María del Carmen Sánchez
Recopilación: Dorys Rueda
Tumbaco, agosto, 2019
 

 

Salvador Yáñez, hermano político de mi abuelita Angelita Hidalgo, era un arriero comerciante que a mediados del siglo XX viajaba todo el tiempo al Oriente, a los lavaderos de oro de Archidona para adquirir oro y luego entregarlo en el Banco Central. Ese oro le venía muy bien a Salvador, servía para comprar tierras en varios sitios del pueblo de Tumbaco y halagar a su esposa Rosita Hidalgo, a quien su joyero le diseñada prendas de oro.

La historia del duende lo escuché del propio Salvador. Cuando este vadeaba el río Misahuallí con las mulas y el oro, el duende lo saltaba por detrás de la espalda. Él veía su sombra pero no podía regresar a verle ni hacer nada, pues hubiese sido mortal. Le perseguía posiblemente por el oro que transportaba.

Pero nadie quita que a Salvador le encantaba la bebida, de ahí que  el duende aprovechaba su estado de embriaguez para golpearlo cuantas veces quería.

Lo del duende no es una simple historia. Hoy, en pleno siglo XXI, en uno de los terrenos que fue de Salvador, a eso de las once de la noche, el duende  les hizo correr a dos jóvenes que esa noche estaban jugando "nintendo". Me consta, porque uno de esos chicos era mi hijo.

 

VARIANTE

 Mónica Narváez
Recopilación: Dorys Rueda
Tumbaco, 2019
 

Siempre recordaré la historia que un día me contó mi abuelita Angelita Hidalgo, sobre su cuñado Salvador Yáñez, esposo de su hermana Rosita Hidalgo.

Salvador era un arriero comerciante que compraba oro en el Oriente. Con las ganancias que tenía, su familia podía tener una situación holgada. Vivía frente a la quinta Aldana, donde actualmente funcionan los Almacenes Santa María en Tumbaco.

Cada vez que regresaba de viaje, se embriagaba y llegaba a su casa golpeado. Decía que el duende lo había molido a golpes.

Un día mi abuelita Angelita caminaba con su esposo, don Julio Rodríguez, cuando se encontraron con Salvador, justo en el semáforo de los Almacenes Santa María. Le preguntaron qué hacía allí. Él les respondió que no podía pasar, porque el duende le estaba esperando para golpearlo.

Mis dos abuelitos le pusieron en medio de ambos y empezaron a caminar. Al llegar a   la tapia que dividía la calle y la quinta Aldana, una fuerza extraña levantó a Salvador por los aires y le botó por sobre el tapial de Aldana. Luego, esa misma fuerza extraña lo levantó por los aires y le lanzó nuevamente a la calle. Así, varias veces: de la calle a la propiedad y de la propiedad a la calle.

Mi abuelita le dijo: "Compadre, péguele con la izquierda". Salvador sacó su mano izquierda y pegó con fuerza al aire. Solo así se liberó del duende.

Mis abuelitos ayudaron a Salvador y le llevaron a su casa, frente a la quinta Aldana. Estaba muy maltrecho y desde ese día, el hombre dejó la bebida.

 

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  • homeLa autora Dorys Rueda, 13 de Febrero del 2013.
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