
Cuenta la leyenda que hace muchos años atrás, había en la ciudad de Quito, en sus inicios, una familia muy adinerada que tenía un solo hijo.
Este joven tenía su mesada que se la gastaba en juegos de póker y cartas, era un jugador empedernido. Con el pasar del tiempo, sus padres, aunque sabían lo que ocurría con su hijo, recién tomaron una decisión: no volverle a dar dinero para que no siguiera con su mal vicio.
El joven, apremiado por el dinero, empezó a robar cosas de su casa: joyas, cuadros y objetos valiosos. Al punto que un día robó el anillo de bodas de su madre para poder jugar.
Esa noche, cuando salía del juego, ya muy tarde, mientras iba de regreso a su casa, se encontró con una joven muy hermosa que le llamó mucho la atención. Decidió acercarse y hablar con la muchacha. Le preguntó qué hacía a esa hora, tan hermosa y sola. Ella le respondió que estaba esperando a que alguien la llevara a casa. El joven se ofreció acompañarla y la chica, aceptó.
Cuando habían caminado ya un tiempo, al muchacho le entró la duda y le preguntó.
- ¿Dónde vives? Hemos caminado mucho y aún no llegamos.
Ella dijo:
-Ya estamos muy cerca, yo vivo en el bosque, a las afueras de la ciudad.
Al escuchar esta respuesta, el muchacho se quedó más tranquilo y siguieron caminando. Después de un corto tiempo, llegaron al bosque y ella le dijo:
-Mira, en la casa que está abajo, allí vivo. Tengo una propuesta: si tú me acompañas hasta la puerta de mi casa, ya no podrás regresar. Te quedarás conmigo para siempre.
Claro, respondió el joven. Te acompaño y me quedo contigo por siempre.
Cuando llegaron a la casa de la muchacha, él observó que en la puerta de la casa había una gran roca. Entonces, preguntó:
- ¿Cómo vamos a entrar con esa roca cubriendo la entrada? No podemos moverla.
La joven dijo:
-Descuida, de eso me encargo yo. Pero quiero que estés bien seguro. Si entras conmigo, te quedas para siempre. ¿Estás dispuesto?
Él dijo que sí y en ese momento, la muchacha movió la roca y le dijo que mirara al interior de su casa.
El joven, se acercó para mirar. Entonces, la chica lo empujó y él cayó, no a un precipicio, sino al interior de una paila llena de aceite, en la que desapareció.
Con el paso de los días, los padres del joven salieron a buscarlo, pero nunca lo encontraron. De pronto, un día, mientras la madre estaba observando por la ventana, vio a su hijo en medio de dos árboles. Ella, emocionada, salió a darle la bienvenida. Le abrazó y le preguntó dónde había estado.
Él, por respuesta, le dijo:
-He venido solo para hacerte dos preguntas: ¿Por qué este árbol que está a mi derecha es frondoso y tiene frutos?
- La madre respondió:
-Porque me encanta, porque me he dedicado mucho tiempo a cuidarlo, a podarlo y a quitarle las malas hierbas.
El hijo le contestó:
-Está bien, pero ahora dime: ¿por qué este árbol que está a mi izquierda está reseco, torcido y sin vida?
Su madre dijo:
-Porque es un árbol que no me llama la atención. Nunca me gustó y nunca le puse cuidado. Lo regaba de vez en cuando, pero nunca podé las hierbas malas.
El hijo, al escuchar ambas respuestas dijo:
-Yo soy el árbol torcido, porque tú no supiste cuidar bien. Pensaste que darme todo lo material era suficiente, para que yo pudiera ser feliz. La madre, al escuchar estas palabras, rompió en llanto. Se tapó la cara y cuando dejó de hacerlo, vio que su hijo había desaparecido nuevamente. Nunca más lo volvió a ver.
Portada: https://thumbs.dreamstime.com/z/sombra-verde-del-bastidor-del-%C3%A1rbol-del-%C3%A1rbol-seco-41872555.jpg