Dorys Rueda, 2023

 

El lenguaje en la vida cotidiana de los estudiantes es mucho más que una herramienta de comunicación; es un medio para conectar, compartir emociones y construir identidad. En su día a día, los jóvenes utilizan el lenguaje no solo para transmitir información, sino para formar parte de una comunidad, expresar su creatividad y enfrentarse a las complejidades de la vida. Ya sea a través de las redes sociales, conversaciones informales o intercambios en el aula, las palabras se convierten en un reflejo de sus pensamientos, emociones y relaciones.

Este mismo lenguaje aparece de manera significativa en el taller de escritura, especialmente cuando les pedí a los estudiantes que trabajaran en una crónica personal que incluyera lenguaje popular. En ese contexto, la actividad fue muy productiva, porque los jóvenes no solo plasmaron sus vivencias, sino que también exploraron su forma de entender y expresar el mundo que los rodea. A través del uso de refranes, modismos y expresiones coloquiales, los estudiantes pudieron conectarse con su identidad cultural, integrando elementos cotidianos que forman parte de su realidad, creando relatos más auténticos y cercanos a su entorno.

Como maestra, al proponer esta actividad, les expliqué que el lenguaje popular no solo tiene un valor expresivo, sino que también es un reflejo de la tradición y la historia de una comunidad. Los refranes y dichos populares contienen sabiduría colectiva que ha sido transmitida de generación en generación. Es una forma de comunicación cargada de matices emocionales y sociales que permite comprender mejor la perspectiva de quien lo utiliza. El lenguaje popular tiene una riqueza simbólica y cuando se incluye en un escrito, no solo se da voz a los jóvenes, sino que también se enriquece el texto con la diversidad de expresiones de su cultura.

Sin embargo, también les advertí sobre el uso excesivo o inapropiado de expresiones populares en ciertos contextos, ya que puede ser difícil para algunos lectores comprender completamente lo que se quiere comunicar si no se conoce el contexto cultural detrás de esos dichos. Les expliqué que, aunque el lenguaje popular tiene mucho valor, es importante equilibrarlo con una clara estructura narrativa y un lenguaje que permita que todos los lectores puedan conectarse con el mensaje.

A continuación reproduzco la crónica que más gustó a los muchachos: “Hoy decidí faltar a la universidad porque me sentía “bajoneado” por la mala nota que había sacado en Gramática. En lugar de enfrentarme a eso, opté por “quemar tiempo” en la calle y regresar a mi casa al mediodía, como si hubiera ido a clases. No sabía qué hacer, así que decidí visitar a mi abuelita Remedios, aprovechando el pretexto de ayudarla con la limpieza de su casa.

Mi abuela tenía casi 90 años y siempre fue una mujer imponente, de carácter firme. Nunca “se iba por las ramas” y siempre decía las cosas “a rajatabla”, obligando a todos a obedecerla. Si no barríamos “super bien” la cocina, se enfurecía, y si veía algo en el piso, “a voz en cuello” gritaba que solo la gente vaga consigue las cosas “a manos lavadas”. Nos decía que no debíamos hacer las cosas “a saltos y a brincos”, y si alguien no estaba de acuerdo con lo que ella decía, nos mandaba “a la quinta porra”.

Aunque a veces se enojaba, siempre tenía “un corazón de oro”. Cuando llegué a su casa, me recibió con una “mucha” y, a pesar de su edad, su vitalidad parecía desafiar las leyes de la física. Me preguntó por qué no estaba en la universidad, y yo le dije que había preferido visitarla, sabiendo que necesitaba ayuda con la limpieza. “Ya estoy muy vieja para tragarme ese cuento”, exclamó. “Te conozco bien, y algo debe haberte pasado para no asistir a clases”, dijo, y con tono dulce agregó: “Soy todo oídos, ya sabes que soy una verdadera tumba”.

Luego, señalándome con el dedo, me dijo: “No creo que seas pendejo. Tu mamá siempre te aconseja que debes ser pilas, que camines alzando el pelito, que no te vayas a guabrear y que no te hagas el sabio. Solo espero que no hayas embarazado a ninguna mujer”, dijo, espantada.

De puro susto, “me quedé en blanco” sin saber qué responder. Después, solté una sonora carcajada que casi hizo que me cayera de la silla, y asustó a doña Remedios.

“¡Chuta!, ¡qué cosas se te ocurren, abuelita!” le dije entre risas. “Mejor hablemos de esa vecina a la que le ‘se fue el avión’. ¿Cómo está la señora?”, le pregunté. Mi abuela me miró fijamente y con voz fuerte me dijo: “Un ratito, no te pases de coles a nabos ni trates de distraerme. Tú sabes que nunca pierdo el hilo de una conversación”.

Ya más serio, le respondí que “de cajón” se estaba equivocando, que mi problema no eran las mujeres, sino mis compañeros de la universidad. “A veces, me siento como si estuviera orinando fuera del pilche”, le confesé. “Hay una competencia feroz por sacar buenas notas, pero a nadie le interesa realmente aprender. Solo quieren demostrar que son los más inteligentes del grupo. Como saqué una mala nota, falté a la universidad y preferí venir a verte”.

Mi abuelita Remedios suspiró profundamente, me dio una palmada en el hombro y dijo: “Púchica, es una bobada competir por una nota. El mundo está patas para arriba y hay cada loco con su tema. Lo único que te aconsejo es que, para la chulla vida que tenemos, mejor no sufrir por pequeñeces. Mírame, mijo, para muestra un botón. Mejor vamos a la cocina, que tengo algo sabroso preparado”.

“¡De una!” le respondí, sintiendo que, a pesar de su risa dura, las palabras de mi abuela siempre llegaban al corazón.

La crónica me permitió como maestra evidenciar varios aciertos importantes. En primer lugar, el uso auténtico del lenguaje popular logró darle a la narración una voz genuina y cercana, reflejando la identidad cultural del autor y su vínculo con su abuela. Además, la caracterización de los personajes, especialmente la figura de la abuela, fue acertada, mostrando su fortaleza y cariño de una manera entrañable. El autor también logró transmitir una reflexión profunda sobre la competencia académica y el estrés que genera, lo que enriqueció el relato. La estructura general de la crónica, con su balance entre momentos humorísticos y reflexivos, mostró una capacidad para crear un ritmo narrativo que mantiene el interés del lector, mientras que las interacciones familiares aportaron una capa emocional significativa. Todo esto contribuyó a una narración auténtica, bien estructurada y emocionalmente resonante.

La crónica también me permitió reflexionar sobre la escritura en general y el uso de los dichos y refranes en una historia. Si bien las expresiones populares aportan una autenticidad y cercanía al relato, es fundamental que el escritor sepa equilibrarlas para no sobrecargar la narración ni perder la claridad del mensaje. Los refranes y modismos son herramientas poderosas, ya que reflejan el conocimiento y la sabiduría popular, pero su uso excesivo o desmedido puede distraer al lector o diluir la profundidad del tema central. Es importante que estos elementos se utilicen de manera estratégica, contribuyendo a la narrativa sin eclipsar la reflexión o el desarrollo emocional de los personajes.

 

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  • homeLa autora Dorys Rueda, 13 de Febrero del 2013.
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  • mapOtavalo, Ecuador, 1961.

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