Extracto del análisis de la obra del profesor Gwynne Edwards.  
 Versión española de Carlos Martín Baró
 

Yerma,  la segunda de las tragedias rurales, apareció poco después de Bodas de sangre. Lorca llevó a cabo una lectura de la obra en casa de Carlos Morla Lynch el 3 de diciembre de 1934. El mismo Morla nos describe gráficamente la ocasión: Lorca sentado en una mesa con el rostro iluminado por la luz verdosa de una lámpara. La lectura duró más de dos horas y los allí presentes se quedaron extasiados ante la representación que hizo Lorca, en especial por la magia con que había interpretado el Cuadro primero del Acto II –en el que aparecen las mujeres del pueblo en un arroyo de montaña- al cual había dado “un dinamismo inconcebible”. Morla quedaría impresionado por la obra entera. Es “atroz y hermosa”, posee una verdadera autenticidad rural pero a la vez va más allá de ese ambiente, y su lenguaje, “tan desprovisto de galas y tan humano, se transforma, como por obra de un sortilegio, en música y en poema”.

El estreno, a cargo de la compañía de Margarita Xirgu y bajo la dirección de Cipriano Rivas Cherif, tuvo lugar en el Teatro Español de Madrid el 29 de diciembre de 1934. Nuevamente Morla nos da un vívido relato del entusiasmo de la noche del estreno. Hubo un lleno absoluto, y con un público integrado por conocidas personalidades. Entre los asistentes a aquella representación, no faltaron quienes pusieron de manifiesto sus envidias por el rápido ascenso de Lorca a la fama y quienes dejaron patente su descontento por la hospitalidad mostrada por Margarita Xirgu a un ex ministro del gobierno que había sido liberado de la cárcel. Hubo  al comienzo signos de malestar entre el público y en un momento dado hasta llegó a interrumpirse la presentación, la cual, una vez reanudada, no tuvo ya más interrupciones. El público se fue sintiendo cada vez más interesado por la obra y cuando cayó el telón final, el aplauso fue inmediato. Lorca, tranquilo y seguro de sí mismo, salió a saludar al público con una reverencia y luego presentó a Margarita Xirgu, agotada, tras su actuación en el papel de Yerma, para que recibiera el homenaje del público. La obra, dice Morla Lynch, fue un triunfo y todo el mundo empezó a compararla con Bodas de sangre. Pero ambas, prosigue Morla no son ni “mejores” ni “menos buenas”. Son distintas e “igualmente bellas”.

Yerma a diferencia de Bodas de sangre, no se basa en ningún hecho real de la vida. Su tema central –el de la mujer frustrada- aparece en la poesía de Lorca y en muchas de sus obras dramáticas...

En Bodas de sangre, los anhelos de la Novia por Leonardo se ven frustrados y rotos, lo mismo que los sueños de la Madre en torno a los nietos que le dará su hijo. A lo largo, pues, de los poemas y las obras que preceden a Yerma, el motivo de la mujer frustrada es claramente tema central, como seguiría después siéndolo en las obras posteriores a Yerma: Doña Rosita la soltera y la Casa de Bernarda Alba. En Yerma, Lorca se centra en la esterilidad como un aspecto concreto del tema, pero por la hondura y emotividad de sus ilusiones, Yerma es una figura más de una larga serie, “larga galería de mujeres consumidas en una inútil espera; de mujeres que en conventos o en atildadas casas provincianas ocultan el último fracaso de sus vidas, el eterno conflicto entre sus imaginaciones de vírgenes y el paso de la vida; una galería, también de insatisfechas mujeres casadas”

Otro de los grandes temas de Yerma es el del honor. Será la creencia en él lo que, en parte, impida a Yerma cometer adulterio y lo que a pesar de su deseo de tener un hijo, la mantenga fiel a su marido indiferente. Pero no sólo en la vida del personaje principal, sino en la de los demás personajes, queda puesto de relieve a lo largo de la obra la importancia del honor y de la fama. En el Cuadro primero del Acto III, las mujeres están murmurando de Yerma y una de ellas comenta:

La que quiera honra que la gane

A medida que crece la frustración de Yerma y su ausencia de casa se hace cada vez más frecuente, Juan, su marido, va estando más preocupado por lo que puedan decir los vecinos y por lo que ello pueda afectar a su nombre. En el Cuadro primero del Acto II, Juan se encuentra con Yerma que acaba de regresar al amanecer:

No soy yo quien lo pone, lo pones tú con tu conducta, y el pueblo lo empieza a decir. Lo empieza a decir claramente. Cuando llego a un corro, todos callan; cuando voy a pesar la harina, todos callan. Y hasta de noche, en el campo, cuando despierto, me parece que también se callan las ramas de los árboles.

En el personaje de Yerma, Lorca personifica la idea del honor como virtud y rectitud moral y en Juan, la del honor como imagen pública que son las dos facetas básicas del honor en el teatro de la Edad de Oro. En sus primeras obras, Lorca ya nos había presentado el tema del honor de distintas maneras. La zapatera atormentando a su marido viejo, escandaliza con su conducta a las gentes del pueblo, se burla de su estrecho concepto del honor y cuando su marido desaparece, rechaza a sus nuevos pretendientes, dejando bien sentado que su honor es su virtud y su propio respeto.

El título de la obra –Yerma- la hace diferenciarse y a la vez asemejarse a las otras tragedias rurales. La tragedia de una o varias familias es aquí tragedia de una sola mujer, gravitando sobre ella hasta el extremo de que ante su sufrimiento los demás personajes parecen casi insignificantes. Yerma, por otra parte, va unida a través de su nombre a la tierra, a la Naturaleza, y la relación de hombres y mujeres con el mundo natural, tema dominante en las otras tragedias rurales de  Lorca, es también aquí un motivo fundamental. La tragedia de Yerma surgirá precisamente de su creciente conciencia de formar parte ella misma de los procesos estériles e improductivos de la naturaleza y por tanto, de estar apartada de la belleza y abundancia naturales. La esterilidad física de Yerma se convertirá en un vacío, emocional y espiritual, de desesperanza en el que la abundancia de su espíritu se habrá tristemente agotado. Pero Yerma, al ser precisamente un personaje que  se destaca de entre todos los demás, no es sólo la voz de las mujeres estériles y desesperanzadas. Yerma es la proyección de ese sentido de terrible vacío de la vida misma, del vacío de hombres y mujeres que, como tierras dejadas de la mano de Dios, se hallan abandonados, desolados, “yermos”. Si es Yerma quien parece distinta de  las personas que la rodean, será ella y no los demás, quien al final de la obra nos comunique su verdadero significado, esa sensación del dolor y del absurdo de la vida humana que parece tan característica de nuestra época.

El comienzo de la obra nos habla de lo que en la vida de Yerma significa la ilusión y la realidad. El pastor y el niño vestido de blanco forman parte de sus sueños; el primero como símbolo del hombre que ella anhela; el niño, como plasmación de  sus deseos más hondos. Pero si estos sueños aparecen como algo vívido, sin embargo no tienen apenas consistencia y pronto se desvanecen, dejándonos la realidad de la vida de Yerma: la habitación y el cesto de coser, símbolos concretos de sus tareas domésticas. Las horas del reloj nos indican, como en otras muchas obras de Lorca, el paso de los años, y la realidad de la vida de Yerma sigue sin dar el fruto de un hijo. Al mismo tiempo cuando ella se despierta, sus sueños se disuelven en la estallante vitalidad de la primavera:

…la luz se cambia por una alegre luz de mañana de primavera. Yerma se despierta

Aquí como en otras muchas obras de Lorca, tenemos ya establecido un vínculo entre el mundo de la Naturaleza y el de los hombres y mujeres que viven permanentemente cerca de él. En el caso de Yerma, el despertar de la primavera es el entorno y a la vez el símbolo de su esperanza de llegar a ser fértil.

 La conversación inicial entre Yerma y Juan es el desarrollo de los temas ya apuntados. Yerma representa los impulsos vitales de la Naturaleza. Para ella son bellas las florecillas que las demás gentes desdeñan:

A fuerza de caer la lluvia sobre las piedras éstas se ablandan y hacen crecer jaramagos, que las gentes dicen que no sirven para nada. ¡Los jaramagos no sirven para nada! Pero yo bien los veo mover sus flores amarillas en el aire.

 De palabra y de obra, Yerma es la efusión de una naturaleza cálida y generosa, capaz de sentir alegría, de amar, de acoger la vida inmensa. Ella nos hablará del gozo que tuvo en su noche de bodas:

Yo conozco muchachas que han temblado y que lloraban antes de entrar en la cama con sus maridos. ¿Lloré yo la primera vez que me acosté contigo? ¿No cantaba al levantar los embozos de Holanda?

 Y cuando Juan va a marcharse, ella le abraza, afirmando así su fe en el amor:

(Yerma abraza y besa al marido, tomando ella la iniciativa)…

Ya desde el principio existe una ironía turbadora en el hecho de que Juan trabaje tan cerca de la Naturaleza y en todos los demás sentidos se halle tan lejos de ella. Como la misma Yerma dice, parece como si los procesos de la Naturaleza tuvieran en él sentido inverso:

Veinticuatro meses llevamos casados y tú cada vez más triste, más enjuto, como si crecieras al revés

 La diferencia entre Juan y Yerma, de la que surgirá el trágico conflicto de la obra, aparece clara desde el comienzo.

Con la marcha de Juan, vuelve de nuevo el tema de los sueños y la realidad en la vida de Yerma, reforzando algunos de los motivos que ya han aparecido. Las anotaciones escénicas subrayan ambos aspectos del tema:

(… Yerma se dirige a la costura, se pasa la mano por el vientre, alza los brazos en un hermoso bostezo y se sienta a coser)

El costurero y el ponerse a coser nos hablan una vez más de la realidad de la vida de Yerma, el pasarse la mano por el vientre es una referencia a sus sueños de dar a luz a un hijo. De los dos mundos, es el de los sueños el que paradójicamente cobra para Yerma una verdadera realidad. El acto de coser, símbolo de todas sus faenas domésticas improductivas, no es más que un mero acompañamiento de la canción que proclama la creatividad de la naturaleza y sus deseos de un hijo:

¿De dónde vienes, amor, mi niño?

Pero si para Yerma sus sueños constituyen la verdadera realidad, la falta de consistencia de esos mismos sueños será también el motivo de su progresivo alejamiento de la realidad y su conciencia de ello, fuente de su creciente angustia.

 María, interrumpiendo la canción de Yerma, es la plasmación de los sueños de Yerma, otro de los seres insertos en ese impulso constructivo de la obra. María en contraste con Juan, es un testimonio de la función productiva de la Naturaleza en las vidas humanas, función con la que ella aparecerá íntimamente ligada. Sus ideas se expresan con términos del mundo natural del que ella habita se siente una parte. Su hijo es un pájaro que se mueve dentro de ella:

¿No has tenido nunca un pájaro vivo apretado en la mano?

Y los ojos de su marido son como hojas verdes:

… se pone junto a mí y sus ojos tiemblan como dos hojas verdes

En la medida en que es una misma cosa con la Naturaleza, María encarna todo lo que Yerma anhela ser. De noche, Yerma sale muchas veces descalza, para confundirse con la tierra y para que a su vez la tierra, con toda su magia dadora de vida, se convierta en parte de sí misma.

Muchas noches salgo descalza al patio para pisar la tierra, no sé por qué

Pero las semejanzas entre estas dos mujeres son, en muchos aspectos, menos importantes que sus diferencias. En comparación con Yerma, que aunque sin hijos posee un conocimiento intuitivo, María aparece como una mujer poco enterada, a la que Yerma tendrá que aconsejar. La misma María dirá:

Pero tú estás más enterada de esto que yo

 Aparte de esto, María está llena de miedo ante la idea del dolor de dar a luz a un hijo mientras que Yerma, desechando olímpicamente los pequeños miedos de su amiga, sólo ve en el nacimiento de un hijo la belleza y la virtud del sacrificio propio:

Mentira. Eso lo dicen las madres débiles, las quejumbrosas. ¿Para qué los tienen? Tener un hijo no es tener un ramo de rosas. Hemos de sufrir para verlos crecer. Yo pienso que se nos va la mitad de nuestra sangre. Pero esto es bueno, sano, hermoso.

 Si en la conversación anterior con su marido Yerma se había mostrado como una mujer de excepcional calidad, ante la cual quedaba empequeñecida la figura sin brillo de su marido, su encuentro ahora con María reafirma la imagen que de ella teníamos. Yerma se convierte en un ser de dimensiones heroicas con el resplandor de su existencia luciendo por encima de los que la rodean. Pero es precisamente este convencimiento de su valía lo que intensificará nuestra sensación de que la vida es injusta con ella y lo hará que aumente nuestra compasión hacia ella. Yerma se merece un hijo más que María y se merece también tener un marido que se asemeje a ella en actitud y sentimientos. Hay ya en torno a Yerma esa sensación de desaprovechamiento que forma parte de la tragedia y que hace que se despierte en nosotros un sentimiento de compasión. Pero no es sólo eso; en ella hay algo más que ahonda la naturaleza trágica de su situación: su propia convicción de que, a pesar de sus deseos por ser como las demás mujeres, es distinta de todas ellas. Su valía como mujer empieza ya a convertirse para ella en sensación de inutilidad, y la riqueza de su personalidad comienza a tornarse en fuerza corrosiva que destruye su propio ser:

Pienso que no es justo que yo me consuma aquí … Si sigo así, acabaré volviéndome mala

 La aparición de Víctor acentúa la sensación de aislamiento que nos da Yerma y la injusticia de la vida para con ella. Como Juan, Víctor es un hombre callado; pero en los demás aspectos, es su polo opuesto: un ser vigoroso y constructivo, el equivalente natural de Yerma. Si María acrecienta la angustia de Yerma, Víctor la hace más honda, agudizando la conciencia que Yerma posee del vacío de su existencia. Cuando Víctor se marcha, Yerma acude presurosa hacia donde él ha estado, para aspirar toda la vitalidad que Víctor representa:

(Yerma, que en actitud pensativa se levanta y acude al sitio donde ha estado Víctor y respira fuertemente, como si aspirara aire de montaña…)

Pero el sitio en que Víctor ha estado no es más que un huevo tan vacío de Víctor como vacía parece estar condenada a ser la vida de Yerma y así este gesto no hará sino ponernos de manifiesto la inutilidad de su vida. El final de la escena estará de nuevo dominado por la realidad con que Yerma ha de enfrentarse. Yerma volverá a cantar, ahora con más pasión, la canción que entonara al principio:

¿Cuándo, mi niño, vas a venir?

 Sus ojos se quedan fijos en un punto del espacio, clavados en los sueños que pueblan su imaginación. Pero como un reto para ellos, allí están los objetos sólidos, inmutables –el costurero es un ejemplo-, como recuerdos permanentes de su realidad. El final de la escena vuelve a su comienzo y esta estructura circular es como un signo del carácter inevitable del destino de Yerma:

(…vuelve a sentarse y coge otra vez la costura. Comienza a coser…)

 El ponerse a coser supone más que al principio, un cruel contraste con la idea que Yerma tiene de la creatividad, pero ahora con la ironía de que ella está cosiendo las ropas para el hijo de otra mujer. Yerma, la mujer apasionada y dinámica, se transforma en una figura sentada que cose mecánicamente mientras sueña en sueños imposibles. En esta imagen se nos anticipa el papel pasivo –lo opuesto a todo lo que ella aspira- que gradualmente se irá viendo obligada a desempeñar.

El decorado del Cuadro segundo es la Naturaleza misma, los campos donde los hombres trabajan y adonde las mujeres les llevan la comida. La Vieja es una versión, con más años, de María, una plasmación más dolorosa de los sueños de Yerma. Al mismo tiempo, es la personificación –igualmente cruel- de todo el vigor que Yerma posee, pero que en Yerma se verá tristemente desperdiciado. La Vieja ha gozado y sigue gozando de la rica variedad de la vida...

La Vieja simboliza también, de una forma positiva, el tradicional papel doméstico de la mujer y aunque se queja, se afana gustosa por su marido. Mucho más que María, la Vieja es una mezcla de esposa y madre, una mujer en la que se cumplen esas funciones que para tener sentido han de ser, según Yerma, interdependientes. Para Yerma, la no realización de la función de madre acentúa la falta de sentido de sus funciones domésticas y lo que para la Vieja y para María son tareas positivas e incluso creativas, para Yerma son actividades vacías, desprovistas de sentido:

¿Por qué estoy yo seca? ¿Me he de quedar en plena vida para cuidar aves o poner cortinitas planchadas en mi ventanillo…?

 El encuentro de Yerma con la Vieja sólo sirve para hacerla aún más consciente de su propia incapacidad.

Pero aún siendo importantes las funciones de esposa y madre, todavía lo es más la del amor, que es como el soporte de las otras dos. Aquí radicará el origen de la tragedia de Yerma. Su matrimonio, como el de muchas mujeres españolas, fue un matrimonio amañado, un matrimonio de conveniencias más que de amor. Desde el principio, Yerma lo ha vivido más como la realización de sus deseos de tener un hijo que como una unión feliz y amorosa. El amor, ciertamente, no ha formado nunca parte de su relación con Juan y entre ellos no se ha dado nunca un sentimiento natural de atracción:

VIEJA 1 ¿No tiemblas cuando se acerca a ti? ¿No te da así como un sueño cuando acerca sus labios? Dime.
YERMA: No. No lo he sentido nunca.

 Pero es que además, la posibilidad de que creciera el amor con el matrimonio se ha visto anulada por la naturaleza emocionalmente atrofiada de Juan, y el comienzo sin amor del matrimonio de Yerma se ha visto acentuado a lo largo de él. Yerma despreciará a Juan por su falta de preocupación por ella. Como consecuencia de este vacío de vida y como compensación de él, la necesidad de Yerma de tener un hijo se hace cada vez más desesperada e irremediable. No se trata tanto de que ella o él sean responsables de esa situación, cuanto de que esa situación –inicialmente impuesta a ellos- trae consigo unas exigencias que, dada su manera de ser y lo que cada uno de ellos busca, no pueden satisfacer. Ambos se ven atrapados en el círculo vicioso de su propia incompatibilidad, unidos por la costumbre y la tradición y atados  por las exigencias inflexibles del honor. Para María y para la Vieja hay libertad en el amor de sus maridos; libertad que tiene su origen en la atracción natural que sienten como iguales. Para Yerma la libertad está, como contraste, en la atracción instintiva, pero imposible, que ella experimenta hacia Víctor, mientras que su matrimonio sin amor y gradualmente sin esperanza, se convierte para ella en una prisión:

Me cogió de la cintura (Víctor) y no pude decirle nada porque no podía hablar. Otra vez el mismo Víctor, teniendo yo catorce años (él era un zagalón), me cogió en sus brazos para saltar una acequia y me entró un temblor que me sonaron los dientes....

 El final del Acto I nos muestra los sentimientos de Yerma hacia Víctor y hacia Juan, así como la relación que existe entre Juan y Víctor. Desde bastidores, Víctor canta una canción en la que una mujer invita a un pastor a que vaya a darle cobijo. Yerma transformará el sentido general de la canción y lo aplicará a la acuciante realidad de la atracción natural que entre ella y Víctor existe. Y hasta la descripción que Yerma haga de la voz de Víctor – a quien identificará con la Naturaleza- y del efecto que en ella produce, vendrá a indicarnos dramáticamente la capacidad de respuesta que Yerma alberga hacia Víctor:

Y ¡qué voz tan pujante! Parece un chorro de agua que te llena toda la boca.

 Estas palabras no recuerdan a las que la Vieja dijera anteriormente a Yerma:

Los hombres tienen que gustar, muchacha. Han de deshacernos las trenzas y darnos de beber agua en su misma boca…

 Al mismo tiempo, en esa imagen del choro de agua están también resonando todas  las alusiones al agua, que en la obra nos sugieren el tema de la creatividad. Yerma temblará ante la presencia de Víctor y su temblor nos recordará las palabras de María acerca de su marido. Y cuando Yerma crea haber oído el llanto de un niño, pensaremos también en María, cuyo niño va a nacer pronto. El encuentro de Yerma con Víctor nos habla, pues, no de la posibilidad sino de la realidad de sus sentimientos recíprocos, de su mutua cercanía con las vidas de los demás y con el mundo de la Naturaleza del cual forman parte.

Como contraste, la llegada de Juan supone la realidad que Yerma ha de aceptar. A Víctor ya le había confesado acerca de Juan:

Tiene un carácter seco.

 En ésta una opinión que quedará corroborada por la sequedad de Juan hacia Víctor y por la brusquedad con que el mismo Juan trate a Yerma. Todo el sentimiento que late en el encuentro de Yerma con Víctor se disuelve en el vacío emocional de esta escena final con Juan. Las palabras con que Juan se despide de Yerma –palabras llenas de ironía en su alusión a la fertilidad de los campos- pondrán más de relieve aún su sequedad, el vacío de su relación con Yerma y, como consecuencia, la desesperanza de los sueños de Yerma de tener un hijo:

YERMA: Está bien. ¿Te espero?
JUAN: No. Estaré toda la noche regando. Viene poco agua, es mía hasta la salida del sol y tengo que defenderla de los ladrones. Te acuestas y te duermes.

 Cuando termina el Acto I, vemos ya claramente el creciente abismo que va surgiendo entre la realidad que Yerma busca  y la realidad que le toca vivir. Al mismo tiempo, empezamos a vislumbrar cómo ese abismo va a llevar a Yerma a un trágico aislamiento del resto de los hombres y mujeres, a un abandono de esa identificación suya con la fuerza creadora de la Naturaleza y, lo que es peor, a un sentido de alienación para con su propio yo...

El ambiente inicial del Acto II será el torrente, el aire libre y las voces de las mujeres cantando, mientras lavan y frotan la ropa con sus manos; todo ello, notas sugeridoras de la vitalidad de la Naturaleza, gestos humanos que resultan vigorosos y llenos de vida en un entorna de Naturaleza. Pero el torrente es también lugar de cotilleos y a través de esas mujeres, cuya conversación se centra en las vidas y hechos de los demás, quedará apuntado –si bien fugazmente- el tema del honor que después irá cobrando importancia a lo largo de la obra. En concreto, por esas lavanderas nos enteramos de un cambio importante que se ha producido en la vida de Yerma, cambio que vendrá a empeorar su ya difícil situación: las dos hermanas solteras de Juan se han ido a vivir a su casa. Ambas son como Juan, una réplica de su esterilidad. Las mujeres del pueblo expresarán la falta de vida y la sequedad de Juan con la imagen del lagarto:

Parado, como un lagarto puesto al sol...

 Yerma, por otra parte, se halla cada vez más prisionera de la falta de comunicación entre ella y Juan y de la incapacidad de éste para comprenderla… En el mejor de los casos, Juan comprende la necesidad de Yerma sólo de un modo superficial, pues o bien trata de complacerla haciéndole regalos para así apaciguarla, o evita su presencia yéndose a trabajar a las tierras...

El Cuadro segundo que representa la tendencia negativa de la obra- se concentra en la creciente reclusión y aislamiento de Yerma. La acción se inicia al atardecer y termina en noche cerrada. Esta invasora oscuridad de la noche es expresión de la angustia creciente de Yerma y de cómo sobre ella se va cercando el horizonte de su circunstancia. Ahora más que antes, aparece en primer plano el tema del honor como causa de su reclusión: Juan mostrará una especial preocupación ante el hecho de que Yerma se ha ausentado de la casa:

¿Dices que salió hace poco? … Pero ya sabéis que no me gusta que salga sola … Mi vida está en el campo, pero mi honra está aquí…

 La imagen de Yerma, encerrada en su casa y encerrada dentro de sí, es la de una mujer forzada a un retraimiento interior, con su vida delimitada por el honor y por las personas que lo enarbolan. En palabras de Yerma, las hermanas de Juan se convierten en sus carceleros:

Tus hermanas me guardan bien...

 Yerma, por otra parte, se halla cada vez más prisionera de la falta de comunicación entre ella y Juan y de la incapacidad de éste para comprenderla… En el mejor de los casos, Juan comprende la necesidad de Yerma sólo de un modo superficial, pues o bien trata de complacerla haciéndole regalos para así apaciguarla, o evita su presencia yéndose a trabajar a las tierras.

Todo el Acto II aborda la compasión que sentimos por Yerma. Ella es la figura dominante, como lo fue en el acto anterior, y ella es quien vuelve a mostrar esas cualidades que ya en el primer acto nos movieran a compasión ...

Al comienzo del Acto III nos enteramos de que Yerma, en su desesperación, ha ido a pedir consejo a Dolores, la hechicera de la localidad, acerca de su infertilidad. A lo largo del Acto, Yerma buscará a través de ritos supersticiosos y de ceremonias religiosas el remedio sólo está en Juan…

Pero en este Acto final, hay un segundo aspecto que es de importancia crucial: Yerma pone sus esperanzas allí donde no están. Sabe que la única posibilidad del hijo está en Juan, pero sabe también que él no quiere hijos. Y aunque Yerma no sienta amor hacia su marido, su sentido del honor le hará cerrar todas sus puertas a una posible relación con otro hombre.

Su sentido de la honra, manifestado a lo largo de la obra, le impide a Yerma tomar a otro hombre, por lo que rechazará las propuestas de la Vieja a que acepte por amante a su hijo. Atrapada en la doble situación de no tener hijos y de ser su marido impotente, el sentido del honor le cierra a Yerma todas las puertas. Su suerte está echada. Es entonces cuando Yerma acepta finalmente lo que en contra de lo que veía en sí misma se ha esforzado porque no llegase: la realidad de un futuro sin hijo, la realidad de un futuro que para ella no tiene sentido

¡Marchita, sí, ya lo sé! ¡Marchita!... Desde que me casé estoy dándole vueltas a esta palabra, pero es la primer vez que la oigo, la primera vez que me la dicen en la cara. La primera vez que veo que es verdad.

 El Clímax de la obra, dado el sentido de degradación de Yerma y de la sinrazón de su existencia, es absolutamente convincente. Juan, en un intento por convencer a Yerma de la alegría de una vida sin hijos, elige para hacerlo el peor momento, lo cual viene una vez más a confirmarnos la separación que existe entre los dos. Para Juan. Yerma es un objeto de atracción sexual, una mujer para satisfacer sus deseos físicos.

Para Yerma, los requerimientos amorosos de Juan son una burla de todo lo que ella busca y su intento de abrazarla, un insulto para ella tan degradante como la búsqueda de todos los otros hombres lujuriosos que se aprovechan de mujeres estériles y desesperadas. Las palabras de Juan, negándole su interés por un hijo y ahogando su esperanza, caen como mazazos sobre sus oídos, y sus brazos y labios buscándola por placer, son una afrenta definitiva e insufrible. De la misma manera que Juan ha ahogado las aspiraciones de Yerma, robándole el aire y el espacio para crecer y respirar. Yerma terminará ahogando físicamente a Juan, arrancándole el aliento mismo del que ella metafóricamente se ha visto privada. Hay una terrible y trágica ironía en el hecho de que ese intento de Juan de abrazar a Yerma se convierta en el abrazo mortal de Yerma a Juan, al apretarle con sus manos la garganta. Yerma destruye a Juan como Juan ha destruido a Yerma. No obstante, sea cual fuere la justicia poética que esta acción conlleve, es en todo caso infinitamente menor que la inmensa compasión que Yerma suscita.  El asesinato de Juan es la definitiva certeza –la propia certeza de Yerma—de que no tendrá hijos:

Marchita, marchita, pero segura. Ahora sí que lo sé de cierto. Y sola… Voy a descansar sin despertarme sobresaltada, para ver si la sangre me anuncia otra sangre nueva. Con el cuerpo seco para siempre.

El Teatro de Federico García Lorca, Madrid, Editorial Gredos

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  • homeLa autora Dorys Rueda, 13 de Febrero del 2013.
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