Por. Enrique Freire Guevara

 

Con esta designación llaman los habitantes de San Cristóbal a una efigie de La Inmaculada expuesta a la adoración de los fieles en la catedral de Puerto Baquerizo Moreno.

Llaman así para distinguirla de otra imagen de la parroquia El Progreso. En torno a estas sagradas figuras los pobladores de la isla recuerdan los siguientes acontecimientos.

Hace muchos años existía junto al muelle un canchón, seguramente hecho construir por Cobos, que servía de acuerdo a las necesidades, ya sea como cuartel, residencia del Jefe Territorial, bodegas de almacenamiento y hasta como lugar de reunión de los trabajadores.

Durante la Segunda Guerra Mundial lo ocuparon los capellanes del ejército. Al terminar la consagración llegaron los primeros misioneros franciscanos y lo convirtieron en capilla para el culto a una imagen de la Virgen del Quinche.

Pronto los habitantes de El Progreso iniciaron gestiones para trasladar a los misioneros hacia el centro del poblado, por lo que el canchón quedó a beneficio de las religiosas Lauritas quienes formaron una escuela de manualidades con un internado para atender a niñas y a señoritas de otras islas.

Más como la devoción estaba implantada en la playa, fue necesario mandar a construir otra efigie que tuviera relación con los intereses formativos de la juventud. ¡Qué mejor que La Inmaculada! Arquetipo de pureza virginal. Con inusitado fervor y en medio de colorido fiestero desfilaron las naves marítimas con la nueva imagen hacia Puerto Chico (Baquerizo Moreno). La entrada fue en domingo de no recordado año.

La devoción era muy significativa porque en honor a La Inmaculada las niñas hacían votos de pureza antes de entrar a los estudios.

Por otra parte, en la hacienda El Progreso aún existían penados ilustres que se preocupaban de culturizar a los nativos y habían formado una escuela sustentada por padres de familia. Al terminar las primeras letras muchos aspiraban enviar a sus hijos a la playa a aprender alguna profesión donde las monjitas. Pero la caminata resultaba gravosa, principalmente en invierno, por lo que resolvieron invitar a las religiosas a trasladarse al centro poblado.

Como la negativa de las religiosas fuera rotunda, los habitantes de El Progreso se resolvieron arrebatarles a la imagen que empezaba a tener fama de milagrosa. Los misioneros no sabían a qué atenerse ante tan cerradas intransigencias. Los comentarios empezaron a tornarse en preparativos. Una noche, después del rezo acostumbrado, reuniéronse los moradores en asamblea y acordaron trasladarse a renovar la invitación a las religiosas o en caso contrario arrebatarles a la imagen.

Con la  presencia de los niños y jóvenes que seguían llegando de la hacienda, empezó la inquietud y zozobra de las Lauritas.

Disuadir o repeler era imposible. Se trataba de todo un pueblo. De pronto llegaron los comisionados. La negativa se la esperaba como también la acción final. Pues cansados de parte y parte de diálogo infructuosos dieron por terminada la gestión pacífica y sin contemplaciones a clamores ni gemidos tomaron a la imagen en improvisada anda y comenzaron el desfile hacia la parte alta.

Hasta tanto los preparativos recepcionistas en El Progreso llenos de fervor construían arcos, recolectaban flores y la campana de la hacienda tañía sin cesar.

Los religiosos por su parte no intervenían y se los miraba llenos de preocupación.

Las miradas de espera atisbaban la distancia en pos de los comisionados que no aparecían con la Virgen.

En cambio en la playa, a pocas cuadras del punto de partida habían forcejeos por levantar el anda, pues un enorme peso había obligado a descansar. No acababan de comprender lo que estaba aconteciendo y reprochándose de unos a otros empezaron a abandonar la empresa.

En esa noche hubo disgustos y reproches en El Progreso.

En cambio los religiosos y los niños por su cuenta condujeron sin contratiempo y llenos de júbilo a la Inmaculada a su capilla inicial.

Al día siguiente madrugáronse todos los moradores excepto los niños y los jóvenes. Invadieron la capilla y sin más estorbo que un minúsculo grupo de monjas y de niñas llorosas, sacaron en andas a la imagen y empezaron la cuesta pedregosa que conduce a la hacienda.

Repentinamente al llegar a Cerro Patricio un formidable peso impidió la marcha. De manera sorpresiva a pesar de prohibiciones, el paraje fue invadido por multitud de niños y de jóvenes.

Estimuladas las religiosas con su presencia elevaron plegarias y cánticos a la Virgen y con admirable facilidad levantaron las andas y empezaron el retorno hacia el lugar de partida.

Sólo entonces comprendieron los fanáticos que la Inmaculada no quería separarse de sus tiernos devotos de la playa.

A raíz del acontecimiento los habitantes del Progreso siguieron llegando a poblar la playa y unirse a los habitantes del lugar.

El milagro de la Virgen fue la unión de la familia de San Cristóbal que sigue reuniéndose cada domingo en la catedral de Puerto Baquerizo a las plantas de María Inmaculada.

 

Leyendas de Chatam, Editorial Casa de la Cultura. Ecuatoriana, Quito, 1993.

 
 
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  • homeLa autora Dorys Rueda, 13 de Febrero del 2013.
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