Nuria Rengifo
Recopilación: Dorys Rueda
Otavalo, agosto, 2018

 

En esta tarde, en que las nubes vespertinas se pintan rosadas, iluminadas por el sol poniente, emergen gratos recuerdos de una tarde similar vivida hace muchos años.

Éramos muy chicos y formábamos parte de un grupo juvenil mixto llamado La Tropa. Lo conformábamos alrededor de 25 muchachos y muchachas de edades comprendidas entre los 13 y los 20 años, entre los cuales estábamos los estudiantes de Otavalo y aquellos que estudiaban en Quito. A estos últimos los envidiábamos por la suerte que tenían de realizar sus estudios en la capital, que era lejana y hasta inaccesible para muchos. También habían algunos miembros que eran capitalinos de "pura cepa", descendientes de familias otavaleñas residentes en Quito.

En la tarde del Pregón, como era muy común en "las Fiestas", las casas estaban llenas de visitas de propios y extraños que venían para disfrutar de la "Fiesta más alegre, en la ciudad más amable del país". Era la mejor temporada, pues recibíamos la visita de parientes y amigos a los que no veíamos en el resto del año.

Ya nos habíamos puesto de acuerdo con "los tropos", en que iríamos a bailar en el parque esa noche, ya que la mejor orquesta de esos tiempos, Los Príncipes, amenizaría la Fiesta y no podíamos perder la oportunidad de ese baile que habíamos esperado con la mayor expectativa.

Yo frisaba los 15 años y como muchas chicas de esa edad ya tenía "enamorado" por lo tanto, al baile iría con él.

Los amores de ese tiempo eran muy inocentes, de conversaciones en la sala paterna, a la vista de toda la familia, de tomadas de la mano y de besos furtivos. Aunque en no pocos casos, surgieron grandes amores y matrimonios felices que duran hasta hoy. Los varones debían esperar un mes, desde el día de la "declaración", hasta que la pretendida "lo pensara" y le diera el "sí" o un talvez o Dios no quiera,  un "no". Conozco que, en generaciones anteriores a la nuestra, el tiempo de espera para el ansiado "sí" o el temido "no" era de un año. ¡Qué paciencia! ¿Verdad?

Volviendo al relato, les comento que el ambiente de las Fiestas se respiraba por todos lados. Había gente apiñada en todas las calles, la mayor parte eran personas desconocidas que se agolpaban en calles y plazas para ver el majestuoso Pregón de Fiestas, famoso por la variedad, calidad y cantidad de comparsas y carros alegóricos.

En mi casa, todo era euforia y barullo ya que mi hermana menor estaba como candidata a Reina del Yamor y, como era de esperarse, todos corríamos de arriba a abajo, ya con una cosa ya con la otra, para terminar su arreglo personal o para decorar el carro alegórico en que se luciría esa noche.

La casa estaba llena pues habían llegado amigos muy queridos de mis padres con sus hijos que eran contemporáneos nuestros. Llegaron primas y primos, tíos y tías, conocidos y conocidas. Entre ellos, una prima que se quejó de que no tenía con quién ir a bailar esa noche y que, por lo tanto, no iría. Nosotros con risas y bromas la animábamos, pero ella, impertérrita, se negaba a escucharnos.

Antes de salir, y como jóvenes que éramos, decidimos jugar al "juego de la botella" para "hacer tiempo". De este juego nacieron muchos otros amores, como el de esta prima que encontró a su compañero de baile, a quien primero le dio de beber "en pilche" la chicha "para que el amor le durara toda la vida" y luego, danzó con él toda la noche del baile.

¡Qué tiempos tan inocentes y hermosos! . ¡Qué cosas tan simples nos hacían felices!.

Miro a mi ventana y veo cómo el manto de la noche casi se ha tomado el cielo. La silueta del Imbabura es de color azul marino a esta hora. Pienso en que la vida ha sido muy generosa conmigo. Me ha regalado tiempo de anocheceres y amaneceres mágicos, cobijada por el monte tutelar, en mi amado Otavalo.

 

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  • homeLa autora Dorys Rueda, 13 de Febrero del 2013.
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  • mapOtavalo, Ecuador, 1961.

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