Todas las noches, desde el crepúsculo hasta el alba, resonaba en el bosque el canto del ruiseñor.
El rey lo oía desde su palacio.
—Más precioso es ese ruiseñor que todos mis tesoros –decía el rey, y suspiraba.
Todas las noches, desde el crepúsculo hasta el alba, el ruiseñor cantaba en lo más profundo del bosque.
El rey, insomne, lo escuchaba embelesado.
—A quien me traiga vivo al ruiseñor le regalaré la más hermosa de mis favoritas –decía el rey—. Le daré veinte guerreros, la mitad de mis eunucos, todos mis pavos reales blancos, un laúd de madera de la India con incrustaciones de nácar, tapices de seda bordados con hilos de oro, aguamaniles de plata labrada, los pebeteros del templo, el anillo de Chapur.
Los más expertos cazadores, con redes, con ligas y con trampas, fueron de noche al bosque a cazar al ruiseñor, pero el ruiseñor no se dejó atrapar.
Y seguía cantando, todas las noches, desde el crepúsculo hasta el alba, con su maravillosa voz.
Asomado a la ventana de su palacio, el rey lo oía, y su rostro era del color de la luna, y su corazón, una cisterna seca.
Ejércitos de guerreros y de cortesanos, con arcos y con flechas, con tambores y estandartes, se dirigieron al bosque y conminaron al ruiseñor a que se presentase delante del rey, pero el ruiseñor desobedeció las órdenes.
Y todas las noches el ruiseñor cantaba en la espesura del bosque con su voz celestial.
El rey enfermó de melancolía. Y desde el lecho escuchaba el canto del ruiseñor, y su piel se arrugaba como la piel de un fruto desprendido de la rama.
La más hermosa de las favoritas fue una noche al bosque y humildemente le rogó al ruiseñor que se apiadase del rey, pero el ruiseñor no se apiadó.
Y todas las noches, desde el crepúsculo hasta la aurora, el ruiseñor cantaba en lo más intrincado del bosque.
El rey, oyéndolo, cerraba los ojos y gemía.
Un mago construyó un ruiseñor mecánico que cantaba como el ruiseñor del bosque, y se lo llevó al rey. Ya a la noche lo hizo cantar en la alcoba del rey. Pero el rey escuchaba el canto del ruiseñor del bosque y lloraba en su lecho.
Todas las noches, desde el crepúsculo hasta el alba, el ruiseñor cantaba en medio del follaje del bosque.
Y el rey murió de pena, en su lecho dorado.
Y cuando el fúnebre cortejo atravesaba el bosque con el cadáver del rey, en lo más secreto de las frondas, desde el crepúsculo hasta el alba, cantaba el ruiseñor.
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