Edgar Allan García
El vampiro se afiló los colmillos y salió en busca de sangre. A las tres de la mañana ya había bebido dos pintas O+ de una ebria que se había quedado dormida en un parque. Antes del amanecer, el vampiro se metió en la profunda oscuridad de su casa. Hacía siglos que no sentía semejante borrachera; reía solo, caminaba tropezándose contra las paredes, incluso se cayó de la viga y, eufórico, por error, abrió la puerta de la calle al medio día.