El ANTES Y EL DESPUÉS
PARTE 9
LA INFANCIA Y LOS JUEGOS POPULARES
Ramiro Velasco
En nuestra época los niños, a más de cumplir con las tareas propias de las exigencias escolares, estábamos destinados a cumplir con los “mandados” que nos establecían los mayores, sean los padres, los hermanos, los abuelos y los adultos en general. Las irregularidades y desmanes cometidos por los niños eran castigados con unas palmadas, en algunas casos con un buen chancletazo, unos correazos, un pequeño coscacho o por una buena ortigada y jamás nos causó complejo alguno ni trajo consecuencias fatales. No supimos siquiera de la existencia de psicólogos o peor psiquiatras y de eso nos enteramos ya grandecitos. Nunca supimos de derechos de los niños, niñas y adolescentes y peor de la posibilidad de demandar a nuestros progenitores por alguna reprimenda que casi siempre tenía justificación. Hoy, a mi humilde criterio, se ha exagerado los hechos y se ha sobrepasado en la interpretación de los derechos. Nuestra vida fue buena y las correcciones que nos hicieron fueron las que dieron los frutos anhelados por los mayores: nos hicieron gente de bien sin necesidad de acudir al psicólogo. Absurdamente, hemos pasado del chancletazo a la demanda.
Nuestra vida fue sencilla ayudada por los juegos que la practicábamos con nuestros familiares, con nuestros compañeros, con los amigos de la vecindad. Hoy los juegos son de carácter individual frente a una pantalla.
Nosotros jugábamos al “bon-bón” o la rayuela de philips con “ladazos y visitas” hasta alcanzar metas bastante altas, de tal manera que el juego podía interrumpirse para continuar en los días siguientes, retomándolo desde el punto en que fue interrumpido.
En el juego de bolas (canicas), se colocaba las bolas dentro de un círculo y con otra bola quizás más grande que hacía de matza y con “tingos” se trataba de golpear a las bolas encerradas en la circunferencia y si salía de esta la bola, pertenecía al que logró sacarla. La regla del juego se acordaba entre los participantes y se lo hacía mediante la forma simple o totodo.
Otra variedad de juego era el churo, que era un destajo hecho en la tierra con curvas, vericuetos y propiamente un churo o espiral; ganaba el que primero hacía el recorrido mediante tingues y el premio era las bolas de los participantes que perdieron el juego.
Los pepos era un juego que casi nunca se lo realizaba con tingues, sino que se trataba de golpear a la bola del o de los otros participantes mediante lances que se lo hacía a través de la longitudinalidad de las calles. Era el juego preferido practicado a la salida de clases y mientras duraba el viaje hasta las casas de los participantes y el premio era una bola por cada pepo o golpe infringido a la bola de los contrarios.
Jugábamos asimismo a las tortas (especie de fréjol más grande y más plano) en las diferentes modalidades:
1. A la bomba con características similares al juego de las bolas.
2. Al banco que se lo hacía con un banquito de madera que tenía varias hendiduras. Cada una señalada con el premio que se pagaba si una canica pasaba por la mencionada ranura. Según el banco, el número de tiros tenía un precio que se pagaba en tortas y que variaba según los premios que el banco pagaba.
3. Al viento o hueso que consistía en poner una torta en una mano y cerrarla formando un puño y presentarle a otra persona diciendo “viento o hueso”; la persona debía adivinar si dentro del puño había una torta (hueso) o no había nada (viento). Si adivinaba el premio era dicha torta, pero si fallaba tenía que pagar una torta.
4. Misiringuña: el proponente tenía en su puño un número indeterminado de tortas y le decía a alguien “misiringuña” y el propuesto decía “abre tu cuña”; el proponente a continuación abría su puño durante muy corto tiempo y mostraba las tortas y le decía “¿sobre cuántos pares?” y el propuesto tenía que adivinar el número de tortas que estaban en la mano del contrincante. Si acertaba, se ganaba todas las tortas del puño y si no lo hacía, tenía que pagar el número de tortas contenidas en el puño.
5. Cussun-cussun: cierta persona tenía en uno de sus puños una torta y mostraba los dos puños cerrados y decía cussun-cussun. El demandado del juego señalaba con un dedo alternativamente a los dos puños diciendo: “zeta bayeta dijo mi padre y mi madre que estaba aquí, señalando uno de los puños. Si la torta estaba en esa mano se ganaba la misma, pero si no acertaba tenía que pagar una torta.
Jugábamos también a las carreras de ruedas que consistía en hacer rodar una rueda obtenida de los neumáticos de los vehículos y se lo hacía impulsando y dominando la rueda con la mano, con un pequeño palo o con una horqueta y se lo hacía a toda velocidad y destreza para llegar a la meta antes que los rivales sin que la rueda sufriera desvíos o caídas. Se lo hacía únicamente por el honor de ser el primero.
El juego de billusos nos convertía por lo menos en esas circunstancias en millonarios. Las envolturas de los paquetes de cigarrillos eran de papel y se las podía desarmar y luego doblar como se dobla actualmente los billetes. Cada marca de cigarrillos tenía un valor determinado y la acumulación de muchos de ellos sumaban miles y miles de sucres- El juego consistía en poner en una circunferencia trazada en la tierra la cantidad de billusos que sumaban el monto acordado y se ponía un poco de tierra encima. Con una ficha que casi siempre era de algún metal que recabábamos en las herrerías, procedíamos a sacar de la circunferencia los billusos que pasaban a ser de propiedad de quien más destreza tenía. Los bolsillos de los pantalones siempre estaban abultados por la cantidad de billusos que andábamos a cargar y que eran adquiridos solicitando a familiares, amigos o cualquier persona que las envolturas de los cigarrillos no las boten y que nos guarden para que luego nos obsequien. Más rico y poderoso era el que tenía más amigos y familiares fumadores.
De igual forma jugábamos a los botones que casi siempre los obteníamos arrancándonos de las levas, de los pantalones, de los ternos y de los abrigos de algún familiar. La misma estructura de juego era para jugar a los fósforos que en esa época todos eran de madera y se los podía parar en medio de montoncitos de tierra que lograba sostenerlos en forma vertical y con una canica matza o catza, lográbamos sacarlos de una “bomba”.
Contábamos con otros muchos juegos colectivos donde participaban hombres y mujeres indistintamente. Entre ellos teníamos un juego que en la actualidad podría ser considerado racista y era “el hombre negro”. Por sorteo se designaba a la persona que pasaba a ser el hombre negro que se colocaba en medio de la calle mientras el resto nos aprestábamos a pasar a la carrera de un lado a otro de la calle que resguardaba el hombre negro. Se establecía un diálogo en los siguientes términos:
Hombre negro: - ¿quién tiene miedo al hombre negro?
Participantes: - ¡nadie!
H.N.: - ¿Qué come?
P.: - ¡Carne!
H.N.: - ¿Qué bebe?
P.: - ¡Sangre!
Inmediatamente había que correr y pasar al otro lado del "hombre negro". Si alguien era atrapado automáticamente pasaba a ser del bando del "hombre negro". El juego continuaba hasta atrapar a todos los participantes.
Para jugar al huevo del gato había que hacer unos pequeños huecos en la tierra que correspondía cada uno a uno de los participantes. El sitio se enmarcaba dentro de un cuadrado no muy amplio hasta donde podía extenderse la persona, en cuyo hueco caía una pequeña pelota. El aludido tenía que correr a cogerla, mientras el resto de niños salían desaforados para alejarse la mayor distancia posible del cuadrado, hasta que el que tenía la pelota daba la orden de detenerse. Los jugadores quedaban parados y el que tenía la pelota la lanzaba tratando de llegarle a alguno de los jugadores. Si acertaba, se le ponía pepa al que le golpeó la pelota y pasaba a ser el lanzador de la misma para embonar en uno de los huecos de los participantes. Si fallaba, se le ponía pepa al que falló. Las pepas eran pequeñas piedritas que se colocaban en el hueco correspondiente y cuando el primero que acumulaba el número de piedras convenidas de antemano era sometido a la “fusilica”, que consistía en que el jugador se colocaba con la cabeza a la pared, un poco agachado mientras el resto de niños, desde cierta distancia, procedían a lanzar la pelota por varias ocasiones para golpear la espalda del castigado.
El juego de los marros era muy similar al juego de baseball actual con la diferencia que la pelota que por supuesto era cualquier pelota que podíamos conseguir, era golpeada con una tabla de la forma de un bate, pero plana. Si no había tabla, jugábamos golpeando la pelota con la mano y el lanzador no lo hacía con la fuerza de los bateadores profesionales, sino elevando la pelota en una pequeña parábola que facilitaba el proceso.
En la escuela, en los recreos, jugábamos un juego que era verdaderamente cruel. Me refiero al quiero tener. Dos amigos o compañeros acordaban jugar a lo antes mencionado y en forma inesperada uno de ellos aparecía cuando el otro estaba comiendo o chupando algo y le decían “quiero tener” y lo que estaba consumiendo pasaba a manos de la otra persona sin que proceda ningún reclamo. Con el tiempo se desarrolló una contra, es decir, apenas el otro tomaba lo que consumía su amigo, este le decía “quiero tener” y de esa manera las cosas volvían a manos del propietario. Pero esto se volvió infinito, porque el uno y el otro acudían al "quiero tener" en forma inmediata. Para evitar el alargue del juego, se inventó la frase: “quiero tener, dejarasme de tener” que se traducía como la imposibilidad de ninguna réplica.Se jugaba además al bolsillitos, bolsillitos que de igual manera eran acuerdos entre los jugadores. En forma imprevista, alguno de ellos se aparecía frente al otro y reclamaba “bolsillitos, bolsillitos” que quería decir que el requerido tenía que alzar las manos y dejar que el otro se llevara todo lo que contenían los bolsillos.
También jugábamos a calaveras o murciélagos. Con un corcho tallado con una de las figuras (calavera o un murciélago) empapado de tinta, nos poníamos en el antebrazo la señal de nuestro agrado. Los jugadores inesperadamente se acercaban y preguntaban ¿murciélago o calavera? Entonces, teníamos que alzarnos la manga para mostrar la señal. Si la señal era la misma que tenía el solicitante, nos alejábamos unidos con un fuerte abrazo, pero si la señal era diferente, entonces se iniciaba una lucha cuerpo a cuerpo hasta que uno de ellos lograba dominar al otro y a horcajadas sobre su cuerpo le sujetaba con las rodillas en los bíceps logrando la total inmovilidad; entonces preguntaba “¿rindes o mueres?”. Si el sometido decía muero, el dominador incrementaba la presión y el dolor hasta lograr lastimarlo, pero si decía me rindo, la contienda terminaba sin mayores consecuencias y los dos contrincantes se levantaban y seguían buscando a otros jugadores para preguntarles: ¿calavera o murciélago?
Otro juego era el de los jinetes y caballos. Este juego requería de varios jugadores y en número par porque en papelitos pequeños se escribía jinete de tal país y en otro, caballo de ese mismo país, de tal manera que se formaban pares entre jinetes y caballos de los diferentes países. Entonces el caballo tenía que cargar a su respectivo jinete para empezar los empujones, los codazos, las nalgadas, o con las manos hacer que los otros pierdan el equilibrio y se caigan o los jinetes pierdan su estabilidad, produciéndose la desmontada. Ganaba el jinete y el caballo que lograban mantenerse en pie.
Jugábamos al cuche que era un juego con una pelota que era lanzada por alguien fuerte de un equipo y consistía en ir arreando al otro equipo hasta llegar a un sitio determinado de antemano y que era el objetivo del juego. Los cuches lo practicábamos en las calles de la ciudad, en donde el tráfico era virtualmente nulo y jugar en esos sitios no tenía ningún peligro.
Washington Ramiro Velasco Dávila
Licenciado en Ciencias de la Educación, especialidad “Físico Matemático” por la Universidad Central del Ecuador.
Profesor de la Universidad Católica Sede en Ibarra, de la Universidad Técnica del Norte y de la Universidad de Otavalo
Miembro de C.E.C.I. (Centro de Ediciones Culturales de Imbabura, Director Ejecutivo del Movimiento Cultural “La Hormiga”.
Publicaciones: Los Avisos y otras Narraciones. (Cuentos), La Pisada (cuentos), · Otavaleñidades. (Ensayos) y El Chaquiñán (Novela)
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