la experiencia de vivir.
El verso final lo dice con claridad: “porque las madres y las hijas / no se entienden / se repiten”. No hay reproche ahí, hay aceptación. El poema entiende que el vínculo no siempre se basa en comprender, sino en continuar. Lo que no se explica, se hereda.
Esa idea del ciclo también se siente en la forma del poema. La repetición de habito, la falta de puntuación y el ritmo continuo hacen que el texto avance como una respiración larga, casi como un rezo aprendido. No hay cortes bruscos, porque la herencia tampoco se corta.
En el fondo, el poema habla de algo muy humano: de aceptar lo que viene con la herencia, incluso lo que no se entiende del todo. Generaciones no busca romper el ciclo, sino mirarlo de frente y darle sentido. Habitar a la madre es, aquí, una forma de reconciliación.