He vivido en la "carita de dios", "escorial de los andes", "relicario de arte en américa", "arrabal del cielo", "luz de américa", "zaguán del paraíso", "florencia de américa", "primer patrimonio cultural de la humanidad "por más de cuatro décadas y conozco a fondo las particularidades de ciertos quiteñismos, algunos de los cuales se encuentran en franca vía de extinción. En Quito, por ejemplo, no es lo mismo decirle a alguien "chancho" (irritante cargoso, quisquilloso, molesto), que "puerco" (el que emite gas butano sin importarle los que están junto a él), o "cochino" ( que no se baña casi nunca o que, por el contrario, habla de temas tabúes con impasible soltura), o "cerdo"Tampoco en Quito es igual a "cáete" (contribuir con algo de dinero), caerás (ven un día de estos a visitarme), o caeraste (qué tonto, te caíste), qué es lo que sucede cuando el quiteño "se va de oreja "o" de hocico ".

El kichwa -que es un idioma aglutinante- ha influido en la forma en que se construyen ciertas frases, pues los quiteños de cepa no dicen "ha sido chismoso", sino "chismoso ha sido"; no dicen "ha de estar enfermo", sino "enfermo ha de estar". O, estirando el "chicle": "linda ha sabido ser la ciudad, no ve". También los gerundios son herencia del kichwa: "vengo volviendo de ver un trabajito" -escuchan los extranjeros desconcertados- o "no sea malito, vendrá trayendo lo que están dando, vea".

En Quito muchos no dicen "tu mamá está malgenio" sino "tu mamá anda malgenia", y el adverbio de modo "medio" suele comportarse como adjetivo: "media loca", dicen, en lugar de "medio loca", o "la pared está media descascarada "en vez de" la pared está medio descascarada ". Ese uso del "medio" sirve también para atenuar la crítica ("medio ratero ha sido tu taita") o la alabanza ("medio guapa dizque es su guagua").
También el leísmo se encuentra a pedir boca: para hacer más suave la frase, un quiteño no dice "lo voy a llamar en la noche" sino "le voy a llamar en la noche", pero a veces se exagera al punto de decir: "Le fui a saludarle" o "Le voy a darle un regalo". Echando mano del "laísmo" y el "loísmo" dice: "la mamá lo dejó", "el profe la pegó". En los estratos menos favorecidos también es frecuente escuchar una especie de habla infantil que nunca se corrigió y llegaron a la adultez diciendo: "tengo que pagarle" en vez de "tengo que pagarle" y "estábanos" en lugar de "fuimos".

Nunca dejaré de preguntarme cómo fue el "columpio" devino en "gulumbio", o si el hermoso "elé" no es más que una forma derivada del "voilá" francés (él está ahí, está ahí), así como tampoco dejaré de cuestionar cómo es que las víctimas históricas de la conquista española terminaron convirtiéndose en "verdugos": aquí no caben los diminutivos, tan queridos por el pueblo quiteño, sino un arrastre de erres que lleva veneno: veshhdugos.

Y ya que hablamos de diminutivos como "hoy mismito" o "aquisito", he notado que estos a veces alternan con extraños gerundios ("vente corriendito") o, por el contrario, se turnan con superlativos inventados, como cuando alguien va de un super diminutivo ("ahoritita mismo voy") a un superlativo ingenioso ("llegué tardazo"), o pasa de "el Antoño está gordazazaso" a "la Soña está flaquititita", lo que solo revela el clima cambiante de la capital influencia a quienes la habitan.

A propósito de "el Antoño" y "la Soña" del ejemplo anterior, las "eñes" han jugado siempre un papel en el habla quiteña: las que le quitan a "companía", "estrenimiento" o "desenganio", se la ponen, con mucha gracia, a "demoño", Dañela, matrimoño, o "ñiño". Y así como muchos costeños no pueden decir "pepsi" sino "pecsi", a muchos quiteños les cuesta decir "coctel" y prefieren pronunciar "coptel".

En Quito uno no se marea, se "marea de la cabeza", redundancia de por medio, y tampoco dice "mayor que yo" sino "mayor a mí", o "más alto que mí" en lugar de "más alto que yo". Además, un quiteño que se precie, nunca pronunciará un "dame" a secas, sino que sentirá la necesidad de acompañarlo de un gerundio para "suavizarlo". No dirá, por tanto, "pásame" sino "dame pasando". Tampoco dirá "haz" esto o lo otro, puesto que le parecerá demasiado "fuerte" sino que echará mano del "dame haciendo". En ese mismo orden de cosas, dirá: "dame viendo" (busca) o "dame diciendo" (dile) o "dame cambiando" (cambia) o "dame dando" (dale por mí). Incluso con los subordinados se cuidará de sonar muy impositivo y en lugar de decir "haz lo que te dije", dirá "harás lo que te dije". Hasta los niños, sobre todo de los sectores populares, no dirán "dame" sino "date", o mejor aún: "date pite" en vez de "dame un poquito".

Para disimular un pedido directo, un quiteño hará rodeos muy singulares: "darás trayendo" en lugar de "trae", "darás recogiendo" en vez de "recoge", o "darás viendo" en lugar de "vigila". Y en algunos casos puede decir: "darásme hablando", esto es, "habla con ellos a mi favor" o "diles que me ayuden". Sin embargo, a veces los quiteños preguntan de forma directa, aunque curiosa, como cuando inquieren: "¿en qué bus vas vos ve?".

Si un quiteño le pregunta a otro. "¿qué estás?", lo que en realidad quiere decir, casi en tono de reclamo, es: ¿qué te pasa?, o más bien "¿qué te pasa, huevas?". Si un quiteño te dice "qué de última eres", es que según su opinión, te pasaste de grosero o desconsiderado. Y si te dice "qué del todo eres" es que, según él, haz hecho una tontería. Además, un quiteño no dice "tienes que venir a la reunión", sino "caerás pero" Ese "pero" es clave para muchas frases que siempre lo llevan al final de la frase, a manera de condicional: "comerás pero", "cuidaraste pero", "no me vendrás con pendejadas pero".

En Quito nunca te llevan, "te van llevando", no te hacen daño, "te botan jodiendo", no te regañan, "te hablan", tampoco te pegan, "te van dando tu buena". Hay que reconocer, sin embargo, que antes de pegarte un "mashcaso" te suelen advertir a su manera: "buscando andas", dicen, "después no andarás llorando", se revuelven, "clarito te estoy diciendo". La verdad es que, pese a ser "mono", no me ha ido mal en Quito y, salvo uno que otro golpe de confianza, los "paisanos" me han respetado, quizá por mi estatura ("langarote has sido vos, ¿no?"), aunque no han faltado los "omotos" que se han vengado diciéndome: "no eres más mudo porque no eres más grande".

Si un quiteño dice "ya estoy en camino", lo que en realidad quiere decir es "ya mismo salgo para allá". Si dice "ya estoy llegando", significa que se acaba de acordar que tenía una cita con usted. Si dice "estoy a dos cuadras" es que llegará en media hora o más. El pretexto siempre será el tráfico, aunque en otras ocasiones dirá que viene del entierro de la abuela, y si usted saca cuentas, descubrirá que ya es la quinta vez que entierra a la pobre vieja. Pese a todo lo anterior, no está por demás decir que en Quito "la hora ecuatoriana" está bastante venida a menos, tanto que algunos actos ya empiezan "en punto".

Los quiteños de antes, cuando anfitriones, solían decir "sírvase esta fineza" o, haciendo gala de fingida humildad, "sírvase esta pobreza"; algunos agregaban un "quiadehacer", como si rogaran que el invitado se sirviera, y aún ahora, si el quiteño le ofrece al invitado servirle de nuevo un plato y este se niega, el anfitrión interpretará su "no" como un "sí" e insistirá hasta que este se repita el plato. El quiteño anfitrión lo hace porque cuando él va a otra casa, no da a entender que aún tiene hambre pese a todo lo que le han servido, puesto que lo considera "de mala educación", y él espera a que le reiteren la invitación a repetir el plato; entonces este acepta no sin antes musitar: "ya que insiste" o "¿no será mucha molestia?".

Sin embargo, los tiempos cambian y las "finuras" y "finezas" de antes (que en buena parte no eran más que hipocresías institucionalizadas) tienden a desaparecer en favor del trato directo, aunque lo directo muchas veces se torna grosero y hasta grotesco. El manejo de la "sal quiteña", por ejemplo, que así se ha llamado durante dos siglos a esa salida ingeniosa de ciertos personajes que delata el doble sentido de una situación o desenmascara el verdadero trasfondo de una impostura, y por tanto, invita a la risa, es cada vez más escasa. Hay cada vez menos "modositos" y cada vez más "muérganos"," kikirimiaus", viejos "aguaguados" y "filáticos" de academia. También se ha cambiado el "bs" por "fff", es decir los típicos "clarobs" y "yabs" por los contemporáneos "clarofff" y "yafff".

También muchas expresiones de "auraños" tienden a desaparecer, sobre todo en el norte donde los anglicismos y las jergas llegadas de todos lados están creando nuevos códigos. En medio de la marejada, hasta la palabra "longo" se ha re-contextualizado: "longo" era, en principio, el púber indígena que a dicha edad crecía, es decir, se "elongaba" (de ahí que muchos crean que la palabra no es kichwa sino catellana, con raíz latina). Luego cambió el "concepto" y durante décadas la palabra "longo" le sirvió a los mestizos -que se autodenominan "blancos"-, para señalar a los que, pese a su vestimenta "occidental", se les notaba su origen indígena. Sin embargo, ahora, en ciertos estratos sociales, "longo" es todo aquel que no sea parte de su grupo exclusivo, tenga o no ojos azules. Es así como "longuear" se ha transformado en un batalla cotidiana en la que ni los "blancos leche" están a salvo.

Mientras en unos sectores, a manera de identificación con "lo autóctono", intentan continuar con la costumbre de arrastrar las erres hasta el punto de convertir "rural" en "rrurral", en otros sectores sociales, por el contrario, parecen avergonzarse de todo lo que suene a kichwa y en sus filas no se escucha ni un solo "achachay" o "mushpa", tan común en otros tiempos y espacios. Sin embargo, entre tantas joyas quiteñas, una expresión ha sobrevivido y promete continuar con fuerza: "se fue a volver", en lugar del españolísimo "se marchó pero dijo que volvería".

Para obtener el certificado de "quiteño" solo se necesita haber vivido 5 años en la capital, haber probado por lo menos una vez las tripas de la Floresta, los secos de la Mama Miche, los caldos de huevera de la Montufar, los motes de la Magdalena o las tortillas de la Mama Pancha; tiene que haber ido "de vaca" a Atacames y traído de recuerdo una bolsa plástica llena de caracolitos y conchitas que luego tira a la basura; debe quejarse -como si se fuera a acabar el mundo- cada vez que hace un mínimo de frío o calor; y tiene que haber gritado -ya "chispo" o "hecho bunga"- vivaquitoooo desde una "chiva" noctámbula. No importa si no sabe toda la letra del "Chulla quiteño", bastará que repita "como mudo" y la guaragua, la guaragua, la guaragua.

La sociedad quiteña, con sus nortes "occidentalizados" y sus sures "pueblerinos", con sus "niños bien" y sus "longos", con sus "monos" y sus "chagras", con sus "liguistas" y sus "nachos", con sus "atatayes" y sus "ananayes" es un mosaico donde está representado nuestro ingenio, nuestra malicia, nuestro humor, nuestras taras, es decir, nuestras particularidades como pueblo. De ahí que entrar a la capital de los ecuatorianos a través de su lenguaje, es ingresar a su contradictoria esencia. Habrá quienes digan que "jamás" han escuchado ciertas palabras o expresiones, lo que demostraría cuán impenetrable ha sido la burbuja dentro de la que han vivido y cuántos "quitos" aún les falta por explorar.
Puesto que no soy lingüista ni mucho menos semiólogo -no tengo esas desviaciones-, aquí no hablo de bisibilación, ni de fricatización, mucho menos de rasgos suprasegmentales (tatay). Este proto-diccionario psedudo-enciclopédico no pretende ser otra cosa que mi homenaje a la tierra donde nacieron mis hijos.

Edgar Allan García

 

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  • homeLa autora Dorys Rueda, 13 de Febrero del 2013.
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