Dorys Rueda
Ser un buen lector es un compromiso, una forma de inspirar a otros a leer. Los profesores de nuestro país y de cualquier lugar del mundo debemos ser conscientes de que un buen docente debe ser, antes que nada, un buen lector.
Mi aventura en el mundo de la lectura empezó a los 12 años, cuando ingresé a un colegio religioso femenino de Quito que tenía mucho prestigio. La profesora a cargo de la asignatura de Lenguaje y Literatura era Sor Elena, una joven religiosa española que nos daba temor por lo estricta que era. En sus clases “no volaba ni una mosca” y exigía perfección en la escritura y lectura. Enviaba a leer un libro por mes para el disgusto de todas.
La tuve como maestra por tres años. Subrayaba que la lectura no era algo mecánico, que teníamos que descubrir el sentido tras las palabras, que el libro era un pasaporte para viajar a los universos imaginarios más deslumbrantes y entender de mejor forma el mundo. Lo decía mientras hacía explícitas ciertas estrategias que utilizaba con relación a la lectura: selección de textos, formulación de preguntas durante la lectura, subrayado de recursos literarios y conexiones entre lecturas, autores y obras.
La figura de Sor Elena todavía me impresiona, pero recordarla es traer a mi memoria a los grandes clásicos: Tirso de Molina, Calderón de la Barca, Leandro Fernández de Moratín, Benito Pérez Galdós, Cervantes, Ernest Hemingway y Franz Kafka. Cuando me convertí en maestra la entendí: un profesor que valora y disfruta la lectura en su espacio personal y luego lo comparte en el aula es un excelente modelo lector para sus alumnos.
Esta figura del maestro como lector y mediador cuenta con un fuerte respaldo en el discurso didáctico contemporáneo. Si los profesores son buenos lectores serán también los mejores mediadores en la lectura. Por eso conviene preguntarnos si nos gusta leer y con qué frecuencia lo hacemos, porque nadie puede enseñar a leer cuando no siente gusto por la lectura. Nadie puede enseñar a leer, cuando lee poco, cada cierto tiempo o cuando no lee nada en absoluto. En el ámbito anglosajón, la problemática del maestro que lee poco ha sido denominada como “Efecto Pedro”, expresión que simboliza, como en la parábola, que nadie da lo que no tiene.
El trabajo de Sharon McKool y Suzanne Gespass (2009) evidencia el contraste entre los docentes lectores con los poco lectores. Por ejemplo, un 100% de los profesores lectores recomienda libros específicos a sus estudiantes contra el 33% de los no lectores. Un 90% de los maestros lectores genera espacios de lectura silenciosa seguidos de discusiones sobre los libros, contra un 50% de los poco lectores. Un 90% de los docentes lectores conduce sesiones de lectura guiada, en contra de un 70% de los poco lectores.
En nuestro país, el Ministerio de Cultura y Patrimonio del Ecuador (2018) señala que la encuesta realizada por el INEC sobre hábitos lectores determina que el 57% de la población no lee, porque no se ha impulsado la lectura en la familia y en la escuela, porque no hubo mediación entre los libros y los lectores.
Un buen profesor debe necesariamente ser un buen lector que lee junto con los estudiantes, los motiva y les compromete con los libros, como ocurrió conmigo. Esta es la responsabilidad más noble que tenemos quienes nos dedicamos a la docencia.
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