El ANTES Y EL DESPUÉS
PARTE 7
LA LECTURA Y EL DEPORTE
LAS GOLOSINAS Y LOS MEJORES POTAJES
Ramiro Velasco
En nuestra niñez, nosotros pagábamos para leer. En la actualidad, esto puede constituir una sorpresa. Había lugares especiales en Otavalo donde alquilaban revistas (comics) a los que la mayoría de niños éramos adictos. El alquiler costaba dos reales (20 centavos de sucre) y podíamos leer Superman, El Halcón de Oro, Tarzán, El llanero Soliatario, Roy Rogers, Red Rider, Hoopalong Cassidy, Lorenzo y Pepita, Periquita, Tío Rico Mc Pato, Porky, La Pequeña Lulú, la Zorra y el Cuervo, Bugs Bunny, Vidas Ilustres, Leyendas de América y un sinfín de temas que eran el deleite de nuestra niñez. Hoy creo que se lee poco y lo hacen a través de los teléfonos móviles que han acaparado la atención de los ciudadanos de todas las edades y han roto la comunicación en forma abrumadora. La desaparición de los comics fue producto de otras revistas cuyos dibujos eran grotescos y mal concebidos. Aparecieron en escena Memín Pinguín, Chanoc, Hermelinda Linda y otros que desdijeron de la esencia de los comics.
Los periódicos eran muy apetecidos por toda la información que proporcionaba a sus lectores, pero también era de otro tipo de utilidad ya que los productos en las tiendas de abastos se expendían en periódicos usados. La sal, el azúcar, la harina, el pan y un celemín de otros artículos se vendía envueltos en periódicos, porque no se conocía todavía el plástico y menos las fundas de este material, aunque sí existía las fundas de papel pero tenían un costo adicional. Los periódicos también eran usados para confeccionar una especie de gorra que nos protegía del sol y cuya utilidad estaba expresada en el uso que le daban los albañiles quienes trabajaban siempre puestos estos aditamentos.
Siempre fue el fútbol el deporte más apetecido por los niños y jóvenes pero tener un balón para practicarlo era algo muy difícil por lo escasos y caros. Dichos balones eran de cuero y se inflaban con dispositivo interior llamado bleris que era de caucho, el mismo que se introducía por un orificio que se sellaba con un pedazo de cuero y a falta del mismo lo sellábamos con cáscaras de naranja. Los balones eran la posesión más apreciada siempre y cuando no se moje porque de suceder aquello adquiría un peso exagerado que impedía realizar un buen shoot. Los zapatos de fútbol eran lo más apetecido por los practicantes del deporte en mención y a los que se les llamaba en forma generalizada como “pichurcas” que seguramente era el nombre de la marca. Cuando no se tenía para comprar los zapatos con los “pupos”, se procedía en cierto tipo de zapatos a clavar unos pedazos de suela en la planta de manera que se asemejaban a escaleras. Jugábamos con pelotas llamadas de viento por lo livianas y para poder utilizarlas adecuadamente, las envolvíamos con guaipe que nos regalaban en la fábrica San Miguel. Entonces adquiría el peso más o menos adecuado. Llegaron las pelotas de caucho que estaban matizadas de números y letras pero que nunca fueron usadas para jugar fútbol por lo “vivas” que eran.
El Mundial de fútbol de 1970 en México se pudo ver a través de la televisión colombiana que por algún raro fenómeno llegaba hasta la población de Quichinche. La parroquia, en cada partido se llenaba de aficionados que con anterioridad conseguían una plaza en la casa de algún familiar o amigo. Hoy vemos el fútbol de cualquier parte del mundo al instante y a todo color, con la posibilidad de repetición las veces que sean necesarias hasta quedar satisfechos ante tal o cual jugada polémica. Hoy la televisión nos ofrece no solamente el fútbol, sino todos los deportes, los campeonatos en países lejanos, los juegos olímpicos, los campeonatos mundiales, la NBA, la Champions, el ciclismo, el tenis, el golf y todo lo que se nos ocurra. Vivimos, en ese ámbito, mejores tiempos que los nuestros.
No contábamos con el surtido de comidas y golosinas que nos ofrece los actuales tiempos pero son inigualables los sabores de los caramelos de Manuel Gómez, del señor Varela, de las Charitas, de los caramelos en palitos de la señora de Varela; los helados de don Gonzalo Carrillo, del señor Bracero, del señor Andrade, de doña Samba Josefa; los hervidos del Bambi y sus hot dogs de la una de la mañana, los frescos de leche de la señora Rosa Vásquez, los panes de leche de las beatas, las habillas de la señora Artieda, las melcochas de las Bolitas y un sinfín de colores y sabores únicos de ese Otavalo del ayer en el que no podía faltar las costras con leche ordeñada, donde el señor Rodríguez o en la hacienda de San Sebastián. Sabores y momentos irrepetibles. Otavalo constituyó uno de los sitios más reconocidos por la calidad del pan que se expendía a los viajeros por intermedio de muchas vendedoras que se apostaban en la plazoleta de los caballitos o mejor conocido como el "Parque chiquito", en donde paraban todos los transportes interprovinciales. Eran panes de horno de leña entre los que se contaba los mestizos, los muyuelos (buñuelos), el pan de huevo, las quesadillas, las costras, el pan de leche, el pan de maíz y las habillas. Los otavaleños ausentes, los visitantes, los viajeros no dejaban de llevar a sus tierras lejanas el pan de Otavalo como la mejor “seña” de que estuvieron en esta ciudad. Hoy las panaderías han proliferado, pero en hornos eléctricos o de gas cuyo producto están tan alejados del sabor y la consistencia de los panes de antaño.
El escaso recurso económico de la mayoría de familias nos obligó a ser creativos en lo referente a los entretenimientos. Los juguetes los confeccionábamos nosotros mismos: pistolas de madera con ligas para explotar fósforos, aviones y barcos de papel, juguetes de hojalata de don Miguel Pazmiño, catapultas, zumbambicos, bodoqueras con tostado de pajarito, carritos de madera con ruedas de tillo, los famosos tractores hechos en los carretes de hilo. Todo esto fue cambiando al ser sustituidos por los carritos metálicos y de plástico, a cuerda y a presión, eléctricos y a control remoto; las pistolas de fulminantes, las de corcho, las eléctricas con luces y todo cambió, de la iniciativa y creatividad a la disponibilidad económica para adquirir los caros juguetes especialmente los de guerra que invadieron el mercado y las mentes de nuestros niños.
Cuando les cuento a mis sobrinos, primos y nietos de la llegada del hombre a la luna permanecen impávidos y no les llama la atención. Pienso que lo que ven en el cine, en Facebook, en sus tablets y computadoras hace que todos los actos que a nosotros nos llamaron la atención a ellos les pase por alto. A nosotros la llegada de Neil Armstrong, Edwin Aldrin al satélite natural de la tierra nos atrapó en forma extraordinaria de manera que la mayoría de jóvenes llegamos a coleccionar las réplicas de los módulos lunares en que llegaron los dos astronautas. Sabíamos hasta los menores detalles del despegue, de las rotaciones alrededor de la tierra y de la luna, de los acoples y desacoples; conocíamos los tiempos y las horas y minutos de cada acto de la misión y nos emocionamos con las primeras palabras de Neil Armstrong, cuando dio el primer paso en la luna. Hoy mirar la serie de la Guerra de las Galaxias nos lleva a vivir todas las fantasías que las asumimos como realidades, pero que a nuestra generación no deja de sorprendernos. No así a las nuevas generaciones los hechos no son más que otra forma de entender la nueva “realidad”. Toda la ficción que nos presenta el cine y la televisión no les llama la atención, porque la imaginación ya está puesta en otros ámbitos más espectaculares y surrealistas.
Washington Ramiro Velasco Dávila
Licenciado en Ciencias de la Educación, especialidad “Físico Matemático” por la Universidad Central del Ecuador.
Profesor de la Universidad Católica Sede en Ibarra, de la Universidad Técnica del Norte y de la Universidad de Otavalo
Miembro de C.E.C.I. (Centro de Ediciones Culturales de Imbabura, Director Ejecutivo del Movimiento Cultural “La Hormiga”.
Publicaciones: Los Avisos y otras Narraciones. (Cuentos), La Pisada (cuentos), · Otavaleñidades. (Ensayos) y El Chaquiñán (Novela)
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