Veronica Puente-Windle

Recopilación Dorys Rueda

Enero, 2021

 

 

 

 

UBICACIÓN

 

 

La casa de don Wilson Puente queda en la esquina de las calles Bolívar y Piedarahíta en la ciudad de Otavalo-Ecuador. Esta casa muy señorial de una edad más de 100 años, ocupa un cuarto de manzana del barrio. Sus columnas extensamente largas y anchas dividen los innumerables y opulentos dormitorios.  Un piso de aquellas habitaciones darían cabida a dos pisos modernos.

 

LA FORMA DE LA CASA

 

 

La casa tiene la forma de un cuadrado. Cada pared conecta con la otra como que estuvieran entrelazadas por un abrazo imperecedero.  En el centro de la casa se encontraba el patio con su piletita de agua, fuente que colmaba a muchos sedientos pajaritos. También alrededor habían macetas de flores que abastecían de miel a los gallardos picaflores. Al costado derecho del patio, estaba la lavandería hecha de piedra. Piedra dura sin decadencia y eterna que a pesar de tanta agua que había pasado por ella, se mantenía aún intacta y memorial. Piedra útil para que las lavanderas con sus manos marchitas fregaran la ropa en una homogénea sinfonía.

 

LA COCINA

 

          La cocina, con las planchas de hierro, cubrían casi todo el frente de la estufa. Alrededor estaban las alacenas llenas de comestibles. En el centro, estaba la mesita del diario, la mesita inmóvil que parecía estar atada al piso, la mesita con el mantel de flores, la mesita de siempre, aposento de todos. 

 

           Dentro de mi alma consideré que el corazón de la casa era la cocina. En realidad, era la hoguera donde irradiaba el calor que trenzaba con ese tibio aroma típico del olor a pan. Que,  con tan solo un respiro, también se podía saborear el aroma del tostado; olores tan sublimes que perfumaban toda la casa. Allí es donde siempre estábamos juntos o nos reuníamos a almorzar después de un largo día.  

 

LAS HABITACIONES

 

           Pasando la cocina se observa los dos salones esquineros. Los grandes salones adornados con sus lámparas colgantes y sus paredes gruesas que majestuosamente hacen reminiscencia de sus anteriores dueños. Aquellas vejestorias paredes que han visto crecer a familias distintas. ¡Paredes mudas e indiferentes!.  Si ellas pudieran hablar yo creo que contarían una historia. …. En lo más recóndito de ellas, se observan todavía rendijas que han guardado por años las cicatrices de la tristeza, del abandono y de la soledad. Pero también hay brechas enormes que son constancia de las alegrías vividas de cuando todos éramos uno y, que poco a poco, nos hemos ido desgranando del lecho, hasta que ninguno vivimos ya allí. 

 

Una vez más, la casa vieja mora abandonada y solo quedan impregnadas las pinturas invisibles de aquellos inolvidables recuerdos de nuestras vidas…

 

 

Portada

Cortesía: Veronica Puente-Windle

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  • homeLa autora Dorys Rueda, 13 de Febrero del 2013.
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  • mapOtavalo, Ecuador, 1961.

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