Oliva Mesa
Recopilación: Dorys Rueda
Otavalo, 25 de febrero, 2020

 

Antaño, la populosa feria de Otavalo se realizaba los días domingos. Pero en agosto de 1870, García Moreno determinó que los días domingos y los días de fiesta se mantuvieran cerradas tiendas y abacerías, salvo en las que se vendían alimentos y medicinas, como bien lo describe Álvaro San  Félix,  en la Monografía de Otavalo. 

Albert Hassaurek visitó Otavalo, en 1862, cuando la feria presentaba a los vendedores sentados en el suelo, bajo pequeños pedazos de bayeta o costal clavados en un largo palo enterrado en el suelo. Eran los mercaderes que vendían chales, ponchos, lana, algodón, mullos, rosarios, cruces de plomo, collares de vidrio, pulseras de corales falsos y otros adornos baratos, carne, fruta, vegetales, sal, ají, arroz de cebada, platos típicos ya preparados como cariucho, locro, tostado, etc.

Esta feria, antiguamente, se situaba en el actual parque Bolívar, posteriormente en el González Suárez y más adelante, en la Plaza 24 de mayo. Allí estuvo el mercado por más de 40 años, en pleno Barrio Central.

En los años 60 y 70,  el mercado era una gran plaza, donde estaban los vendedores con improvisadas carpas y atendían a cientos de personas que llegaban de los pueblos rurales para comprar la mercadería que necesitaban para toda la semana. El mercado era el reflejo de todos quienes vivíamos en la ciudad de Otavalo: indígenas y mestizos, vendiendo y comprando, en un ambiente de tal colorido que atraía a los turistas y visitantes de todos los lugares.

El mercado se cerraba temprano y la algarabía y el bullicio de la mañana daba paso al juego y a los sueños de la noche. El mercado se volvía mágico y se transformaba en el centro de atención de nosotros, los hijos de los vendedores del interior del mercado y de sus alrededores.

Un gran número de niños salíamos a jugar en la noche, porque en ese tiempo no era peligroso hacerlo ni necesitábamos de la televisión, el internet o el celular para divertirnos. Niñas y niños jugábamos a las escondidas, al bombón, a los billusos (empaques de las cajetillas de los cigarrillos), a las cogidas, al anda virundo virundero, al arroz con leche, a las topadas, a las tortas, al florón, a las canicas, a los trompos y a los tillos… Incluso se armaba la cancha de fútbol en plena Modesto Jaramillo.

Era el tiempo de las leyendas que nos contaban nuestros abuelitos, después de la merienda. “María Angula” era  el relato más temible y famoso, aunque la “viuda” no se quedaba atrás.

Una noche, mi amiga Margarita Rueda y yo, en pleno juego de las escondidas, nos lanzamos al interior del mercado buscando un lugar para escondernos, entre los kioscos. De pronto, nos quedamos aterradas cuando vimos no muy lejos a dos figuras que estaban de pie. Lo primero que se nos vino a la cabeza fue que debía tratarse de la bruja y del diablo.

Como la situación era terrorífica, nos dimos la mano y a los siete años, probamos que la curiosidad era más grande que el miedo. Cuando empezamos a caminar con sigilo para no ser vistas, vimos el rostro de espanto que teníamos ambas y en lugar de llorar o huir del lugar, empezamos a reír y a reír sin parar. Entonces escuchamos la voz de los aparecidos que preguntaban: ¨¿Quiénes están allí? Su voz no era de ultratumba, al contrario, era temblorosa. Entonces, todavía escondidas, los vimos y los reconocimos muy bien: eran dos jóvenes vecinos del mercado que estaban tomados de la mano. Estaban tan aterrorizados de las risas que habían escuchado, que se dieron la vuelta  y echaron a correr a toda prisa fuera de la plaza. Pensando, posiblemente, que nuestras risas infantiles sí provenían del “otro mundo”.

Salimos del mercado con cautela, nos despedimos rápidamente y cada una se fue para su casa: no volvimos a hablar nunca más del asunto. Pero cada vez que yo me topaba con uno de los dos muchachos, la risa volvía a aparecer al recordar cómo habían huido despavoridos del lugar.

 

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Fotografía :Antiguo Mercado 24 de Mayo
Humberto Castro
Cortesía: Marcelo Esparza Cisneros

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  • homeLa autora Dorys Rueda, 13 de Febrero del 2013.
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  • mapOtavalo, Ecuador, 1961.

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