EL ORIGEN DE LA LAGUNA DE CUICOCHA

 LEYENDA Y MISTERIO

 

Dorys Rueda

 

Esto sucedió hace muchísimos años, cuando dos hermosos montes se conocieron y se enamoraron. Un día el “Rucu Pichincha”, el volcán activo cerca de Quito, miraba a la distancia a María Isabel Nieves Cotacachi un “cerro hembra” que se mostraba impasible e indiferente.

Un día se armó de valor y fue a verla para declararle su amor. Al principio estaba nervioso, pero luego, cuando estuvo frente a ella y miró sus ojos tan verdes como la naturaleza, se sintió tranquilo y empezó a hablar. Fue sincero y tierno, sus palabras eran susurros que atravesaban el viento y llegaban como una brisa suave a María Isabel Nieves Cotacachi. Le dijo cuán hermosa era y cómo su esencia y ser le habían cautivado.  Después, con pasión y ardor, le dijo que ya no podía resistirse a sus encantos, que ella era su fuerza, su temblor, su furia y su cumbre.

Cada palabra era un halago, una declaración de adoración profunda y eterna. Ella se sintió cautivada y le respondió con timidez, diciéndole que nunca se había imaginado que tan majestuosa cumbre podía fijarse en ella.  Días después, le confesó que también le amaba y que creía que juntos podrían crear algo maravilloso, algo que debía perdurar por siempre. Así fue, tuvieron un bello hijo al que todos llamaban “El guagua Pichincha” para orgullo y alegría de ambos padres que hasta ese momento se profesaban un amor inconmensurable.

Sin embargo, ese sentimiento insondable entre el “Rucu Pichincha” y María Isabel Nieves Cotacachi fue terminándose poco a poco. El destino misterioso de los Andes había sellado su rompimiento. Él se alejó de María Isabel Nieves Cotacachi y se llevó consigo al “Guagua Pichincha”, el hijo que ambos habían engendrado. Ahora, las montañas, una vez unidas por un gran amor, estaban separadas.

Ella se sumió en la más profunda tristeza. Le dolía el alejamiento de “Rucu Pichincha”, pero lo que más la destrozaba era la distancia que la separaba de su hijo. Lloraba día y noche sin consuelo y sus lágrimas, como lluvia, caían por toda la naturaleza e iban formando, lentamente, una laguna de aguas cristalinas que era esencialmente femenina.  Así fue cómo se originó la laguna de Cuicocha.  Conocida en la región también como “Lago de cuyes”, por la similitud de las islas que están en el centro con la silueta de estos pequeños roedores originarios de los Andes de América del Sur.  Una laguna que también se la conoce como el   “Lago de los dioses”, pues sus aguas, como espejo, reflejan el alma y el espíritu de María Isabel Nieves Cotacachi, una madre que lloró y sufrió infinitamente por su hijo.

Este espectáculo natural de belleza, de conexión espiritual con la tierra, se volvió sagrado para los habitantes de la región, por ser un testimonio vivo y eterno del amor de una madre por su hijo perdido. Ahora, sigue siendo un escenario de un ritual sacro. Cada año, en tiempo del solsticio de verano, se realizan baños de purificación a sus orillas.

Este majestuoso sitio también ha sido fuente de inspiración para poetas y escritores que han exaltado su imponente y maravilloso paisaje. Un sitio de encanto, magia y misterio, donde han germinado las leyendas vinculadas a las almas perdidas, la muerte y los amores desafortunados.

Se cuenta que hace muchos años atrás, un grupo de estudiantes de un colegio de la ciudad de Otavalo fueron de excursión a la laguna de Cuicocha. Alquilaron algunos botes para cruzar a los islotes. Uno de ellos, poco seguro, se viró en la parte más profunda.  Los jóvenes, aterrorizados en el agua pidieron ayuda a la Virgen María y ella les escuchó. Los chicos no se ahogaron, fueron rescatados y regresaron con vida a sus hogares.

También cuenta la gente de Cotacachi que las aguas de la laguna se abren y devoran a quienes buscan quitarse la vida. Hace muchos años atrás un conductor, decepcionado por el amor, condujo su vehículo hasta la laguna e intencionalmente, al llegar, aceleró el carro para caer al agua.  La gente que estaba por el lugar pidió ayuda y pronto los buzos acudieron al sitio. Encontraron el automóvil, pero por más que buscaron un día tras otro al infortunado, no encontraron el cuerpo del hombre.  “Se lo tragó las aguas”, decían los pobladores.

Hay noches, en cambio, en que se ven destellos de luz en los islotes. La gente dice que es la manifestación del sufrimiento de los hombres y mujeres que cayeron al agua y murieron de manera prematura. Son las “almas perdidas” que caminan errantes, buscando redención o simplemente queriendo ser recordadas. Hay algunos que sostienen que esos fuegos fantasmales son un mal presagio, una advertencia para los jóvenes irresponsables que van a la laguna a beber cuando anochece.

 

Publicado por Diario El Norte
Julio 7, 2024

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  • homeLa autora Dorys Rueda, 13 de Febrero del 2013.
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