La historia que les contaré nos sucedió hace muchos años, cuando fuimos con nuestros papás de paseo al Oriente, justo en la parroquia de Papallacta, provincia del Napo, cuando nos detuvimos en una caída de agua que se llamaba "La Cascada del Duende", que no sé si aún existe.
Cuando llegamos a la cascada, bajamos para tomarnos fotos en medio de la neblina que caía por el lugar. A pesar del clima, el torrente de agua se veía bonito, por esa razón, decidimos quedarnos ahí un rato.
Mi madre, como estudiaba en ese tiempo diseño de eventos, se aficionó de una piedra que encontró junto a la cascada y le pareció fantástica para un arreglo floral. Tomó la piedra y se la llevó al vehículo. Alguien que estaba por allí le advirtió que no debía tomarla, porque era un objeto de la naturaleza y que debía pedir permiso a esa naturaleza, pero ella no le hizo caso.
Una vez que mi madre dejó la piedra en la camioneta, todos empezamos a tomar fotos del lugar. De pronto, alguien pasó junto a nosotros. Era un hombre pequeñito que llevaba una mochila cargada. Le saludamos, pero no volteó a vernos ni tampoco nos respondió. Cuando nos subíamos al carro, lo vimos otra vez. En esta ocasión, el hombrecito cruzaba la vía.
Como la neblina era densa, no veíamos bien el camino. Pensamos que, si ese hombre pequeño cruzaba la vía, al otro lado debía haber terreno, tierra o piso. Pero cuando nos fijamos bien, vimos que se trataba de un precipicio. ¡El hombrecito había desaparecido por allí, misteriosamente! Alguien dijo: “Creo que hemos visto al dueño de la cascada, al mismo duende, a su guardián”.
A la mañana siguiente de nuestro retorno a Quito, nuestra abuelita nos contó que en la noche habían sucedido acontecimientos extraños en la casa, justo por el lado donde estaba la camioneta, en el sitio en que mi madre había dejado la piedra de la cascada. Los perros habían ladrado todo el tiempo en dirección al vehículo, las puertas del carro habían sonado mucho y había caído granizo solo en ese lugar.
Fuimos a inspeccionar la camioneta y, en efecto, observamos que había caído granizo en una esquinita de la camioneta. Mi madre, en cambio, se dedicó a buscar la piedra pero no la encontró, esta había desaparecido por arte de magia. En ese momento, asumimos que el duende había venido a llevarse su piedra, a retornarla a donde pertenecía, a su cascada.
Informante oral
Kathya Fierro nació el 6 de septiembre del 2000, reside en el sur de Quito. Es una estudiante universitaria de la carrera de Derecho en la Universidad Técnica Particular de Loja (UTPL).