Luz Marina Vintimilla
Docente de la Escuela Politécnica Nacional
Quito, agosto de 2020
 

Me he tomado un poco de tiempo, para escribir sobre esta experiencia que será única en nuestras vidas. Pensar en lo bueno y lo malo de esta pandemia, compartirlo y conocer lo que se piensa y siente, será una nueva enseñanza; de hecho, la pandemia es una lección que nos da la vida.

Gracias por tu invitación, muy buena idea. Espero nos permitir comprender, dimensionar y aprender positivamente.

LO MEJOR DE LA PANDEMIA 

  • La familia nuclear, incondicional, amorosa, solidaria. ¡Todos para uno y uno para todos!
  • Saberse bendecido y agradecido.
  • Luego de más de 30 años, pude vivir con mi mami nuevamente. Tiene 96 años y está lúcida, funcional, viva en toda la extensión de la palabra. Sentirla protegida y cuidada.
  • Tener tiempo para poder compartir estos momentos con los seres queridos que han estado en mi vida siempre, en las buenas y en las malas. Mis hermanos queridos; amigas de verdad, cuasi hermanas; primas para reír, quejarse, acordarse, compartir.
  • La tecnología, que ha permitido mantener ese lazo personalizado y grupal, se volvió terapia sicológica; se puede compartir las experiencias, las soluciones de cada necesidad que iba saliendo. ¡Siempre en línea, en streaming, que maravilla!!!
  • La posibilidad de tener a un click todo lo que se necesita como básico: trabajo, educación, alimentos, medicinas, artefactos.
  • Saber que en el mundo hay científicos con suficiente conocimiento para ayudar a la humanidad, que pueden darnos posibilidades de vida.
  • Tantos médicos y personal de salud enfrentando a un enemigo peligroso y desconocido para salvar la vida de un paciente. Incluyo a mi último hijo, que tuvo que vivirlo en su año de interno.
  • Comprobar que todo se puede enfrentar cuando se tiene buena actitud.
  • Volverme otra vez cocinera, probando recetas, sacando los apuntes añejos, disfrutando de un buen plano con recetas de familia. 

LO PEOR DE LA PANDEMIA

  • Tener a uno de mis hijos tan lejos y solo, con la lógica preocupación y angustia de pensar sobre el riesgo y la imposibilidad de ir con él, si le pasara algo…
  • No tener libertad y el agobio de tener que resolver las tareas del hogar, el reto del teletrabajo, que en educación tuvo que adaptarse a nuevas modalidades. He tenido que enfrentar jornadas de trabajo interminables de hasta 16 horas al día.
  • Ver sufrir a familias amigas con seres queridos en UCI, pidiendo a la vida que le dé otra oportunidad.
  • La miseria que vive tanta gente, el hambre, la necesidad, la desesperanza, tantas familias en las peores condiciones. En mi entorno salían, en plena cuarentena, familias de venezolanos a tratar de conseguir al menos sobras de comida, agua, algo de abrigo. 
  • Impotencia, lo que uno puede hacer es poco, comparada a la magnitud de la tragedia.
  • Ver que como sociedad no funcionamos, no somos solidarios, ni siquiera somos capaces de organizarnos para ayudar al que necesita. Lo vi en mi barrio, lo vi en mi trabajo. A nadie le importa. Lo mismo siento que pasa con lo político, estamos de espectadores.
  • Indignación, coraje de vivir en un país tan corrupto, con gente que no mide las consecuencias de sus atracos. Un país de injusticias permanentes, del robo y mejor en grande, igual nada pasa; país de bandas organizadas (expresidentes, asambleístas, autoridades de todo nivel, organizados con todo ladrón o vivaracho que aparezca…). Todos juntos para explotarnos, como sociedad y como país, con el único fin de ser “más ricos, más exitosos” a costilla de la pobreza extrema, de la salud y muerte, del hambre de los más vulnerables, de futuro de todos”.
  • La justicia que funciona al vaivén de cada sinvergüenza con poder y de cualquier índole.
  • La incertidumbre del futuro personal y nacional. No tenemos nada seguro, el mañana se volvió brumoso. Los planes personales se perdieron, tenemos que reprogramarlos si la vida lo permite, según la evolución de la pandemia.

 

 

 

 

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  • homeLa autora Dorys Rueda, 13 de Febrero del 2013.
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