PADRE, ABUELO Y BISABUELO

Un Viaje de Tres Generaciones

Por Dorys Rueda

 

En el corazón del norte de Quito, me encuentro junto a Héctor Arturo Cisneros Ayala, rodeado por la calma que emana de su hogar. De gran estatura, él se encuentra relajado en un sillón blanco, acompañado de su mascota Frida. La gatita, de pelaje gris suave y ojos verdes que resplandecen como luces cálidas al caer la tarde, se acomoda en su regazo, añadiendo un toque de ternura a la tranquila atmósfera que los envuelve. A un costado, cerca de la pared, cuelga un cuadro de un paisaje del Lago San Pablo, un regalo de su buen amigo Paco Viniachy, un destacado artista otavaleño.

Mientras conversa con entusiasmo, Héctor me invita a disfrutar de un helado de chocolate, acompañado de unas galletas caseras que descansan sobre la mesita del centro de la sala. Al tomar la primera cucharada, el helado, suave y cremoso, se derrite lentamente en mi boca, envolviendo mis sentidos con una dulzura profunda y un toque de cacao que se despliega con suavidad. Es un consuelo reconfortante que no solo calma mi paladar, sino que también despierta en mí una oleada de recuerdos agradables, evocando aquellas tardes tranquilas en la casa de mis padres.

Héctor Cisneros Ayala nació en Quito hace 67 años, pero me cuenta que, aunque es quiteño de nacimiento, su corazón ha forjado un vínculo especial con Otavalo, una ciudad que hoy considera suya gracias a su esposa y a la familia de ella. Otavalo, con su rica herencia cultural, lo ha cautivado de una manera profunda y única. Fascinado por la belleza natural de la ciudad, se ha dejado envolver por sus paisajes imponentes, los lagos tranquilos y las majestuosas montañas que la rodean. Con el paso de los años, ha aprendido a valorar las leyendas que han marcado la historia de este lugar, historias que solía escuchar de la voz de sus suegros y que aún hoy siguen resonando en su memoria, como ecos de un pasado que persiste en el presente. Estas narraciones, tejidas en la cotidianidad de su vida, se han convertido en parte de su propia identidad y de su relación con la ciudad

 

  

 Héctor con su primera nieta Madeleine
Hoy tiene 20 años

 

Mientras platica conmigo, Héctor Arturo se acomoda en el sillón, ajustando su posición para encontrar mayor comodidad, mientras que a su lado, Frida, la gatita, hace lo propio. Se estira completamente, extendiéndose con elegancia y luego se enrosca suavemente, buscando el ángulo perfecto para descansar. Él sonríe ante la escena y, con cariño, acaricia su suave lomo. Luego, retoma el flujo de la conversación.

Me cuenta que durante 42 años trabajó en el sector eléctrico del país y que fue maestro de la Universidad Popular, que en su momento formaba parte de la Universidad Central del Ecuador. Posee una licenciatura en artes industriales, una especialización en educación y nuevas tecnologías obtenida en FLACSO Argentina, y un doctorado en educación.

Al preguntarle sobre sus pasatiempos, me responde: "Me gusta leer, escuchar música clásica y caminar. Sin embargo, lo que más disfruto es el baile, una forma de expresión que comparto con mi esposa y que aporta una chispa única a nuestras vidas”. Luego, menciona con orgullo que es el fundador, junto con su esposa del sitio web elmundodelareflexion.com, un portal creado en 2013 con el objetivo de promover la lectura y la escritura, contribuyendo de manera significativa a la difusión de la literatura y la educación.

En ese momento, el teléfono suena y Héctor Arturo, con una sonrisa, se disculpa antes de apagarlo. Aprovechando esta breve pausa, le comento que la entrevista se enfocará más en su faceta personal que en su carrera profesional, específicamente en su rol como padre, abuelo y bisabuelo. Le pregunto, entonces, qué significan para él esos roles tan importantes. Entrelaza las manos y, tras un breve momento de reflexión, me responde:

 

 

 Héctor y su nieta Ivana.
Hoy tiene 16 años

 

“Ser padre, abuelo y bisabuelo son roles donde el amor se expresa de formas diferentes. Ser padre es guiar, educar y proteger a los hijos”, dice, levantando las manos como si estuviera abrazando ese concepto, “mientras que ser abuelo es disfrutar de la oportunidad de ser un refugio de cariño, ofreciendo a los nietos un espacio seguro y lleno de afecto, sin las preocupaciones diarias de la crianza”.  Hace una pausa, mira al frente y concluye: “Ser bisabuelo es algo sublime. Siento que soy el puente entre el pasado y el futuro, una figura que preserva y transmite el legado familiar, compartiendo aquello que solo los años de experiencia pueden otorgar”.

 

  Con su bisnieto Gabriel

 

En ese momento, su gatita Frida, que hasta entonces había permanecido tranquila a su lado, salta y se desliza con agilidad bajo las sillas del comedor. Su pequeña travesura interrumpe suavemente el curso de la conversación, pero al mismo tiempo, infunde al ambiente una frescura inesperada, aportando un toque de espontaneidad que revitaliza el momento.

Le pregunto qué valores o enseñanzas ha transmitido a sus hijos y nietos a lo largo de los años. Con un gesto de calma, se detiene por un instante antes de responder con firmeza: “He tratado de enseñarles, ante todo, el respeto: el respeto hacia las personas, hacia los padres y abuelos y lo más importante, que se respeten a sí mismos”.  Al decir esto, cierra los ojos por un instante, como si estuviera recordando lo importante que ha sido para él este valor. “También les he inculcado la importancia de cuidar su cuerpo y su mente, porque eso es lo que les permitirá llevar una vida plena. Les he transmitido el amor por los animales, el respeto por la naturaleza y la importancia de valorar y cuidar el entorno que nos rodea”.

Ahora, su mirada se suaviza, parpadea lentamente y continúa: “También les he hablado sobre la importancia de hacer ejercicio y cuidar su salud, algo que ha sido fundamental para mí, ya que el deporte ha formado una parte esencial de mi vida. Como deportista, aprendí a valorar el esfuerzo físico y la disciplina y quise que ellos pudieran vivir esa misma experiencia”. Hace una ligera pausa, se acomoda nuevamente en el sofá y con una mirada decidida, añade: “Además, les he insistido en la necesidad de ser consecuentes con sus decisiones, de asumir la responsabilidad de sus actos y de vivir con integridad”.

 

Héctor y su hijo Alejandro

 

Mientras la conversación transcurre de manera amena, le pido qué me hable de sus hijos. Él, con una sonrisa cálida que refleja el profundo orgullo que siente por ellos, responde: "Tengo dos hijos. "La primera es Verónica, tiene 42 años y vive en Estados Unidos con mis nietos. Trabaja como maestra en una escuela. Aunque la distancia nos separa, mantenemos un vínculo muy cercano". Luego, añade: "Mi segundo hijo es Alejandro y tiene 39 años. Es director de sonido, su campo es el cine. Vive aquí en Quito y tiene una hija, Maura, que recientemente celebró su fiesta de 15 años". Su sonrisa se ensancha y agrega: "Además, tengo nietos por parte de mi esposa. Sus sobrinos nietos los considero como mis propios nietos". Y con una expresión de satisfacción, concluye: "Agradezco a Dios por tener un montón de nietos y un hermoso bisnieto. No hay mayor felicidad que tenerlos a todos".

 

 

Su hija Verónica, su nieto Juan José

 

Le pregunto cómo logró equilibrar su vida como padre y profesional y al instante dirige su mirada hacia el horizonte. Tras unos segundos de reflexión, gira su rostro hacia mí y responde: "No fue fácil, especialmente cuando trabajaba en turnos en el sector eléctrico, lo que significaba que no tenía un horario fijo".  Frunce ligeramente el entrecejo al recordar esos tiempos y agrega: "Hubo momentos complicados, sobre todo cuando tenía turnos nocturnos y mis hijos estaban en casa y yo no. Pero siempre hacía lo imposible por estar con ellos, por estar presente en los momentos importantes de mis hijos, luego en los de mis nietos y ahora, en los de mi bisnieto”. Su voz se vuelve más firme mientras señala: "Para mí, ser padre, abuelo o bisabuelo no es solo estar físicamente con ellos, sino ofrecerles apoyo y enseñarles con el ejemplo, sin importar lo que dicte mi agenda diaria".

 

Héctor y su nieta Maura

 

Con amabilidad, me ofrece unos bocaditos de queso, pequeños pero irresistibles. El primero que pruebo es tierno, con un sabor delicado.  Su ligera salinidad resalta sin imponerse, mientras una sutil nota de hierbas emerge al final, aportando un matiz inesperado que lo vuelve aún más especial. Le pregunto:  "Si pudiera darle un consejo a su yo más joven, antes de ser padre, ¿qué le diría?" Héctor Arturo me mira con fijeza y responde inmediatamente: “Le diría que aproveche cada momento con sus hijos, porque el tiempo pasa rápidamente y no se puede recuperar. Los abrazos, las palabras de aliento y los momentos compartidos son mucho más significativos que cualquier logro material. Le recordaría también que ser un buen padre no implica alcanzar la perfección, sino estar dispuesto a aprender y adaptarse a medida que sus hijos atraviesen las diversas etapas de la vida. La paternidad es un camino en el que, aunque los errores son inevitables, lo esencial es estar presente, ofrecer apoyo constante y evolucionar junto a ellos. Es un proceso de comprensión mutua, donde lo más importante es saber ajustarse a sus necesidades conforme cambian. Además, le diría que, en lugar de preocuparse en exceso por el futuro, lo crucial es vivir plenamente el presente, cultivando experiencias que dejen una huella profunda en el corazón y fortalezcan los lazos familiares".

Otra de las mascotas de la casa interrumpe ligeramente la entrevista. Es una pequeña perrita, a quien Héctor alza con suavidad y la coloca a su lado. Aprovecho la pausa, para preguntarle cómo le gustaría que lo recuerden sus hijos, nietos y bisnieto.  No se toma mucho tiempo para responder: “Me gustaría que me recuerden como alguien que trató de ser un buen padre, abuelo y bisabuelo, aunque sé que no siempre fue fácil y que cometí errores involuntarios.  No soy perfecto, pero hice todo lo posible por estar ahí para ellos, por ofrecerles lo que más pude: mi tiempo, mi apoyo y mi cariño. Ojalá que lo que más recuerden de mí sea mi esfuerzo por ser siempre honesto y trabajador. Si al final de todo, me recuerdan no solo por eso, sino por haberles transmitido valores que los ayudaron a convertirse en mejores seres humanos, estaría completamente satisfecho”.

 

Con su nieta Ámely
Hoy tiene 13 años

 

Le menciono que sé que es un gran lector y Héctor Arturo, con una sonrisa y un gesto lleno de entusiasmo, me responde: "Bueno, no siempre fui un buen lector. Eso lo aprendí con el tiempo.  Al principio, cuando era estudiante del colegio, leer me parecía solo una obligación, pero con los años, en la universidad, descubrí que un buen libro es una puerta a mundos desconocidos, una manera de vivir otras vidas, de aprender y de reflexionar. Ahora no puedo imaginarme sin tener un buen libro entre las manos". Toma un sorbo de agua y con calma, añade: "He tratado de inculcar este hábito tan enriquecedor a mis hijos y nietos. Recuerdo que cuando ellos eran pequeños, les leía antes de dormir y aunque algunas veces llegaba agotado del trabajo, esos momentos eran sagrados para mí". Su rostro se suaviza y, con un tono más serio, manifiesta: "Con mis nietos, la tarea ha sido más difícil, sobre todo porque hoy en día los dispositivos electrónicos ocupan gran parte de su tiempo. Leen menos que mis hijos a su edad y con ellos el trabajo es más arduo.

Le pregunto si hay algún momento de su paternidad o abuelazgo que lo haya marcado profundamente y que recuerde con cariño. Al instante, sus ojos se iluminan.  "Con mis hijos", responde, haciendo una pausa para saborear el recuerdo, "el primer día que ingresaron al jardín fue un momento que jamás olvidaré. Verlos dar ese primer paso hacia una nueva etapa, tan pequeños y llenos de confianza, me llenó de orgullo, pero también de una tristeza sutil al darme cuenta de que ya no dependían tanto de mí". Su voz se entrecorta al continuar: "Con mis nietos y bisnieto, el momento en que nacieron quedó grabado en mi corazón y en mi memoria, dejándome una huella que nunca se borrará”.

Antes de concluir la entrevista, le pregunto qué consejo les daría a sus hijos, ahora que son profesionales. Héctor Arturo se queda en silencio por un momento, como si meditara.  Luego, con una expresión serena, responde: "Les diría que sigan estudiando, que nunca dejen de aprender. Que viajen, que exploren el mundo y, si tienen la oportunidad, trabajen en su campo fuera del país. Las experiencias que adquieran, no solo en su profesión sino también en la vida, les serán de un valor incalculable”.

La entrevista llega a su fin. Me levanto y le agradezco por compartir su historia como padre, abuelo y bisabuelo. "Lo conozco desde hace 22 años", le digo, "y, a pesar de todo este tiempo, sigo sorprendida por la claridad, sencillez y autenticidad con las que ve la vida". En ese instante, dejo de ser la entrevistadora y, con una sonrisa cómplice, me dirijo al comedor, invitando a Héctor Arturo Cisneros Ayala, mi esposo, a disfrutar de un delicioso café, después de haber compartido una tarde llena de recuerdos.

 

 

Visitas

004551741
Today
Yesterday
This Week
Last Week
This Month
Last Month
All days
796
6137
20543
4458680
93061
140435
4551741

Your IP: 57.141.4.15
2025-06-11 03:18

Contáctanos

  • homeLa autora Dorys Rueda, 13 de Febrero del 2013.
  • mailelmundodelareflexion@gmail.com
  • mapOtavalo, Ecuador, 1961.

Siguenos en