Recopilación: Dorys Rueda
Al parecer, el vehículo transitaba a exceso de velocidad y no pudo frenar a tiempo, cuando salió de la curva. Muy tarde el chofer había notado un deslave que bloqueaba gran parte de la pista. El bus se precipitó a un barranco de casi treinta metros de profundidad. Ninguno de los ocupantes se salvó, todos fallecieron y sus cuerpos fueron llevados a la morgue del lugar, para que sus familiares pudieran reconocerlos y darles cristiana sepultura.
De todos los fallecidos, solo un cuerpo no pudo ser reconocido ni reclamado. Se trataba de una mujer joven, de unos 22 años, de contextura delgada y de rostro tierno y hermoso.
Pasaron varios meses del accidente y el cuerpo de la chica seguía en los congeladores de la morgue, por lo que los médicos forenses de la ciudad de Santo Domingo decidieron vender el cuerpo a un grupo de muchachos de la Facultad de Medicina de la ciudad de Quito.
Los jóvenes que habían adquirido el cuerpo regresaban de Santo Domingo a Quito, muy contentos por la enorme adquisición que habían hecho para su carrera de medicina. Antes de llegar a Alluriquín, vieron a una chica que estaba parada a un lado de la vía.
Ellos, en un gesto de amabilidad, ya que era muy tarde, decidieron parar el auto para acercarse a la muchacha. Le preguntaron qué hacía en ese lugar tan peligroso y a esas horas de la noche. Ella respondió que esperaba que algún bondadoso chofer le llevara unos cuantos kilómetros más adelante, al poblado más cercano donde estaba su casa y así poder descansar.
Los muchachos, amablemente, le permitieron subirse al auto. Uno de los jóvenes le preguntó por qué estaba mojada, cuando ni siquiera había llovido en el lugar. Ella, no pudo responder ya que titiritaba de frío. Este mismo muchacho, en un gesto de caballerosidad, le prestó su chompa para que la chica se abrigara.
Más adelante, el conductor le informó a la joven que habían llegado al pueblo y le preguntó dónde deseaba bajarse. Ella le contestó que su casa estaba en las afueras, que continuara y ella misma le avisaría para que se detuviera.
En efecto, minutos después, la muchacha le pidió que parara. Había una casa más arriba de la carretera. Los jóvenes asumieron que allá se dirigiría. La dejaron en ese lugar, conocido como Tandapi.
Un par de días más tarde, el joven decidió ir a retirar la chompa que le había prestado a la joven. Llegó a la casa y al golpear la puerta, salió una ancianita. El muchacho le preguntó por la chica que días atrás había dejado en la carretera y que se dirigió a esa casa. Venía por la prenda que le había prestado para que se resguardara del frío.
La ancianita le escuchó muy extrañada y le contestó que allí no vivía ninguna joven y que de seguro debía estar equivocado. Le contó que la única persona que había vivido con ella era su nieta, que unos meses atrás había salido de viaje a Guayaquil y nunca más había regresado, porque había muerto en un accidente en la vía. Las autoridades le dijeron que su cuerpo debía estar en Santo Domingo, pero como no había tenido fuerzas para ir sola allá y no tenía dinero para el viaje, no había ido a reconocer su cuerpo. Pero que ya le tenía un sitio bonito en la colina, una tumba con una cruz para que ella pudiese descansar.
El joven sorprendido le pidió a la viejita que le mostrara una fotografía de su nieta para confirmar si se trataba de la misma persona. Al mirar la foto, se percató de que la joven a quien había prestado su chompa era la misma que la del retrato. Le pidió que le llevara a la tumba que había construido para la difunta. Al llegar al lugar, los dos se quedaron perplejos al observar que una chompa yacía colgada en la cruz de aquel sepulcro.
Cuentan que las apariciones de la joven fueron repitiéndose. Se asomaba en la vía al caer la noche y los incautos choferes, asombrados por su belleza, la llevaban hasta el lugar donde ella les indicaba. Entonces, pedía prestado una chompa para abrigarse y cuando los conductores iban a buscar su prenda, se llevaban una gran sorpresa.